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Era maravilloso. Aquella felicidad que sentía al haber vuelto con Marco hacía que estuviera mucho más alegre de lo normal.

Volvía de comprar algunas cosas para lo que tenía preparado para el día siguiente. De repente, debajo de un coche apareció un pequeño gato blanco de ojos azules. Se acercó a mí y se sentó delante de mis pies. Dejé la bolsa que llevaba en el suelo y me agaché para acariciar al gatito. Se restregó contra mi mano y maulló, a los pocos minutos saltó al otro lado de la valla que había a nuestro lado.

Al llegar a casa, dejé las cosas en la cocina y ahogué un grito al verme la mano. Estaba hinchada, completamente hinchada. En ese momento entró Marco en la cocina.

—Hola, ¿adónde has... —Se interrumpió de golpe al verme y se acercó a mí corriendo alarmado. Puso sus manos sobre mis mejillas y escudriñó mi rostro—. ¿Qué te pasa en la cara?

—¿La cara? —Corrí al baño y me miré en el espejo.

Tenía la cara también hinchada, pero ni mucho menos como la mano. Marco apareció a mi espalda y me miró preocupado.

—¿Se puede saber qué has hecho para ponerte así?

Intenté pensar qué había hecho, pero lo único nuevo que había tocado era... el gato. Había tocado un gato por primera vez.

—He acariciado a un gatito. —Afirmé después de unos instantes de silencio.

—¿De la calle? —Asentí y él suspiró—. Genial, vamos al coche, te llevo al hospital. ¿Tu madre trabaja hoy, no? —preguntó avanzando por el pasillo hasta la puerta de entrada.

Llegamos a la puerta y cada uno se puso su chaqueta; yo la que me había quedado suya, y él la que yo le había regalado.

Nos subimos al coche y él me pasó su teléfono antes de arrancar.

—Llama a tu madre y dile que vamos para allá.

—Yo tengo móvil, ¿lo sabes, verdad?

—Sí, lo sé tan bien como que el tuyo te lo has dejado dentro. —Me dedicó una sonrisa burlona antes de mirar a la carretera.

Marqué el número de mi madre y le dije que íbamos para allá porque creíamos que un gato me había dado alergia. Ella se preocupó; en mi opinión, demasiado. Pero a lo mejor era porque no tenía un espejo para verme la cara. Además, Marco exageró bastante cuando habló con mi madre.

Aparcó delante del hospital y salimos, Marco con una prisa exagerada. Me llevó por todo el hospital, lo conocía muy bien, sabía perfectamente adónde teníamos que ir. Subimos dos plantas y llegamos a una sala de espera, donde estaba mi madre con su traje de enfermera.

Me explicó que era probablemente alergia a los gatos, pero quería comprobarlo por si era algo de casa. Tuvieron que hacerme un análisis de sangre y aproveché la oportunidad para pedir que también me dijeran el grupo sanguíneo que tenía. Al final no dolió tanto como yo esperaba, pero fui incapaz de mirar, no quería ver mi sangre; seguro que me habría desmayado. Sin embargo Marco, que no se separó de mí ni un segundo, sí que miró; la verdad es que me pareció increíble que ni se inmutara.

Con el análisis ya hecho y el tratamiento administrado, volví a casa con Marco porque mi madre todavía debía acabar su turno en el trabajo. La hinchazón de mi cara y mano ya estaba disminuyendo, pero todavía no se había ido completamente.

Al final, cenamos viendo la película de Orgullo y Prejuicio, basada en la novela de Jane Austen. A Marco no le gustó la película, pero a mí me encantaba. Podría verla mil veces más.

Lagoon, only you know. [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora