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Me desperté agotada, y en mi cama. Estuve mirando al techo unos minutos antes de sentarme con la espalda en el cabecero de la cama. Tuve que ahogar un grito cuando vi a Marco dormido en la silla de mi escritorio. Me levanté de la cama lentamente y me acerqué a él. Estaba dormido. Iba a entrar al baño cuando oí el chirrido que hacía aquella silla cuando alguien sentado en ella se movía. Me di la vuelta para ver cómo Marco se estiraba.

—Buenos días —murmuré. Él se quedó parado un segundo en el que me miró fijamente.

—Hola, ¿cómo estás?

—Bastante mejor que ayer. Por cierto, muchísimas gracias.

—No hay nada que agradecer. —Miró el reloj en mi mesita de noche—. Son las ocho de la mañana.

—Lo sé, siento haberte despertado, creo que puedes dormir un poco más en tu cama. —No es que quisiera echarlo, pero había hecho mucho por mí y no quería molestarlo con esta otra cosa que quería hacer.

—No, ya dormiré esta noche. Ahora tengo que ayudarte en lo que sea que estés pensando. —Me quedé confundida unos segundos, no entendía cómo en tan poco tiempo ya me conocía tanto—. Bien, ¿qué vamos a hacer? —Frotó sus manos una contra la otra.

—Quiero volver a la laguna a hacer algo, pero no hace falta que vengas, quiero decir, puedo hacerlo yo sola.

—¿Quieres hacerlo sola o puedes hacerlo sola?

—Puedo —murmuré.

—Genial, entonces voy contigo.

Después de una hora salimos de casa con una bombona de helio, globos blancos y un rollo de cuerda. Marco me había preguntado innumerables veces qué íbamos a hacer. En todas le respondí lo mismo: «ya lo verás».

Marco condujo hasta la puerta del bosque e hicimos el mismo recorrido de la noche anterior hasta llegar a la roca. La escalamos y subimos las cosas que llevábamos con nosotros. Coloqué la bombona entre mis piernas y cogí un globo. Empecé a hincharlo de helio.

—¿Me vas a decir ya qué vamos a hacer? —Se cruzó de brazos.

—Cuando Agatha y yo éramos pequeñas, su gato murió. Era un gato muy mayor. Ella lo quería con locura. Cuándo falleció ella estaba súper triste. Me dijo muchas veces que había un montón de cosas que le quería decir. Teníamos como nueve años, y a mí se me ocurrió mandarle un mensaje.

—¿Con los globos?

—Sí, pensé que si le susurraba al globo lo que quería decirle, el helio guardaría el mensaje hasta que llegara a Miau; él lo explotaría y escucharía el mensaje.

—¿Vas a hacer eso? —No lo preguntó con burla, tampoco con pena o con lástima.

—Sí. —Una solitaria lágrima resbaló por mi mejilla. Él se acercó y me la retiró con su pulgar.

Se apartó y se agachó para coger un trozo de cuerda, yo quité el globo de la boca de la bombona y le hice un nudo para luego atarlo con la cuerda.

—También pensé que los globos debían ser blancos.

—¿Por qué?

—No tengo ni idea. —Me encogí de hombros.

Acerqué el globo a mi cara, la idea era susurrarle el mensaje al globo.

—Tengo un vacío en el pecho desde que sé que no estás. Odio que te hayas ido, odio que no te quedaras en la fiesta, odio no haber estado contigo, odio pensar en que no podré verte más, no soporto esa idea... —susurré, creí que lo suficientemente bajo para que no me oyera, pero por la expresión en su rostro supe que lo había oído todo.

Lagoon, only you know. [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora