XI

99 18 4
                                    

Se recostó sobre el sofá de su habitación. Pero se arrepintió casi al instante. Se recompuso en el momento en el que la brisa helada subió por sus tobillos hasta sus piernas, fue entonces que Kalena se sentó correctamente dejando que su ropa cubriera sus piernas.

Era la primera vez en dos meses que usaba un vestido nuevamente, y debía decir que no los extrañaba tanto como había pensado.

No se había puesto una de esas prendas desde que Kainhet atacó a la capital hace apenas dos meses. Por una cuestión de comodidad sobre todo. No era muy cómodo entrenar en vestido, mucho menos con tanto peso debido a la ropa. Puesto que estaban comenzando un invierno eterno. Como el que tuvieron hace muchas muchísimas décadas. Hace tanto tiempo y a la vez nada en lo absoluto.

Había cambiado sus vestidos bonitos por ropa que le fuera cómoda para entrenar y que a la vez la mantuviera cálida frente al asesino invierno. Pero cuando había despertado ese día sintió la necesidad de ser ella por un momento nuevamente. Esa ella que había dejado un tanto atrás debido a la guerra que estaba a la vuelta de la esquina, amenazándolos con una daga en el cuello.

Fue entonces que salió de su cama y en vez de buscar sus usuales camisas y pantalones o alguna túnica, buscó su vestido favorito. Se puso calzas debajo de la falda y se cubrió de abrigo para poder pasar un poco más caliente el invierno. Pero ahora se estaba arrepintiendo un poco.

Amaba como le quedaba ese vestido, pero no estaba siéndole de ayuda en ese momento. Podría volver a desvestirse para volver a sus ropas de entrenamiento, pero eso significaba pasar frío mientras volvía a vestirse.

Y en este momento pasaba de sentir frío.

Se llevó las manos a las mejillas con la intención de rascarse, pero se detuvo a mitad de camino recordando las indicaciones de Myrna, una de las sanadoras del castillo.

Las mejillas de Kalena habían empeorado mucho con el frío, se habían quemado, agrietado y cortejado de manera grave tanto que hacer una sola expresión le hacía sangrar el rostro. Fue entonces cuando bajó a los pisos subterráneos en busca de algún ungüento o una crema que pudiera mejorar su situación.

No tuvo que esperar a que se lo prepararan, tenían bastante de esa mezcla, no era la única que estaba sufriendo eso, el frío les llegaba todos. Y de la misma manera, no discriminaba, era crudo y cruel con cada ser.

Apenas había vuelto de la provincia del oeste, se había encargado ella misma de ir a los centros comunitarios para abastecerse, además de asegurarse que en las tormentas de verano no hubiesen sufrido algún destrozo.

Su padre los había construido hacía varios siglos, cuando apenas había recibido su corona. En uno de los inviernos eternos. Había construido grandes casas, lo suficientemente grandes para resguardar a todos los campesinos de la zona. Había construido varios por todo el reino, y cada invierno los abastecía de comida seca y leña para las chimeneas.

En los inviernos comunes y normales, eran utilizados por los sin hogar para evitar que murieran de frío, pero en este tipo de inviernos eran ocupados por casi toda la población, juntos guardaban más calor. Era más fácil pasar el invierno allí.

La gente abandonaba sus hogares, tomaban solo lo necesario y se mudaban a esas casas. Los pueblos se despejaban por la mayor parte del día, dejando solo pocas horas en los que eran transcurridos por campesinos. Debían vender su mercancía, y demás actividades de alguna forma. Pero al menos tenían la seguridad de que tendrían un techo, calor y comida cada noche.

Y si bien esos ingresos salían de las arcas reales, era un hecho de que por el momento no era bueno perder tanto oro. Pero en los veranos eran recompensados con los comercios que no disminuían luego de las muertes en invierno y los turismos entre reinos, gracias a eso el oro volvían a las arcas y muchas veces en mayor cantidad. La mayoría de las veces, Khowan utilizaba esas ganancias para mejorar el reino.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora