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Me levanté de la silla de mi escritorio con un libro en la mano. Eran las doce menos cinco de la noche y tenía sueño ya, pero para mí era ley de vida leer un poco antes de dormir; aunque fuera sólo una página. Me acomodé en la cama con la espalda apoyada en el cabecero y con un cojín sobre mi regazo para apoyar el libro. Había leído menos de dos minutos cuando se abrió la puerta de mi habitación y entró Marco para sentarse en la silla en la que yo había estado poco antes. Ni siquiera me miró. Estaba muy pendiente de lo que quiera que hubiese en su teléfono. Esperé pacientemente un minuto entero a que dijese algo, pero seguía sin abrir la boca.

—¿Marco? ¿Todo bien? —No levantó la cabeza ni se inmutó por mi pregunta.

Quería, no, necesitaba saber qué lo tenía tan absorto y qué hacía en mi habitación si no me iba a hacer caso. Me levanté dejando el libro a un lado y me acerqué a él. Cuando casi iba a ver lo que había en su pantalla, él me puso una mano en la cara. Hasta aquel momento, no me había dado cuenta de lo grandes que eran sus manos, o enteramente él, respecto a mí en general. Forcejeé inútilmente, intentando que el chico quitara su gran mano de mi cara, pero hasta que él no la quitó voluntariamente, no pude ver nada. Entonces me mostró la pantalla de su móvil. Ni siquiera estaba desbloqueado, en la pantalla lo único que aparecía era una foto nuestra, que tenía de fondo, con la hora y la fecha. Sonreí al ver la foto.

—Me gusta esa foto, ¿por qué yo no la tengo? —inquirí apartando mi mirada del dispositivo para fijarla en el pelinegro. Marco frunció el ceño durante un segundo, apagó el teléfono y luego sonrió.

—Feliz cumpleaños.

Abrí los ojos como platos al escuchar lo que dijo. Me abalancé sobre la mesa para coger el teléfono que Marco había dejado allí. Lo encendí: 00:01, 1 de Abril. Sólo se me ocurrió una cosa, y sin querer la dije en voz alta, como si mis palabras hubieran cobrado vida propia sólo para salir de mis labios.

—Ya puedo ir a la cárcel —murmuré sorprendida.

Gracias al chico frente a mí, los últimos meses habían pasado a la velocidad del rayo. No me había dado cuenta de lo rápido que había pasado todo, pero ahí me di cuenta de que habían sido los mejores meses de mi vida. Marco me miró serio, pero noté que estaba así porque intentaba reprimir una carcajada. No pudo aguantar mucho. Su risa reverberó por toda mi habitación y por un momento temí que alguna de nuestras madres despertara. Cuando se calmó, después de reír durante bastante rato, sonrió.

—Acabas de cumplir 18, y tú, precisamente tú, ¿te preocupas de si puedes ir a la cárcel?

Empezamos a reírnos los dos a carcajadas. Nos reímos durante bastante tiempo, tanto que se me acabó olvidando de qué nos reíamos. Al final nos sumimos en un silencio cómodo, sentados en mi cama con la espalda apoyada en el cabecero, tal y como había estado yo no mucho rato antes. Teníamos la cabeza apoyada en la pared y mirábamos al techo. Ambos intentábamos recuperar el aire después de reírnos tanto.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó rompiendo el silencio.

—Ya lo tengo pensado —respondí sonriendo mientras mostraba todos mis dientes.

—¿Qué vamos a hacer?

—Es una sorpresa. —Él suspiró y separó la cabeza de la pared para girarla hacia mí.

—Siempre haces lo mismo.

—Lo sé.

—Creo que me estoy empezando a acostumbrar. —Sonrió y empezó a levantarse de la cama, pero antes de que se pusiera en pie lo cogí de la muñeca.

—¿Quieres dormir aquí esta noche?

  —¿Quieres dormir aquí esta noche?

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Lagoon, only you know. [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora