(23) Si yo me olvido

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Qué haces cuando tu vida ya no tiene sentido?  Ya no tienes motivo para seguir?  En mi caso, la mejor opción era morirme; pero, por qué esta gente no me lo permitía? 

Quería desaparecer de este mundo, mientras que los doctores y las enfermeras intentaban mantenerme aquí.

“Déjenme morir!” gritaba una y otra vez.

Sentí como me amarraban los brazos y las piernas.  Unos ponerme un tubo en mi boca, mientras que otros, intentaban parar el sangrado que provenía mi cabeza y mi brazo.  Por lo menos eso era lo que sentía. 

No recordaba quien me había traído allí, no vi ningún rostro.  Solo abrí los ojos y comencé a forcejear cuando sentí que invadían mi paz, que no me dejaban llegar a donde quería.

Luego de esto, no recuerdo más.  No sé que hizo esa gente intrusa para impedir que me fuera a donde quería.  Pero lo que hicieron, lo hicieron muy bien. 

Abrí mis ojos para verme rodeada de paredes blancas, y aun amarrada a la cama a la que me encontraba.  Miré a mi lado, para ver un rostro que me hizo arrepentir por un instante la idiotez que había hecho.

“Abuela?” pregunté, sintiendo un fuerte dolor en mi garganta.

“Gaby, mi vida.  No hables” respondió ella con lágrimas bajando por sus mejillas.

“Perdón…” continué mientras lloraba también.

“No tienes por qué, mi niña.  Lo importante es que estás bien, que estás aquí con nosotros.”

“Qué sucedió?  Cómo llegué aquí?”

“Jeremías llegó a tu casa y te encontró en el baño.  Te subió a su auto y te trajo hasta aquí…” me contestó mi abuela, mirando el brazo donde tenía una venda cubriéndolo.

“Por qué no me dejaron?  Si ya mi papá tampoco está…” entonces perdí el control, provocando que una enfermera me inyectara algún sedante o algo parecido.

Abuela Anna, pasaba su mano sobre mi cabello, llorando sin control y mirándome a los ojos.

“Mi vida, tu papá no está muerto.  No estará en la mejor condición, pero aun está vivo…”

Fue lo último que escuché antes de quedar profundamente dormida.  Sentía una paz enorme de esta manera; no sentía nada, no soñaba nada…

Una mano tocando mi rostro, provocó que despertara nuevamente.  Allí estaba Jeremías, lleno de tristeza

“Qué haces aquí?” pregunté, sintiendo que me agitaba un poco.

“Gaby, estás aquí por mi culpa.”

“Estoy aquí por tu culpa, muy cierto.  Hazme el favor y vete de aquí, antes que comience a gritar.”

“Gaby, por favor, cálmate.  Te desconozco.”

Sinceramente, yo también me desconocía.  Pero, para qué seguir siendo buena cuando la vida lo que ha hecho es castigarme?  De hoy en adelante, no seré la misma; eso se los aseguro.

“Vete! Sal de aquí ahora mismo!”

Jeremías simplemente se asombró por mi actitud, y sin decir más, se marchó de la habitación.  Dejándome sola, llorando…

“No Gaby, no llorarás más” me decía a mí misma.

En esos instantes, entró mi abuela a la habitación. 

“Cómo está papá?” fue lo único que pregunté.  Necesitaba saber su estado y con urgencia.

“Está estabilizado. Fue un accidente horrible.  Los doctores dicen que es un milagro que esté vivo.  Se encuentra sedado…”

Cruzando PuertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora