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 Estaba tumbada en la cama, mirando al techo, sin hacer absolutamente nada. Eso me gustaba hacer los fines de semana. Levanté la cabeza y miré la pila de libros y cuadernos sobre mi escritorio, se podría decir que los profesores no habían escatimado en deberes para ese fin de semana.

Me levanté de la cama y me senté en el asiento que había al borde de mi ventana. Miré la calle y ví un camión de mudanzas en la casa de enfrente. Eso me sorprendió notablemente, mi madre y yo vivíamos en las afueras de la ciudad; que alguien se mudara era algo nuevo. No conseguí ver quién estaba trasladando sus cosas a la casa ahora habitada, pero esperaba que fuera alguien agradable. Después me senté en la silla de mi escritorio, y decidí que debía hacer aunque fuera una parte de los deberes.

Tras dos horas estudiando, miré de nuevo por la ventana y descubrí que el camión ya no estaba. También oí como alguien tocaba el timbre y mi madre exclamaba un «ya voy». Intenté escuchar desde mi habitación si la persona en la puerta merecía que saliera. No lograba escuchar lo que decían abajo, así que salí con la excusa mental de que iba a por un vaso de agua a la cocina. Pasé por delante de la puerta, pero no logré ver quién estaba fuera. Intenté pasar desapercibida y que mi madre no viera que estaba allí, pero se percató de mi presencia en cuanto intenté entrar en la cocina.

—¡Leyla! Tenemos nuevos vecinos, a lo mejor ya conoces a Marco.

La mención de ese nombre combinado con la noticia de que era mi nuevo vecino hizo que maldijera mentalmente mil y una veces. Me acerqué lentamente a la puerta, retrasando lo máximo posible el momento en el que descubrí, que realmente mi madre y yo hablábamos del mismo Marco. Ahí estaba, el chico de pelo color azabache que no quería ni que me acercara, siendo mi vecino; a su lado había una mujer de la edad de mi madre con el pelo del mismo color que su hijo, pero tenía los ojos azules. Aparte de eso, se parecían mucho.

—¿Sabes lo mejor de todo, hija? —La emoción en los ojos de mi madre me decía que lo que iba a decir a continuación era muy importante para ella—. ¡Ella es Helena!

Eso me dejó más desconcertada de lo que ya estaba. Tardé unos segundos en recordar quién era Helena. Aquella mujer, junto a Marco, era la que fuera, la mejor amiga de mi madre en la adolescencia y la universidad. Maldije unas cuantas veces más en mi cabeza. Si de verdad fueron tan amigas como mi madre me había contado muchas veces, eso significaba que ellos pasarían mucho tiempo en casa y viceversa. La expresión en el rostro de Marco me decía que habíamos llegado a la misma conclusión.

—Os quedáis a cenar, ¿verdad? —Mi madre sonrió emocionada y Marco y yo abrimos los ojos como platos.

No estaba preparada para estar más horas con Marco el día de hoy.

—Si vamos a cenar, voy a casa a cambiarme. —Asentí con el breve consuelo de que el chico desapareciera, al menos, hasta la hora de la cena. Se alejó sin dejar que nadie respondiera y Helena y mi madre entraron en la cocina para preparar la comida.

Yo me metí en mi habitación y decidí ducharme y vestirme con algo mejor que el pijama de Stitch que llevaba puesto.

Yo me metí en mi habitación y decidí ducharme y vestirme con algo mejor que el pijama de Stitch que llevaba puesto

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