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Me desperté sin querer levantarme para ir al instituto. No tenía ganas de nada. Sabía que Agatha no iba al instituto, pero siempre quedábamos cuando yo acababa. Ahora ya no podríamos hacerlo nunca más. Me levanté y bajé las escaleras para ir a la cocina. Marco estaba desayunando. No había rastro de ninguna de nuestras madres.

—Tu madre me ha dicho que te diga que ha tenido que irse un poco antes y que si hoy no quieres ir al instituto no tienes que ir —dijo el pelinegro con la boca llena de cereales.

—No quiero ir, pero hoy tenemos examen. —Me senté a su lado en uno de los taburetes de la isla de la cocina y cogí una cucharada de su cuenco de cereales. Él me miró mal, pero no dijo nada y yo me encogí de hombros antes de levantarme de nuevo y subir a mi habitación.

Me metí en el baño y me asusté al mirarme en el espejo. Mi aspecto por fuera reflejaba más o menos cómo me sentía por dentro: tenía el pelo desordenado y enmarañado, dos grandes medias lunas moradas bajo los ojos, la mueca en mi cara era bastante deprimente y me dolía todo el cuerpo. El día anterior había intentado estar bien, estar serena, pero no podía estar actuando siempre. Me arreglé todo lo que pude antes de bajar de nuevo las escaleras. Marco ya me esperaba en la puerta, con la chaqueta nueva puesta y mirando algo en su teléfono.

Caminamos en silencio hasta la parada del bus. Cuando subimos al vehículo Álex me abrazó e intentó darme conversación todo el camino, algo en lo que no cooperé. Bajamos del autobús y caminamos hasta el instituto; había descubierto que el camino más corto era el suyo.

Entramos al edificio y abrimos las grandes puertas metálicas. Al ser los únicos que entrábamos en aquel momento, todo el mundo se nos quedó mirando. Sobre todo a mí; algunos con pena o lástima, otros con asco, algunos, extrañamente, con asombro. Nunca había sido de llamar mucho la atención, pero en aquel momento me podían mirar por mi pelo rosa, o porque todo el mundo sabía que Agatha era mi mejor amiga y ella ya no estaba, o porque hacía unos días le había dado una bofetada a uno de los chicos más importantes del instituto. Bajé la cabeza y Marco se me puso a un lado, Álex al otro. El pelinegro me pasó un brazo sobre los hombros y me acercó más a él. Ambos empezaron a caminar por el pasillo y yo los seguí cabizbaja. Todos nos miraban, nos juzgaban, pero sobre todo a mí.

—¡¿Podéis dejar de mirarnos así?! —Algunos giraron rápido la cabeza ante la exclamación de Marco, pero eran más los que no dejaron de observarnos—. ¡De verdad que es triste! ¡Ocuparos de vuestros asuntos de una puta vez! ¡¿Hemos matado a alguien?! ¡No, ¿verdad?! ¡Pues ya podéis dedicaros a vuestras cosas! —La mayoría dejaron de mirar tras aquello, pero había miradas que no cesaron.

Terminamos de avanzar por los pasillos hasta llegar a nuestra clase, nos despedimos de Álex y nos sentamos en nuestro sitio, en la última fila. Había gente que nos miró durante unos segundos, pero nada que ver con lo que había ocurrido en el pasillo. A los pocos minutos, cuando el sonido de los pasillos ya había cesado porque todos estaban en clase, entró la orientadora al aula. Nos sorprendió a muchos, porque teníamos Latín. La profesora parecía buscar a alguien con la mirada, cuando localizó a Marco habló.

—Marco, tu madre está fuera.

—Oh, mierda, se me había olvidado. Leyla, luego vuelvo, adiós.

Se levantó y salió de la clase. La profesora avanzó hasta el escritorio y se apoyó en él antes de volver a hablar.

—Bien, vuestro profesor no ha venido, tampoco ha dejado nada para que trabajéis, así que vamos a hacer una sencilla actividad para que tengáis un subidón de autoestima. —Sonrió ampliamente y se oyó cómo varios alumnos resoplaban en señal de disgusto—. Necesito que apartéis las mesas para que hagáis un círculo con las sillas. También necesito que cojáis un papel con vuestro nombre arriba y un bolígrafo.

Lagoon, only you know. [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora