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Al levantarme pensé en lavarme el pelo, porque me daba tiempo, pero luego recordé lo del batido y ya no quise. Bajé las escaleras y ya estaban todos desayunando. Al sentarme a la mesa tuve el impulso de contar algo que tenía planeado desde que empezó el curso.

—Voy a hacer las pruebas para la prota en la obra del instituto —anuncié con una sonrisa. Mi madre abrió la boca para hablar, pero sonó el teléfono fijo en el salón y tuvo que ir a responder; sin embargo, Marco sí que tuvo tiempo para dedicarme uno de sus agradables comentarios.

—Increíble —ironizó con su habitual mueca de disgusto enmarcada en el rostro—. ¿Y por qué debería importarnos?

—No seas grosero. —Helena le dio con un trapo en la cabeza.

—A ti no tiene por qué importarte, pero estamos todos y quería decírselo a mi madre. —Él puso los ojos en blanco y se levantó de la mesa para salir de la cocina y subir escaleras arriba.

En menos de un minuto bajó con su mochila negra colgada al hombro, cogió un abrigo negro, que ahora sustituía su chaqueta, del gancho de la entrada y se asomó a la puerta de la cocina.

—O vienes ya o me voy solo. —Me levanté bruscamente y cogí del suelo mi mochila para seguir al pelinegro fuera de casa.

No se tardaba mucho en llegar a la parada del bus, unos cinco minutos, pero me gustaba hablar y abrí la boca para intentar charlar con Marco. Él me vio de reojo y hurgó en uno de los bolsillos de su abrigo para sacar unos auriculares negros con unos reflejos azules; se los puso en las orejas y los conectó a su teléfono.

—Bastante tengo con vivir contigo como para que encima me intentes sacar conversación cuando es innecesario.

—Creo que yo hasta ahora no te he molestado. Has sido tú el que ha entrado varias veces en mi habitación y el que ha sido grosero conmigo.

—No te oigo. —Señaló una de las orejas con el dedo índice.

  A la hora de la comida me senté en la mesa de siempre en el pequeño jardín

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A la hora de la comida me senté en la mesa de siempre en el pequeño jardín. Estaba dispuesta a sacar mi libro para leer, pero el estrepitoso ruido de la puerta abriéndose hizo que levantara la cabeza. Álex y Marco se dirigieron hacia mí con sus bandejas en las manos. El rubio iba con una radiante sonrisa, pero su amigo tenía su mueca de disgusto más marcada que de costumbre, parecía incluso enfadado. Álex se sentó frente a mí y Marco se quedó de pie a la cabeza de la mesa, dejó su bandeja de mala manera y apartó la mía igual para plantar frente a mí el cartel que anunciaba la obra que se iba a representar en el instituto.

—«Silencio. Un amor más allá de la muerte.» —leyó, dirigiendo su mirada enfadada hacia mí—. Firmado por Lagoon. —Álex y yo teníamos una cara de desconcierto parecida.

—Tío, no lo pillo —dijo el rubio.

—Ella es Lagoon. —Marco me señaló y su amigo me miró aún más desconcertado.

Lagoon, only you know. [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora