Jungkook—¿Quién eres? —lo escucho preguntar como si fuera la primera vez. Resulta conmovedor verlo insistir, a pesar de que sabe que las posibilidades de oír una respuesta aclaratoria son improbables.
La luz de la cerilla me toma por sorpresa. No esperaba que apareciera con una en tal encierro. No está permitido tenerlas aquí.
—Soy yo. Estoy aquí y allá. Soy todo y nada a la vez, pero eso ya lo sabes.
No se nos prohíbe bromear, aunque la mayoría no usa su posición para jugar, porque cuando solemos ser llamados acudimos en socorro. Con él es diferente. Ha sido diferente desde siempre.
—¿Dónde es aquí y allá? —pregunta sin dejarse amedrentar por mis palabras evasivas, pero a la vez llenas de sentido.
La luz de la cerilla nos mantiene conectados. No hay aire allí adentro. La luz no parpadea y se mantiene iluminando sus ojos y mi esencia incorpórea. Siempre acabo arrepintiéndome de todos mis esquivos. ¿Es eso porque lo amo demasiado?
—Aquí es el ahora, donde estamos uno de pie frente al otro. Aquí miro tus ojos mientras la luz de esta cerilla los mantiene iluminados. Allá es un incierto. No hay cerillas y por tanto, ésta y cualquier otra luz ya se ha extinguido. Entonces soy el todo y la nada. Prendiste la cerilla y soy. Soy porque me has llamado. Soy ahora para ti.
—Eso está bien complicado. Dices nada en muchas palabras. —llega a protestar.
Somos seres esquivos, lo reconozco. Nuestras respuestas no siempre resultan comprensibles y derechas como la línea de la vida que todos imaginan.
La cerilla se ha consumido hasta la base y escucho un quejido en medio de la oscuridad. Él no puede oírme sin ella. Resulta importante destacar su persistencia. Cómo está dispuesto a quedarse en el mismo lugar mientras tantea en los bolsillos de su bata de hospital, en busca de más.
—Dime al menos un nombre. Dime algo con lo cual pueda llamarte para que vengas cuando esté con el doctor.
Otra vez se prende esa luz que nos mantiene conectados. ¿Cómo ha dado con cerillas aquí adentro? Los pacientes no tienen permitido nada con lo que puedan atentar contra su vida.
—Algo para probarles a todos que tú existes, que no estoy loco, que eres real aunque nadie más pueda oírte. —prosigue.
Me sumerjo en la profundidad de sus írises y soy capaz de ver cuantas existencias tiene su alma. Incluso ese último momento antes de renacer, cuando nos despedimos y me pidió que fuera paciente, porque tendría muchos obstáculos por franquear antes de encontrar el camino.
—Dios no nos da un hombre propio como lo hacen los humanos. Somos materia que se desprendió de Dios. Una parte de Èl. Entonces llámame así. Llámame Dios. El también es todo y es nada.
—Daré cabida a confusiones de todos tipos cuando le cuente al doctor que es Dios quien me habla. Me tomará unos cuantos meses de mentiras hacer que lo olvide y me vuelva a bajar la dosis. No eres de mucha ayuda en realidad.
Habla rápido antes de que el fuego de la cerilla la acabe de consumir. Se apresura a prender otra porque mi respuesta, aunque evasiva, le trae consuelo siempre. No puedo decir más. Él no recuerda que antes de ser esta persona abatida y llena de incertidumbre fue un ser de luz y sabiduría, que determinó que estaba preparado para enfrentarlo todo.
—Siempre puedes mentir. Decir que no es una voz lo que has estado oyendo, que las cerillas no son tan mágicas como imaginabas, que son las pastillas quienes te sientan bien. Puedes convencerlos a todos.
—¡No quiero hacer eso! —grita enfurecido y su aliento hace retemblar la llama. Tiene un aliento como todos los vivos— ¡No puedo hacerlo! He estado hablando con esta llama durante años. ¿Acaso crees que alguien me creería que de un día al otro no lo hago más? ¡¿Por qué me haces esto?!
Lo veo desfallecer de puro abatimiento. La cerilla se ha consumido en su totalidad y está inmóvil y serio. No quiere oír excusas ni soluciones a medias, de esas que le doy cada vez que me llama y que se han vuelto incontables desde que descubrió que la luz le permitía oírme. Ya nunca más dejé de hablarle.
Tenía ocho años cuando sucedió por primera vez.Siempre la misma pregunta, yo las mismas respuestas, como una escena repetitiva que hemos vivido ochocientas noventa y nueve veces.
—¿Quién eres?
Espero que vuelva a prender otra cerilla para responderle. Estimo que es hora de darle una pista. Dejó a mi consideración el determinar cuando estaba listo para recibirla. Ha soportado suficiente y no me abandona.
—Tú eres yo, yo soy tú.
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𝙳𝙴𝚂𝚃𝙸𝙽𝙾 ••𝗄𝗈𝗈𝗄𝗆𝗂𝗇••
Научная фантастика"13 r𝚎𝚕𝚊𝚝𝚘𝚜 𝚕𝚘𝚌𝚘𝚜... 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚗𝚊𝚍𝚊 𝚌𝚞𝚎𝚛𝚍𝚘 𝚙𝚘𝚍𝚛𝚒́𝚊 𝚜𝚊𝚕𝚒𝚛 𝚍𝚎 𝚖𝚒́"