IV

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Habían pasado dos días, y Ero no había vuelto a su celda, ella no supo si fue porque ya estaba ideando el plan perfecto para matarla causándole el peor de los tormentos hasta su último suspiro o porque estaban dejándola pensar y pensar sobre todo lo que había visto últimamente. O en quién había visto la última vez.

Porque estaban dejándola pensar en que Damir estaba vivo, de alguna manera.

Había momentos en los que le preguntaba al prisionero frente a ella si se encontraba bien, o él a ella. El prisionero solía preguntarle bastante más seguido que ella. Arani supuso que era por las palizas que le dieron hace unos días, las cuales se habían detenido las últimas cuarenta y ocho horas, pero que aún le dificultaban respirar y moverse.

Pero ella no se alegraba de ello, ella sabía que el Rey y el Príncipe se detenían por el simple hecho de que luego el golpe era aún peor.

Eso mismo había hecho en Ethesbba hacía meses.

Se habían retirado de la batalla, solo para volver con más fuerza luego en Ilhea. Seguro habían destruido la Capital y muchas otras Provincias. Ella no quería pensar en eso, ni en quienes habían muerto.

Aun no sabía el nombre del prisionero, dejó de insistir luego de que la lanzaron a la celda el otro día luego de la pelea del Salón, al menos sabía parte de su historia, y que ella no había sido la única idiota en pedir el amor de una familia que jamás la querría.

Y en su mente sonaba tonto, pero ese chico, ese inmortal de siquiera veinte años era como un ancla. Él y Khowan, el cual se manifestaba en ese extraño lugar donde sus mentes se conectaban. Ellos dos la obligaban a no caer en la demencia o la tristeza.

Y aunque recién conocía al niño, por que lo era, le había tomado cierto interés, o algo así...

Khowan nunca decía nada, pero si hacía esa cosa extraña que había hecho él día en que ella supo que Damir estaba vivo, esa extraña caricia que la hacía pensar en los meses en los que fue plenamente libre.

El prisionero sin nombre parecía saber cuándo ella estaba al borde de caer en la nada, siempre llegaba al momento exacto para preguntarle si se encontraba bien o contarle alguna anécdota de su madre o su padre. Siempre hacía lo mismo. Algunas veces, ella también le contaba cosas de su vida.

Le contó quién era, que tenía hermanos y un padre que la querían allí donde se encontraba, pudriéndose en una celda. Arani no quería pensar mucho en la falta de información que el niño tenía sobre el Reino en el que vivía.

Él sabía muy pocas cosas de sus gobernantes, y había algo más que ella no sabía si tomar como un milagro o una trampa... él no sabía absolutamente nada de ella, apenas sabía qué hacía dos años había sido la Comandante del Reino, no sabía que todos la llamaban asesina, ni de su no muy lejana mala reputación de mercenaria del Rey.

Él parecía no saber absolutamente nada de ese pasado, la conocía poco a poco con lo que ella le contaba con el pasar de los días.

Muchas veces quería reír con las contestaciones sarcásticas y burlonas de él, pero los golpes que sanaban tan lentamente, tan lento como un mortal, que se lo impedían. Pero le divertía escuchar la juventud en esa voz, la esperanza que había en sus susurros cada vez que hablaba, como si estuviera seguro de que un día saldría de esa cárcel.

Sin saber que quizá pronto moriría de la peor de las formas.

Ella no deseaba eso para él, ella sabía lo que pasaba con los prisioneros en los calabozos de Kainhet, muchas veces, ellas los arrastró a esos lugares y observó cómo algunos de los Príncipes terminaban el trabajo.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora