7. Ogro

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Kanon apareció cerca del cráter del volcán. Las piedras a sus pies estaban calientes, y tenues hilos de humo subían hacia el cielo con despreocupación desde diversos puntos de la tierra. Ese volcán no estaba inactivo, simplemente dormía en su cálido letargo apenas apreciable desde la aldea ubicada a sus pies.

Sus pasos se aventuraron a emprender un camino aleatorio y desconocido, pero instantáneamente alguna fuerza inexplicable le estrujó el corazón desde el mismo momento que pisó esas rocas de lava: Kanon se sentía extrañamente...cómodo.

Notaba que un sentimiento de pertenencia a ese lugar lo iba embriagando lentamente. Las piernas le seguían construyendo decididos pasos, y pronto alcazó un sendero esculpido entre los mares de lava solidificados con una determinación fuera de lo normal para quién pisa un lugar por primera vez. Sus largas zancadas le conducían sin vacilación alguna, y paulatinamente el calor que emanaba de la tierra empezó a apreciarse insoportable, condensando las primeras gotas de sudor que aparecieron en su frente. El fuerte olor que desprendía el humo le irritaba los ojos y le dificultaba la respiración, pero su espíritu parecía ir olvidando la agitación que había sufrido unos minutos antes.

Era tal el calor que estaba sintiendo que decidió desprenderse de su camisa, la cual ató despreocupadamente en una de las asas de la mochila. El aire caliente azotó sin consideración su escultural cuerpo, revolviendo sus largos cabellos de color añil a su merced, y las cicatrices de sus antiguas batallas lucían sobre su brillante y sudada piel de manera exquisita, dotándole de un aspecto tan atractivo como feroz.

Sus pies lo llevaron hasta lo que parecía ser la entrada de una gruta, esculpida dentro de la misma lava solidificada por los siglos, y allí Kanon se detuvo. Dudaba si adentrarse en ella y descansar al tiempo que se resguardaba de la cargada atmósfera o seguir explorando los alrededores por un tiempo más. Pero sus dudas pronto se desvanecieron. Tan pronto como una etérea voz comenzó a emerger desde las oscuras entrañas de ese natural y lóbrego refugio.

Demonio...

La gutural voz le susurró directamente en las profundidades de su mente, y sin más vacilación Kanon se adentró. La oscuridad del interior era tan densa que parecía poderse cortar. Sus pies avanzaban sin saber por dónde pisaban, viéndose obligado a buscar ayuda en el apoyo sobre las rugosas paredes para poder avanzar sin perder pie.

El simple contacto de sus toscos dedos contra aquella superficie le provocó una descarga eléctrica en todo su cuerpo, y la infernal voz regresó a traspasar su mente.

...Demonio...Ogro...

Los dedos cortaron el contacto inmediatamente, y su corazón se desbocó de nuevo. La respiración se volvió imprecisa, y otra vez empezó a sentir náuseas, tan intenss o más que cuando había tocado esa maldita cosa en su templo. La tranquilidad que le había embargado en su llegada al volcán desapareció por completo, y las voces en su mente comenzaron a volverse insistentes, obsesivas...y terriblemente ensordecedoras. Kanon no veía absolutamente nada, así que sacó las cerillas del bolsillo de sus vaqueros e intentó prender una sin éxito. Sus dedos imprimían demasiada fuerza, y el temblor que los poseía no permitía que pudiera encender una sin quebrarla por la mitad. Partió una...otra y todavía una más...Kanon había quedado completamente reducido a un simple mortal paralizado por el miedo, olvidándose de cuán poderoso llegaba a ser. Prender una simple cerilla se había vuelto una misión de difícil consecución, y cuando finalmente sus temblorosos dedos pudieron sostener una pasajera llama la alzaron para iluminar la cavidad, donde sus achicados ojos pudieron descubrir los restos de lo que en algún tiempo habían sido vasijas, cuencos y pequeñas armas hechas con piedras. El fuego de la cerilla iluminaba su rostro de manera espectral y su acelerada respiración amenazaba con apagar el tímido fuego. Kanon se agachó tomado por la curiosidad con la intención de agarrar uno de esos cuencos, pero la cerilla que le daba luz se consumió al quemarle la yema de los dedos. A duras penas prendió otra, y cuando sus dedos tocaron la cerámica, una vívida imagen le fulminó la mente, sacudiéndole el cuerpo desde el centro del estómago, propiciando que cayera de espaldas, tropezándose con más utensilios al tiempo que perdía su agonizante fuente de luz, quedando finalmente sumido en una densa oscuridad...Y presenciando en los recodos más profundos de su subsconsciente imágenes de un ser imponente habitando esa misma tenebrosidad.

La Recompensa de la RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora