CAPÍTULO 11

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Atila.

En cuanto oigo que Scarlett cierra la puerta tras su espalda, yo suspiro.

¿Me ha besado? ¿En los labios?

«Efectivamente, compañero, nos ha besado en la boca.»

Doy zancadas largas hasta llegar a mi casa, plantándome frente a la puerta. Al ver luces encendidas en la sala de estar, frunzo el ceño. Se supone que todo el mundo en casa está durmiendo, a no ser...

Al pensar en esa posibilidad, mi corazón golpea con fuerza el interior de mis costillas. El sentimiento de nerviosismo hace que me tiemblen los dedos al momento de sacar las llaves de mi bolsillo. Llevo esperando este momento desde hace un mes.

Con cuidado encajo la llave en la cerradura, tardando más de lo normal porque el tembleque de mis dedos me juega una mala pasada.

Tomo una gran bocanada de aire tratando de calmarme, pero nada sirve tratándose del momento que más espero.

Abro la puerta con cuidado, entrecerrando los ojos un poco, esperando a acostumbrarme a la iluminación proporcionada por las lamparitas que recorren la estancia.

—¿Hola? —saludo al aire, para que responda quién esté dentro.

—Hola, cariño —la voz dulce y femenina de mamá me llega a los oídos.

—Atila, hijo, te estábamos esperando —mi padre se gira para mirarme desde el sofá.

Mis padres, Érika y Enzo son dos militares de éxito y hace un mes se fueron a una de tantas misiones y yo llevaba esperando el momento de su llegada desde que cruzaron las puertas de casa.

—Hola, papá. Hola, mamá —respondo con alegría, dejando que una sonrisa se extienda por mis labios.

—Te hemos echado de menos —la sonrisa de mi madre llega hasta sus ojos, haciendo que se achinen.

—Y yo a vosotros —avanzo hacia el sofá para abrazarlos a ambos.

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Llevo media hora dando vueltas en la cama.

Tan pronto mis padres me dieron el permiso para retirarme a mi habitación, el recuerdo del beso de hace un rato volvió a mi mente.

No creo que signifique nada, muchas chicas se besan con sus amigos cuando están borrachas y no significa nada. Sí, seguro sea eso. Es un beso para reforzar la amistad. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.

Instintivamente, llevo las yemas de mis dedos hacia mis labios entreabiertos.

Signifique algo o no, no puedo negar que se sintió... ¿Bien? 

Sus labios son tan suaves como parecen a primera vista, y tampoco fue nada invasivo. Al contrario, fue tan rápido que ni si quiera me dio tiempo a pestañear mientras ocurría.

Puedo afirmar que mi yo consciente ha disfrutado de ese beso fugaz.

Decido dejar de pensar tanto, porque a este ritmo va a salir el Sol y yo no he dormido nada de nada. Y cuando digo nada, es ni un simple minuto.

Cierro los ojos por milésima vez, respirando con calma. Inspiro por la nariz, aguanto unos segundos, y expiro lentamente por la boca. Así me enseñó mi padre a relajarme como a él le enseñaron en el entrenamiento militar.

A ellos les sirve para poder relajarse y dormirse en menos de un minuto, pero a mí, en diecinueve años de vida me ha servido. Aún así lo intento, no voy a perder nada por intentarlo una vez más.

YOU ARE MY SUNSHINE (español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora