JiminKook murió devorado por una jauría de lobos. Tironearon de su carne hasta desprenderla de los huesos y dejaron el cadáver abandonado en medio del bosque negro. Cuando lo encontraron los buscadores, dijeron que había una gran mancha roja sobre la nieve y su ropa hecha jirones.
Solíamos cazar juntos. Él era bueno con el rifle, mientras que yo me encargaba de atrapar las presas abatidas. Era rápido para las carreras.
Se mudó a la aldea con sólo cinco años y nos hicimos mejores amigos desde el primer día. Apareció luego de uno de esos viajes que daba su padre adoptivo al Sur en busca de provisiones. En esa época la comida escaseaba y las rutas de mercancía pertenecían a los contrabandistas. Establecían qué productos podían pasar de una frontera a otra.
Kook estuvo metido en una caja de madera durante seis horas, hasta que el camión se detuvo en el aserradero de la entrada del pueblo y el viejo Sam arrojó al suelo la caja donde venía, junto con otras cinco de whisky que le encargaron los aserradores. Louis, su ayudante, llevó el camión a la bodega con la carga después de hacer el resto del reparto por las tiendas del pueblo.
Sam era un hombre solo. Su esposa Nual había muerto de una enfermedad terminal dos años antes. Una nativa de las montañas, hermosa y alegre, aunque no muy inteligente porque se casó con el infeliz del señor Sam, a quien su abuela materna crió sin apellido.
Kook se incorporó a la escuela y aprendió a leer y a escribir. A pesar de su físico diferente y desconocido para nosotros, no fue difícil aceptarlo porque Kook era un sol, que es como se le llama a esas personas que alegran todos los lugares por donde pasan. Mi mundo, por ejemplo, se llenó de él.
Para infortunio suyo, nuestra aula estaba dividida en dos bandos archienemigos y llegado el momento tuvo que escoger.
Los niños que eran como yo, (que nos creíamos los dueños del país porque llevábamos la sangre de los conquistadores) y los niños como Nuaxal, que asistían a la escuela sin pagar porque el gobierno impuso una ley que los protegía de cacerías y les subsidiaba la enseñanza primaria. Todo ello con el excedente de las ganancias de nuestros propios negocios. Una medida provisoria en caso de que, en futuros arreglos, se aprobara la inclusión total de los indígenas en la sociedad.
Kook me escogió a mí por sobre todas las cosas, y desde ese día una diana se instaló en su pecho. No era uno de los nuestros, pero nos había elegido. Así fue como Kook se hizo enemigo de todos los nativos y todos los nativos se volvieron sus persecutores.
Los conflictos arreciaron entre ambas razas. Kook era el eslabón más débil y en eso volvió a su padre adoptivo.
Los nativos se unieron en una protesta contra nosotros. Bloquearon nuestros puentes de abastecimiento durante cinco semanas y la policía no se atrevió a intervenir, porque estaban procesando por crimen racial a todo aquel que atacara a un nativo.
Nosotros nos armamos para atacar en nombre de la ley y la justicia. Éramos menos, pero andábamos mejor armados.
Kook quiso que escapáramos.
—Podríamos irnos al sur, al lugar de donde vengo.
Decía que en el aserradero había cajas de madera del alto nuestro donde contrabandeaban armas. Su padre le había dicho que lo sacaría de la aldea. Un extranjero no debía formar parte de una guerra territorial, porque de eso se trataba todo el asunto.
De la tierra.
Los nativos querían recuperar ese pedazo de tierra fértil, que según ellos les fue arrebatado doscientos años antes. Una ridiculez, cómo todas las excusas que dan inicio a las guerras.
Kook, el nombre con el que lo bautizó su padre al llevarlo a nuestra tierra, murió solo en el bosque, porque fui un cobarde que no llegó para ayudarlo a entrar en una caja y escapar con él. Preferí asaltar el puente en la madrugada y disparar ráfagas a todo lo que se moviera. Acabamos con la rebelión en una noche. Los cadáveres fueron arrojados al río para que los arrastrara la corriente.
Ese día hubo celebración en el pueblo. Brindamos por la muerte de trescientos hombres y nadie extrañó a Kook, ni siquiera yo.
Pensé que se habría escondido hasta que acabara el conflicto.
Así pasó una semana completa hasta que el señor Sam regresó en el camión y nos preguntamos uno al otro por él.
Mis nervios se dispararon y pensé lo peor que se puede pensar en estos casos. Esa noche salimos a buscarlo con linternas. Unos pocos. La gente del pueblo tampoco quería saber de los extranjeros, a pesar de que Kook hacía trece años que vivía entre nosotros.
—Que tonto. ¿Cómo pudo dejarse atrapar por los lobos? —murmuré en silencio frente a sus huesos carcomidos.
Errado pensar que yo podría abandonar a mi gente en medio de una guerra. Me creía un patriota en aquel momento, lleno de orgullo.
Con el tiempo me di cuenta de que nunca pasé de ser su amigo a medias y un hombre de principios dudosos que rompe sus promesas, y por ello mueren sus amigos.

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𝙳𝙴𝚂𝚃𝙸𝙽𝙾 ••𝗄𝗈𝗈𝗄𝗆𝗂𝗇••
Science Fiction"13 r𝚎𝚕𝚊𝚝𝚘𝚜 𝚕𝚘𝚌𝚘𝚜... 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚗𝚊𝚍𝚊 𝚌𝚞𝚎𝚛𝚍𝚘 𝚙𝚘𝚍𝚛𝚒́𝚊 𝚜𝚊𝚕𝚒𝚛 𝚍𝚎 𝚖𝚒́"