CAPÍTULO XI

121 19 20
                                    

GAIA

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

GAIA.

Emprendo el camino de regreso cuando el sol comienza a hacer su camino a través del horizonte; y al aparcar en el camino de entrada de mi casa diviso una figura sentada en las escaleras del porche.

—¿Dónde estabas? —cuestiona, poniéndose en pie al verme descender del coche.

Eh... ¿disculpa?

El hecho de que eso no es de su incumbencia es el primer pensamiento que pasa por mi mente antes de que balbucee—: Fui a dar un paseo.

—¿Durante cinco horas?

En realidad, han pasado nueve horas desde que abandoné mi casa para ir a encontrarme con Carter, pienso. Pero mantengo la boca cerrada porque sé que si señalo ese hecho sólo estaré añadiendo leña al fuego.

En cambio, asiento lentamente antes de esquivarlo para subir los escalones y abrir la puerta de entrada.

—¿Dónde estabas? —repite, su pregunta cortando el aire entre nosotros abruptamente y provocando que me detenga ni bien cruzo el umbral.

—No es de tu incumbencia —replico, deteniéndome en medio del vestíbulo para dispararle una mirada molesta. Ahí está. Lo dije.

Ingresa a la casa y cierra la puerta. Se para frente a mí, prácticamente elevándose sobre mi apenas metro sesenta de altura, y me estudia detenidamente con sus ojos dorados.

—Fuiste a ver a Carter —dice al cabo de unos minutos; y la expresión en mi rostro es toda la respuesta que necesita—. ¿Por qué?

—Sólo quería hablar con él, ¿de acuerdo? —espeto, volteándome y caminando hacia la cocina con mis pies golpeando violentamente el suelo a cada paso que doy.

Me detengo frente a la cafetera y echo café molido en el filtro para luego recoger la jarra y dirigirme al fregadero.

—Querías hablar con él —se mofa detrás de mí—. ¿Acaso crees que soy estúpido?

Me detengo antes de siquiera abrir el grifo y me volteo para enfrentarlo con la cafetera en una mano y el ceño definitivamente fruncido.

—¿Disculpa? —Pestañeo con confusión y sorpresa.

—¿Acaso crees que soy estúpido? —repite Aryeh, con el veneno tiñendo cada palabra—. ¿Crees que no sé que acudiste a él para pedir ayuda? ¿Que no me he dado cuenta de que estás entrenando sólo para poder enfrentarte a los tipos que mataron a Gideon cuando los encuentres? Si es que siquiera logras encontrarlos...

—Cállate —digo tan fría y calmada como puedo mientras deposito con delicadeza la jarra sobre la encimera. No creí que fuera posible, pero de alguna forma me enfado cada vez más con cada palabra que abandona su boca—. No sabes nada.

—¿Qué demonios está mal contigo? —Desliza una mano a través de su cabello dorado y sostiene las hebras en un puño.

—Tengo el presentimiento de que estás a punto de decírmelo —siseo entre dientes.

VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora