La energía que emergía de Kanon se estaba desbordando por doquier. La furia que lo dominaba hizo que afloraran de nuevo las tan odiadas lágrimas. No lograba comprender lo que la visión le había mostrado. Indudablemente si su existencia en esta era había intentado ser borrada, lo mismo podría haber ocurrido antes. Esa máscara...la aversión que le provocó descubrirla ente la soledad de la Casa de Géminis...la repugnancia que le ascendió la garganta cuando sus dedos la rozaron con inocencia...
¿Por qué estaba allí?
¡¿Por qué?!
Después de doscientos años...no, eso no era casualidad. Kanon había empezado a creer que las causalidades no existen, que son sólo simples justificaciones inventadas para no aceptar que el destino está escrito, y que debe cumplirse. El dolor que había experimentado sintiéndose dentro del cuerpo de Defteros era simplemente insoportable. Y demasiado familiar. ¿Acaso vestir el nombre de Kanon era la razón que necesitaba su alma para recordar quién había sido, a dónde había pertenecido? ¿Defteros, el demonio de la isla Kanon se había reencarnado en Kanon, el hombre capaz de engañar a un dios? ¿Acaso su alma clamaba por ser de una vez por todas reconocida? ¿Aún en la mentira? ¿Aún en la traición?
- ¡Kanon! ¡¿Qué pretendes?! ¡Detente! - gritó Ikki, enfundándose en su maltrecha armadura del Fénix para intentar frenar el inminente ataque de Kanon.
- ¡Vete si no quieres morir aquí! ¡Acabaré con la mentira del Santuario! ¡Acabaré con la fuente de tanta injusticia! - Kanon había concentrado todo el cosmos del que fue capaz entre sus manos, y una bola de luz cegadora amenazaba con arrasarlo todo de un plumazo.- ¡El Santuario se desintegrará y se hará uno con el universo, quedará reducido a nada! ¡Degustará el sabor de las sombras que tanto ha servido de comer durante siglos!
- ¡Kanon! ¡Allí hay gente inocente! ¡Y aquí también! - Se desgañitaba Ikki, incapaz de acercarse un paso al endemoniado caballero que tenía ante sí.
Dicho ésto, los ojos de Kanon se clavaron furiosos en Ikki, y una pura revelación acudió a justificar su desesperada decisión.
- ¡Yo también fui inocente una vez! ¡Y a nadie le importó! ¡Ese sucio lugar me robó toda la inocencia y juventud sin piedad alguna! ¡Sin pedirme permiso! ¡Y sin justificarme con razón ningún por qué!
- ¡Detén ésto, ya! ¡Por tu culpa arderemos todos en el infierno!
- ¡Cállate Fénix! ¡Vete! ¡Ésto no te incumbe!
- ¡Maldita sea, Kanon! ¡No te vas a salir con la tuya!
- ¡Arder en el infierno es lo que nos merecemos! ¡Lo que se merece el Santuario! ¡Lo que se merece la diosa de la falsa justicia Athena!
El volcán estaba respondiendo al despliegue de energía que sentía tan familiar. Danzaba con él, festejaba el reencuentro con el amado cosmos del hombre que había renacido en sus ardientes entrañas. La montaña de fuego le daba la bienvenida al tan añorado cosmos de Defteros. El cuerpo era otro, aunque las diferencias físicas eran casi imperceptibles, pero el alma que albergaba ese cuerpo era la misma. El mismo dolor, el mismo rechazo, la misma oscuridad. Y una pequeña diferencia. La negación de aceptar el capricho de un oráculo. El sendero que una vez fue transitado sumisamente, bañado en la falsa luz de la esperanza se había convertido en un laberinto de rebeldía y sublevación. La ira acumulada, el sufrimiento ahogado, el dolor enterrado habían transformado esa alma dócil en un alma que no acataría el mismo destino por segunda vez.
La energía cósmica acumulada era abrumadora. Ikki se debatía entre detener a Kanon o retener la inminente inundación de lava ansiosa por devorar al pueblo. La primera explosión del magma lo sacó de su duda, y elevó su cosmos para intentar retener con él el fuego dentro de la garganta. La segunda explosión fue mayor. Ikki estaba esforzándose por encima de sus posibilidades, sus heridas no habían sanado por completo, y su cuerpo estaba sufriendo nuevas quemaduras que lo debilitaban aún más. No sabía cuánto más podría impedir la desgracia. No recordaba que el poder de Kanon fuera tan abrumador.
La armadura de Géminis que colgaba sobre el pecho desnudo de Kanon estaba resonando insistentemente, quemando en su piel, hasta que movida por propia voluntad se materializó y cubrió su cuerpo. E Ikki se rindió. Con el oro cubriéndolo, con la ira dominándolo, poco más podría hacer él para salvar nada. Pero el efecto que produjo la armadura no era el que Kanon esperó. La armadura no le dio más poder. Se lo arrebató todo. No podía permitir que su protector acabara así. No debía acabar así. Ni el mismo oro podía sobrellevar tanto sufrimiento en sus memorias.
Al descubrirse abandonado por su propio poder Kanon escupió un grito desgarrador, forjado en la ira, en la rabia incubada durante todos esos años en su propio cuerpo, y también en el de Defteros. Con el grito vació su alma entera de tanto rencor, la liberó del ahogamiento del cuero que ocultaba su rostro, la liberó de los años de silencio a los que la había sometido su hermano Saga. Saga...que había intentado ahogar la voz que le recordaba la verdad enterrada encarcelándolo en Cabo Sunion, esperando que el mar hiciera lo que el alma de Saga intentó siglos atrás, deshacerse de su igual para no tener rival que amenazara desde las sombras con opacar su falsa luz.
Sus pulmones se vaciaron por completo, su garganta se sentía lacerada por el sabor amargo de tanto dolor tragado. Su cuerpo vestido de oro se rindió y cayó de rodillas sobre la tierra ardiente, exhausto. Con gestos desesperados se deshizo bruscamente del casco que había cubierto su cabeza, lanzándolo lejos. Sus manos rozaron las rocas porosas humeantes y sus dedos se cerraron arrugando el manto de cenizas que tenía debajo de sí.
Y lloró.
Lloró como no lo había hecho nunca en su vida. Las lágrimas se deslizaban libres surcando su bello rostro, contraído por el dolor mientras en la distancia, unos rostros dorados lloraron con él. El llanto lo estaba purificando de toda la inmundicia en la que lo habían sumergido las estrellas, así como el mar siempre limpia las heridas.
Ikki se acercó como pudo a la figura de Kanon, que estaba hecho un ovillo consigo mismo, incapaz de detener el torrente de emociones que lo estaban dominando sin contención. Se arrodilló a su lado e intentó rozarle el hombro, pero Kanon repelió el contacto con brusquedad. Sus cabellos ocultaban por completo su rostro y sus ojos eran incapaces de mirar al hombre herido que tenía frente a él.
- Ikki...vete....por favor...- susurró Kanon, atragantándose con su propio llanto.- No debes verme así...
- No voy a dejarte solo. No vas a afrontar esto solo. Y no vas a destruir el Santuario - Dijo Ikki hablando con firmeza y determinación. La mandíbula de Kanon se cerró con fuerza al escuchar estas palabras, su rostro permanecía cabizbajo, oculto entre sus cabellos, y sus anegados ojos se negaban a afrontar la mirada de Ikki. La vergüenza lo embargó por completo, haciéndole sentir débil, frágil...humano. Más humano que nunca.- Escúchame Kanon. El Santuario lo vas a reconstruir. Lo vas a mejorar. Harás de él un lugar digno dónde nadie más vuelva a sufrir lo que el destino deparó para ti. Tú conseguirás que el destino no escriba nada. Te preocuparás que cada alma que habite el Santuario diseñe de su puño y letra su propio destino. ¿Me oyes? ¿Comprendes lo que te digo?
El Fénix finalmente pudo apoyar la mano sobre el abatido hombro cubierto de oro, en un gesto de cercanía que incluso a él mismo sorprendió.
- Ikki...¿por qué...por qué me dices todo ésto? - Inquirió Kanon entre sollozos, dirigiendo al fin sus verdes ojos anegados en lágrimas hacia Ikki.
- Porqué confío en ti.
#Continuará#
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La Recompensa de la Redención
FanfictionKanon es el único de todos los dorados que ha sobrevivido a la guerra contra Hades, y su verdadera misión está a punto de comenzar. Será el encargado de levantar el nuevo Santuario. Tendrá lugar su mayor batalla, pero no será en la arena, sino consi...