4. Primer paso

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Kanon estaba paralizado por el terror, un terror completamente desconocido hasta ese momento, un terror que lo mantenía tendido en el frío suelo de piedra. Sus piernas habían cedido ante un desconocido pavor y ahora se encontraba medio incorporado, y todo el peso de su agitado torso estaba apoyado en el antebrazo. Un sudor helado había cubierto su frente en un instante y los desgreñados mechones de cabello azul habían quedado completamente humedecidos y adheridos a su pálido rostro. Kanon mantenía la mirada fija en algún punto que no pertenecía a ese tiempo, aunque sí en ese lugar. Sus labios balbuceaban sin saberlo palabras que no se lograban comprender, y las gotas de sudor resbalaban desde su sien hasta el mentón, bajando por el cuello y perdiéndose entre los pliegues de su camisa, totalmente mojada y pegada a la piel de su agitado pecho.

Al sentir unos rápidos pasos acercarse a él, retrocedió como bestia acorralada, resbalando con la presión que imprimían sus talones en el suelo, hasta que su espalda encontró el contacto con el muro. Unas pequeñas manos intentaban sacarlo de ese estupor, zarandeándolo por los hombros, pero su mirada seguía perdida.

- ¡Kanon! ¡Kanon! ¡Soy Kiki!

En ese momento, los verdes ojos de Kanon enfocaron el rostro del pequeño, y con un movimiento veloz lo agarró por el cuello de su camiseta, mirándolo con temor y rogando...rogando como jamás lo había hecho, ni cuando Saga le arrastró hacia las entrañas de su húmeda prisión.

- Por favor...no lo permitas...no lo permitas...Aspros...no lo permitas....¡Aspros...por favor...!

- Kanon...¡está delirando!

Kiki no entendía nada de lo que estaba pasando, no sabía qué hacer para librarlo de esa estupefacción. Lo único que sentía con certeza era que si no se soltaba de ese agarre acabaría asfixiado, así que se armó de todo el valor del que fue capaz, rezando un necesario perdón que ignoraba si acabaría por llegar.

- Kanon...Espero que me perdone...pero ésto es lo único que se me ocurre...

Kiki alzó el puño armado con dudas y temor, y después de tragar saliva con dificultad lo descargó con todas sus fuerzas contra la mejilla de Kanon. Acto seguido, las manos que amenazaban con ahogarle lo soltaron y cayeron muertas al costado del cuerpo del mayor, que había perdido el conocimiento. Un hilo de sangre asomaba por su nariz, y lo que parecía una lágrima se mezcló con el sudor de su rostro.

El pequeño achacó el estado febril de Kanon a que hacía días que no descansaba como era pertinente. Se pasaba horas y horas en Star Hill, encerrado entre esas cuatro paredes, apenas comiendo y sin dormir, únicamente engullendo humo. Al fin y al cabo, Kanon era humano, y el cuerpo había dicho basta, o esto es lomque quería pensar el joven aprendiz.

- Hay que ver...siempre echándome de todos los lados, y al final, suerte que tiene el Santuario de tenerme aquí...- Murmuró Kiki para sí mismo al tiempo que cargaba como podí con el cuerpo de Kanon para llevarlo al interior de sus aposentos.

Tiempo transcurrió de necesaria inconsciencia y Kanon por fin había dormido profundamente unas pocas horas, gracias quizás al efecto analgésico que le había proporcionado el puñetazo de Kiki. Cuando despertó, el sol aún no amenazaba con levantarse y lo único que sentía era un extremo dolor de cabeza que lo martilleaba sin cesar, además de su mandíbula dolorida. De los demás acontecimientos nocturnos no recordaba absolutamente nada, y le extrañó que Kiki estuviera dormido a su lado, pero no le dio más importancia de la debida. Últimamente se lo encontraba donde menos se lo esperaba, y ya se estaba acostumbrando a ello.

Kanon se alzó de una cama que no conseguía recordar cómo narices había hecho para llegar a ella, y sin vacilar más se dirigió hacia el baño en busca de una reparadora ducha que se llevara el bochorno que tomaba la claridad de su mente. Después de despojarse de todas sus ropas se metió debajo el agua de la ducha, deleitándose con sus reconfortantes caricias, pero su espíritu no conseguía recuperar una calma que percibía perdida. Una mala sensación se había instalado en su interior y experimentaba la extraña angustia que le provocaba el saberse consciente que su mente que se estaba olvidando de algo que involuntariamente luchaba por ser recordado, pero era incapaz de saber el qué. Largo rato pasó dejando que el agua le limpiara el espíritu, pero nada consiguió calmarle la inexplicable inquietud que se había apoderado de él. Mientras el agua seguía acariciando su apuesto rostro, Kanon no cesaba de pasar la lengua tentativamente sobre sus colmillos, unos colmillos absolutamente normales, obedeciendo a un gesto que hacía siempre, desde su niñez, cuando se concentraba en algo. Estaba claro que allí, anclado en un Templo que aún no conseguía sentir como suyo, no encontraría ninguna respuesta que saciara el hambre despertado por tantas intrigas, así que velozmente emergió de bajo las aguas, se mal secó y se vistió apresuradamente, rehaciendo los mismos pasos que hizo pocas horas antes, hacia la salida de su templo.

La Recompensa de la RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora