- Miami -

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Jimin

Cuento mis pasos sobre el asfalto de una acera-barrio-ciudad-país que no revelaré aún. Planeo darte tantas y tan precisas pistas que no tendrás más remedio que adivinar.

Consulté mi reflejo al menos cinco veces antes de salir, después de haber elegido el atuendo, hasta quedar rendido e inconforme. Ahora reparo otra vez en mí en el cristal con efecto de espejo de una panadería a mí izquierda y confieso que me gusta el hombre que veo. Lleva el cabello largo por encima de los hombros, un traje azul marino con camisa blanca por debajo, los últimos botones abiertos para garantizar el toque informal dentro de lo formal. Más que bonito se siente feliz.

Cuento ciento ocho pasos exactos y me asalta una ráfaga de salsa puertorriqueña acompañada algunos días de un agradable olor a comida recién preparada que se escapa cuando algún cliente, me inclino a creer que satisfecho, entra o sale del restaurante. O cuando Jungkook, el agradable aprendiz de chef sale a fumar a las escaleras casualmente cada vez que paso por allí.

Dejo detrás las delicias del Caribe, más hambriento que hace tres minutos cuando salí apresurado de la casa, pues decidí ir caminando a mi cita de esta tarde. Un ejercicio poco frecuente en estos días y en lo que respecta a mí en absoluto tentador. A menos que como es el caso, pretenda llegar tarde y poner la excusa de un atasco en el tráfico o un atraco en un semáforo. La calle de tentaciones queda olvidada y espero el cambio a luz verde en la intersección. La balanza dice que estoy perfecto, pero un acné juvenil tardío, que me castiga sino física al menos psicológicamente, me premia con una o dos pústulas nuevas cada vez que entra algo que mi organismo se niega a metabolizar.

Hay en esa calle y a ambos lados, todo un arsenal de recetas caribeñas a golpe de arroz para nada despreciables y que constituyen una debilidad para cualquiera que como yo, se rehuse a aceptar la salchicha y el puré de patata como comida nacional.

Es una ciudad azul. La mayor parte de los edificios que me rodean reflejan el color del cielo en sus ventanales y esto le da un toque de modernidad, a pesar de que ya es todo lo moderno que se pudiera esperar de una ciudad cualquiera en el hemisferio norte. Vaya ahí está la primera pista. Acabas de saber que los inviernos y las Navidades forman parte de la misma estación.





Hay, creo que 35 °C en la costa de arena blanca, por el vapor visible que exhala de la tierra. Eso debiera aportarte otra pista clave. Estoy recostado en una tumbona sosteniendo una margarita en la mano (de las que son para adultos) mirando al horizonte despejado de la playa semidesierta. La brisa es suave y trae los olores a pescado frito y a marisco a las brasas de los restaurantes al aire libre en todo el litoral. Estoy tentado a unirme al maratón de comedores que comienza en unas horas. Sin embargo algo me detiene.

Y es que maldita sea, ese tipo no soy yo.

Yo soy el que está al otro lado de la ventana de cristal, en el interior de un apartamento con aire acondicionado, una taza de té negro siempre llena y de vez en vez un cigarrillo que me hace soltar lo que estoy haciendo para irme hasta la ventana a enfrentar las ráfagas huracanadas del piso 11, con tal de calmar la impaciencia propia de esa adición. Allí no hay olor alguno a mariscos, sino a pan quemado y a un ambientador dulzón que logra mal disimular el olor de las colillas.


Cabe mencionar que Heráclito sabía bien de lo que hablaba, la persona que era ayer no es el mismo que soy hoy. La reunión de la tarde fue de todo menos productiva, hice mal llegando treinta minutos tarde porque lo que debí es dejarlo plantado. No tenía idea de qué o a quien estaba enfrentando hasta que fue evidente que intentaba extorsionarme de mil maneras. Supongo que es el precio que deben pagar los novatos de las letras.

𝙳𝙴𝚂𝚃𝙸𝙽𝙾 ••𝗄𝗈𝗈𝗄𝗆𝗂𝗇••Donde viven las historias. Descúbrelo ahora