CAPÍTULO 01

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Scarlett 

Sujétenme que me caigo, ¿estoy viendo bien?

¡Atila le ha dado like a mi TikTok! Vídeo donde bailaba sexy, con ropa escueta en un tubo, genial.

«Cómo me gustan las coincidencias, lo juro.»

Más notificaciones llegan a mi teléfono, veo como estas se anuncian en la barra de notificaciones. Todas del mismo remitente: mi cuenta de TikTok.

Son todas de que le ha dado me gusta a más vídeos míos. Me voy a desmayar. ¿Tenía que ser justo después de que me viese con el culo estampado en el suelo y una cara de boba impresionante? ¿No podía ser después de habernos visto en una fiesta donde hubiera podido lucir mis mejores galas sin quedar como estúpida?

Mi móvil vuelve a sonar por millonésima vez, dejando caer el anuncio de una notificación.

Atila Ferragni ha comentado en tu vídeo: Bailas muy bien, vecina ;) .

Como si de un autómata se tratase abro WhatsApp para enviarle un mensaje de voz a Maddison.

—¡Ayuda! ¡Atila le ha dado like a mis vídeos y me ha comentado en el último! Solo falta que me comience a seguir, ya sería el remate —digo mientras mantengo el botón de grabar presionado.

Una vez enviado, otra notificación más cae en mi bandeja de entrada.

Atila Ferragni ha empezado a seguirte.

«Fase de descontrol e impacto operativa en 3... 2... 1... 0...»

Un pequeño chillido escapa de mi garganta, no he podido contenerlo.

Con manos temblorosas abro la susodicha app para quitar el globo de la notificación y en la bandeja de notificaciones se acumulan la estrepitosa cantidad de 40 notificaciones del mismo usuario. Las reviso todas una a una. No se ha saltado ni un solo vídeo. Los ha visto y likeado todos. Absolutamente todos.

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—Vamos a ver, tampoco es tan difícil elegir un vestido, no entiendo cómo puedes pasar tanto tiempo intentando elegir ropa —bufa Mads por octava vez.

—Hace casi doscientos millones de años que no salgo de fiesta y no sé qué vestidos me vienen y qué vestidos no.

—¿Pero no podrías haberlo hecho un par de días antes? Sabes que vamos a ir a esa fiesta desde la semana pasada.

—Podría... pero no lo he hecho —sonrío angelicalmente, a lo que Mads me responde con una mirada de odio y desprecio absolutos.

Mientras ella mira al techo, seguramente contando las rayas del patrón que lo forma, yo sigo buscando en los recovecos de mi armario. No puede estar tan lejos el vestido perfecto.

Busco y busco sin parar, apartando prendas aquí y allá hasta que doy con el bendito vestido rojo entallado con un brazo descubierto en el que pensé anoche.

—Mi hermano tarda menos en elegir ropa, y eso que es un tardón.

—No me compares con el zarrapastroso de tu hermano.

—Oye, tú insultar a mi hermano no puedes —me amenaza con el dedo índice.

—¡Pero...! ¡Si tú estás constantemente llamándolo así!

—Ya, pero es que solo yo puedo decir eso de él, es una ley no escrita de los hermanos, deberías saberla, que yo sepa no eres hija única.

—Perdona, no me dedico a insultar a mi hermana, nos queremos mucho para hacer esas cosas.

—Ajá, y yo me lo creo.

Me río un poco ya que la verdad es que nos decimos de todo, yo la insulto y ella me insulta de vuelta y así vamos.

Rebusco en la leja de mi armario donde guardo todos mis zapatos y cojo los primeros que veo que combinan. Rápidamente saco el vestido de la percha pasármelo por la cabeza, bajándolo para que no quede ninguna arruga. Calzo los zapatos en mis pies y coloco mi melena a un lado, acomodándolo para realzar más los rizos que tanto me he esmerado en formar y definir.

—¿Ya? Me estoy haciendo vieja esperando. A este paso seguramente tenga nietos antes de que salgamos de aquí.

—Sí, ya nos vamos, no exageres.

Mads se levanta  de un salto de la cama, volviendo a calzar sus tacones. Coge su bolso y lo cuelga a su hombro.

Cuando pasamos por el comedor llega a mis oídos la voz de Eris que habla al teléfono con su novio.

—¡Adiós, Eris! —digo alto para que me pueda oír sobre la llamada.

Cuando me oye se gira a mirarme y me mira guiñándome un ojo.

—Espera, Malcom —tapa el micrófono del teléfono— Adiós, renacuaja, liga mucho y si haces cosas para mayores protégete, no quiero sobrinos aún.

Ruedo los ojos divertida y le tiro un beso despidiéndome de ella. Tomo la manija de la puerta, tirando de ella hacia abajo, abriendo el paso para mí y para Maddison. Salimos las dos y me pongo sobre los hombros el pañuelo que había cogido Mads para mí, porque siempre acaba dejándome su chaqueta y ya estoy amenazada con que si no me llevo abrigo, no me la va a dar, me dejará congelarme hasta morir. Pero antes muerta que sencilla, cuando se trata del outfit el frío es mental.

Juntas subimos al Audi SQ7 TDI de Owen, el hermano de Mads.

—Hola, bellas damas, ¿a dónde las llevo? —nos saluda Owen al entrar a los asientos traseros del vehículo.

—Hola, rubio oxigenado —lo saluda su hermana.

—Hola, Owen, ¿no te dijo Maddison a dónde íbamos? —pregunto.

—Nah, sí me lo dijo, solo me gusta decir esas cosas —tras decirlo arranca el coche y pone rumbo a Ego, el club al que teníamos pensado ir.

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Al llegar dos seguratas que más que hombres parecían gorilas —de lo grandes y malhumorados que  eran — nos toman las entradas y pasamos al interior del establecimiento. La música resuena por los altoparlantes, el DJ sacude la cabeza al ritmo de sus mezclas, las luces parpadean y cambian de color y los cuerpos de la gente se mueven y chocan al ritmo de lo que oyen.

Nos abrimos paso entre la masa que baila al ritmo de Mr. Policeman de Eva Simons. Apartamos varios cuerpos hasta llegar al reservado que Adrien, uno de mis amigos, pidió para todos.

«¿A quién involucra ese todos? Duda seria.»

—¡¿Se puede saber por qué llegáis tarde siempre?! —pregunta Adrien por encima de todos los sonidos, casi gritando.

—¡Porque Scarlett siempre tarda para elegir la ropa que se va a poner, no es mi culpa! —responde Mads a la pregunta.

Adrien me dedica una mirada de ojos entrecerrados, recriminándome lo de siempre.

«Si ya saben como nos ponemos ¿para qué nos invitan?»

Exacto, tú si que sabes, conciencia.

Seguimos hablando y de repente noto calor detrás de mi espalda, no un calor cualquiera, calor que lo más seguro que lo emane un cuerpo.

—Hola, chicos... —dice ese alguien productor del calor que me ha llegado antes con una voz ligeramente ronca, dato que me recuerda a la voz de mi nuevo seguidor y eso hace que me ponga un poco nerviosa— ... y vecina.

Con solo decir eso ya sé quién es el que habla sin tener que girarme a verlo. Pero aún así lo hago, encontrándome de frente con esa mole de músculo y hueso que lleva dos semanas cruzándose en mi mente por cualquier cosa.

Boqueo como un pez sacado del agua, no me salen las palabras, solo puedo mirar a sus ojos color plata como si fueran un imán para mi mirada.

YOU ARE MY SUNSHINE (español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora