2. Asimilación

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Kanon apartó sus dedos del dorado cofre como si la exquisita carcasa que contenía las placas restantes quemara en la curtida piel de sus dedos, cerrándolo de un golpe al sentirse observado desde el umbral de la puerta. La presencia que hacía unos largos momentos que se hallaba agazapada en límite de esas sagradas baldosas retrocedió de inmediato, ocultándose entre las densas sombras.

- ¡Kiki! ¡¿Qué demonios haces aquí?! - Exclamó Kanon, sobreponiéndose al hecho de sentirse espiado a traición.

- Yo solo quería...asegurarme...- Balbuceó el pequeño saliendo lentamente de su escondite, con la cabeza baja y la mirada asustada.

- ¡¿Asegurarte de qué?! - Escupió Kanon con rabia al momento que se ponía en pie.

- Ha desaparecido de repente...y me he preocupado por usted...Todavía está mal herido, y lleva días sin comer nada...- Continuó explicándose el inocente aprendiz, cabizbajo y temeroso de enfrentar a quién las malas lenguas del Santuario nunca habían tratado bien.

- ¡¿Qué has visto?! ¡¿Qué has escuchado?! Maldito crío...

Kanon se alzó con visible dificultad, pero aún así con rapidez, acobardando al menor con su imponente altura plantada frente a él.

- Todo...- Susurró Kiki avergonzado y con terror, dando un paso atrás, evitando a duras penas la incisiva mirada que el mayor vertía sobre él.

Kanon se llevó las manos a la cabeza con un gesto de desesperación, pasando sus dedos entre sus enmarañados cabellos por un instante. En ningún momento de su vida había deseado tener un escudero a su lado, y un gruñido de impotencia y exasperación escapó de sus labios, impacientándose ante la persistencia y el empeño del pequeño para no dejarle solo, o más bien, para no quedarse solo él.

Kiki había perdido a su maestro Mu y aparentemente se aferraba a Kanon en busca, quizás, de la protección arrebatada por los designios de un despiadado destino. Una protección que el chiquillo y jovial aprendiz inconscientemente ya añoraba.

Kanon recogió el cofre con las once placas doradas y avanzó con paso firme hacia donde estaba Kiki. Su mente había olvidado por completo todo el dolor que su cuerpo padecía. Su cabeza hervía con todo lo que le había dicho Athena antes de retirarse definitivamente al Olimpo de los dioses, y a Kanon no se le ocurrió nada más que agarrar a Kiki por la manga de su camisa y lo arrastró con él sin detener su paso, provocando que el pequeño tropezara con sus propias zancadas.

- Ya que lo has escuchado todo no hay nada más que decir. No me preguntes, no me sigas a todas partes y ¡no te preocupes por mí! – Kiki luchaba para poder seguir su paso sin caerse, pero sin hacer nada para soltarse de su agarre, hasta que casi se cae de bruces cuando notó como Kanon lo alejaba de un empujón. Seguidamente el mayor se agachó frente a él, mirándolo con el ceño fruncido - Ya lo has escuchado, tenemos mucho trabajo que hacer y tú me vas a ayudar. Empieza por organizar la reconstrucción del Santuario junto con todos los Caballeros de Plata y de rango menor que quedan aquí. Encuentra a Seiya, Shiryu, Hyoga y Shun, y tráelos aquí en cuanto puedas.

- ¿E Ikki? – preguntó con un hilo de voz apenas audible incluso para sí mismo.

- Olvídate de Ikki, ya vendrá cuando él quiera, si es que quiere venir...¡y olvídate de mí! - Kiki cerró los ojos, ladeando su rostro y mordiendo su labio inferior, sintiéndose a punto de caer preso de sus infantiles lágrimas.– Por favor...- añadió Kanon con algo más de tacto – Te agradezco todo lo que has hecho por mí y me ayudarás con este desastre que se extiende ante nuestros ojos, pero debes comprender que necesito estar solo...

- Está bien, empiezo ahora mismo. – Dijo Kiki dibujando finalmente una sonrisa en su rostro.

Una vez Kiki hubo desaparecido con su compañía a cuestas, a Kanon le urgía bañarse y despojarse de esas ropas de Jamir que ahora cubrían su cuerpo. Sin pensar se apresuró a alcanzar la playa más cercana y se quedó observando en silencio el mar, tan calmo, reflejando brillantemente un ardiente atardecer. Se había pasado casi la mitad de su vida rodeado por el aroma del salitre del Egeo y las aguas del Santuario Marino de Poseidón, ya fuera en una prisión impuesta por su hermano o en una prisión impuesta por él mismo.

La Recompensa de la RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora