JiminLa ciudad quedó desierta con la llovizna de esta tarde. Miro al cielo encapotado y hago un rápido pronóstico del clima: no va a mejorar. Arriba en lo más alto los rascacielos parecen unirse y en noches como esta, es inevitable sentirse diminuto al andar, poca cosa . Hace tiempo que cuento con una escala para medir las alturas en esta ciudad. En términos de daño: —¿A qué altura está tal cosa? —Sólo me rompería una pierna si me lanzo. O, acabaría con mi vida de una vez. Una escala fatal surgida desde mi deseo mas profundo de romper los lazos con la carne y ser libre.
Camino aprisa evadiendo los charcos en la acera mientras repaso el guión. Voy tarde otra vez, porque me gusta vivir al límite dentro de mi monótona vida de actor. Me gusta tentar a la mala suerte. No vivir con la zozobra de un fracaso, o la esperanza de un triunfo, me ha moldeado a esto que soy: un hombre que se preparó para grandes cosas, pero todo quedó en anhelos. Apenas a los cuarenta y dos descubrí que sólo sirvo para recitar versos en un Café los sábados en la noche y para malinterpretar personajes negativos en un teatro local dos o tres veces por año.
No he fallado. No he fallado.
Me repito a menudo cuando el cielo y las nubes no me dicen nada. Entro en negación porque soy incapaz de entender que un signo de interrogación al final lo cambiaría todo. Que una pregunta me traería más respuestas que una afirmación errada. Pero aún no estoy preparado para entender.
Estoy mirándome en un espejo de bordes cuadrados, ubicado dentro de una cueva oscura. Todo esto dentro de un sueño.
Ahí soy capaz de ver mis defectos como si se tratara de la magia que narran los libros. Allí todo está claro y es preciso. No hay excesos porque todas las piezas encajan en perfecto orden. Parezco olvidarlo todo apenas salgo de allí y todo aquello que resultaba fácil se vuelve complicado y trabajoso afuera.
Además, ¿quién necesita el arte cuando hay tantas otras cosas por las que preocuparse?
Los fuegos artificiales que anuncian el fin de la temporada deportiva iluminan el cielo. Tengo la intención de detenerme a mirarlos y recuerdo que ando tarde. La lluvia ha limpiado el ambiente de la ciudad, de la gente y del polvo.
Dudo que la mitad de los asientos siquiera se llenen esta noche.
Pesa un ultimátum sobre nuestras cabezas desde hace dos años: si no generamos ingresos se cancela el alquiler del teatro y quedamos todos fuera. Conclusión: nadie cobra, ni el rebaño ni el ovejero. Llueve sobre mojado y hablo por mi, pero en la vida de los demás alrededor también lo hace.
Últimamente todo lo que produce mi mente es una maldición detrás de otra. No hay una palabra de aliento.
Me doy cuenta de cuan ignorante soy, hasta niveles irrisorios, cuando me paro frente a aquel espejo.
¡Qué estúpido, por qué tanta estupidez! No paro de decirle a ese del espejo.
No alcanzo a sentir lástima de él, pero algo parecido a lo que podría sentir una madre por un hijo, que lo ve cometiendo un error tras otro y es incapaz de hacerle entender el resultado final. Lo sabe la madre y aunque se lo explique, con palabras simples, su hijo no lo entendería porque no le ha llegado el momento de entender.
Hablo con ese hombre del espejo y lo miro asentir como si me comprendiera, pero sé que no lo hace. Varias veces, enérgico y risueño. Tiene actitud. La predisposición al menos, para no decir que no a todo como otros, aunque sea tan ignorante que se olvide de todo al salir.

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𝙳𝙴𝚂𝚃𝙸𝙽𝙾 ••𝗄𝗈𝗈𝗄𝗆𝗂𝗇••
Science Fiction"13 r𝚎𝚕𝚊𝚝𝚘𝚜 𝚕𝚘𝚌𝚘𝚜... 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚗𝚊𝚍𝚊 𝚌𝚞𝚎𝚛𝚍𝚘 𝚙𝚘𝚍𝚛𝚒́𝚊 𝚜𝚊𝚕𝚒𝚛 𝚍𝚎 𝚖𝚒́"