XII

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Aún podía ver sus rostros, el dolor, el olor de su sangre, la pérdida. Habían pasado siete días y ella aún podía ver todo eso. No quería irse de su mente.

Arani tampoco supo si quería que se fuera de su mente o no. Porque si, le provocaba que el pecho le ardiese recordarlo, pero al hacerlo se recordaba a sí misma también que debía continuar hasta poder terminar con ellos. Para que nadie terminase así, para que ninguna de las personas que apreciaba terminase así.

Muerta.

Aún podía verlos a todos, y aunque cerrara los ojos, podía verlos aún.

Le dolía incluso hablarle a su propio sobrino porque incluso en la oscuridad de las celdas, podía ver su sangre corriendo por su cuello hasta matarlo. Podía ver a Ihan desollado y su promesa con Erik de cuidarlo rota para siempre.

Ihan le hablaba cada día, seguía dándole la mitad de su comida cuando a ella decidían no alimentarla. Él seguía allí, en los calabozos con ella, respirando e intentando hacerla despertar del lapso tortuoso en el que había entrado luego de la tortura mental que le hicieron en el salón del castillo.

La herida que le habían hecho en las arenas estaba curada, o eso creía. Podía sentir cómo ardía por dentro cada vez que hacía un movimiento, por mínimo que fuese. La magia con la que la curaban no era buena, ella podía asegurarlo. Se sentía mal, terriblemente mal.

De a poco, comenzaban a quitarle todo lo que había recuperado en el medio año que había vivido en Ilhea, primero sus poderes, luego su figura y fortaleza y ahora poco a poco, su resistencia.

Pero Arani no quería hacerlo. No podía.

—¿Estás bien? —le preguntó Ihan luego de que ella no respondiera nada a sus palabras.

—Sí, estoy bien —respondió ella pocos segundos después, pero ni ella misma cReyó sus palabras, su voz no lo decía. Y en el fondo tampoco lo pensaba del todo —. Estoy bien —repitió, como si intentara convencerse.

Pero no lo estaba, claro que no estaba mal.

Arani levantó un poco la cabeza cuando oyó el sonido del otro lado del corredor. Ihan se había movido y apoyaba los codos en los barrotes de la puerta de su celda, cosa que ella no podía hacer al menos que quisiera calcinarse la piel con el hechizo neutralizador que tenía su puerta.

No era una simple poción, ya era un hechizo. Algo más fuerte, para asegurarse que ella no se atreviera.

Pero eso no la había contenido cuando se enteró que el prisionero frente a ella era su sobrino. Ahora tenía dos quemaduras en sus dos brazos, parecían brazaletes en sus antebrazos.

—Oye, tía... —pocas veces Ihan la llamaba de esa forma, eso solo hizo que Arani le prestara toda su atención —¿Quieres contarme que te mostraron?

Arani dudó un momento en hablar sobre la escena falsa que implantaron en su mente. Pero luego recordó que le había prometido a Ihan que le diría todo, que no le escondería nada con el fin de protegerlo, porque quería hacerlo fuerte para que cuando salieran él pudiese vivir una vida, no sobrevivirla.

Si es que salían de ahí, claro.

Debían hacerlo, ellos iban a salir. O Arani se aseguraría de que él saliera, de una u otra forma. Lo haría, no le importaría que tenía que dar de ella para lograr tal cosa.

—Ellos me mostraron que venían por mí, todos ellos, a rescatarme. Atacaron el reino —relató con voz baja, decirlo fuera de su mente lo hacía más real y le dolía de la peor de las maneras —. Y los mataron a todos.

No hizo falta que especificara a quienes. Si bien Ihan no sabía sus nombres ni quienes eran, sabía que se refería a la gente de Ilhea. Y a él.

Arani estaba débil, no solo física y mentalmente, sino de espíritu. Se sentía tan pobre de espíritu que dudaba de cómo lograría desactivar el escudo, ella solo sabía que debía hacerlo. De alguna manera.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora