CAPÍTULO XIII

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GAIA

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GAIA.

Me siento en una de las sillas de cuero de la sala de espera por casi dos horas, observando a la recepcionista conversar con un musculoso sujeto de pelo rapado, vaqueros desgastados y botas militares negras llenas de rozaduras.

Miro embelesada los tatuajes de colores que se asoman bajo las mangas enrolladas de su camiseta azul y cubren sus antebrazos. Comienzan en las muñecas y, hasta donde puedo ver, terminan donde inicia su cuello. Se puede ver que trabaja mucho físicamente, porque su cuerpo delgado y musculoso no tiene ni una pizca de grasa.

Me toma un gran esfuerzo apartar mis ojos de él, y cuando lo hago descubro que la mujer sentada detrás del mostrador se encuentra mirándome con una expresión divertida en su rostro.

Oh, oh. Espero que no sea su novia.

—De acuerdo —dice, llevando sus ojos nuevamente al hombre frente a ella—. Nos veremos luego. Cuídate, Gypsy.

—Adiós, Eve —se despide, y su profunda y sensual voz me hace estremecer. Le da un apretón a la mano tatuada de la mujer antes de dirigirse a la puerta; y cuando camina junto a mí sus ojos, negros como el carbón, se encuentran con los míos durante un breve segundo antes de que abandone la tienda.

Eve rodea el mostrador y se detiene frente a mí. Luce unos pantalones cortos de mezclilla que, al igual que su camiseta, tienen el propósito de mostrar la mayor cantidad de piel tatuada.

—¿Blaire? —pregunta, sin estar segura si ese era mi nombre—. Jax está listo para ti. Si fueras tan amable de seguirme.

Rápidamente me pongo en pie y la sigo hacia una de las estaciones de trabajo, admirando los diseños en su pierna derecha y su brazo izquierdo. Mandalas, flores, calaveras, pájaros que parecen ser cuervos e incluso un intricado diseño de una manzana, una serpiente y un conjunto de manos que sin lugar a dudas representan a Eva y el fruto prohibido.

—Bueno, hola. —El hombre sentado en una silla de cuero con ruedas se pone en pie y me regala una amplia sonrisa—. Yo me encargo desde aquí, Eve.

Con un asentimiento, la recepcionista vuelve a su lugar de trabajo sin siquiera arriesgar otra mirada en mi dirección. ¿Tal vez la ofendí al estudiar tan detenidamente a su musculoso, rapado y tatuado novio?

—¿Qué puedo hacer por ti, muñeca? —Jax me señala con un gesto de su mano a la camilla cubierta de plástico para que tome asiento mientras él se coloca unos guantes desechables.

Me tiemblan tanto las manos cuando me acomodo frente a él que me obligo a entrelazarlas y ocultarlas entre mis piernas. Me siento absolutamente nerviosa a pesar de estar tan segura acerca de esta decisión como lo estuve cuando acepté casarme con Gideon.

—Dos colibríes en vuelo —le digo, manteniendo el nerviosismo fuera de mi voz mientras coloco un dedo sobre mi clavícula izquierda, apenas unos centímetros sobre mi corazón.

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