CAPÍTULO XXIV

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GAIA

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GAIA.

Cuando el Sol finalmente se oculta en el horizonte y la oscuridad se apodera de todo, me visto a toda prisa con prendas de color negro para poder camuflarme fácilmente con las sombras y recojo mi cabello en una pequeña coleta en la base de mi cuello.

Desciendo las escaleras hacia la cocina y lleno un termo con café recién hecho antes de guardarlo en la mochila junto a la cámara fotográfica de mi madre. Me aseguro que los cuencos de Rocky se encuentren llenos con agua y comida antes de arrodillarme frente a él y despedirme con un beso en la cima de su peluda cabeza.

—Volveré pronto, amigo —le digo, rascando detrás de una de sus orejas antes de ponerme en pie—. Cuida la casa por mí.

Colgándome la mochila al hombro, camino hacia la sala de estar en busca de las llaves del coche y luego bajo las escaleras hacia el garaje. ¿Una de las ventajas de vivir absolutamente sola? No tienes que molestarte en moverte alrededor de tu propia casa de manera sigilosa a las tres de la madrugada.

Acciono el botón que abre la puerta del garaje en mi camino hacia el coche y con el zumbido que el mecanismo produce al abrirse sonando extrañamente fuerte en la silenciosa noche me acomodo en el asiento del conductor. Deposito con cuidado mi mochila en el asiento vacío junto a mí y pongo en marcha el motor.

Mientras conduzco por el camino de tierra flanqueado por la frondosa vegetación que conecta nuestra comunidad con la carretera principal, miro cómo mi casa se hace cada vez más pequeña en el espejo retrovisor.

Dejo atrás el bosque con rapidez, mi cabeza demasiado concentrada repasando mentalmente la manera en la que Carter reaccionó cada vez que hablábamos sobre Zhao Wang como para preocuparme por la velocidad a la que me encuentro conduciendo. Respirando profundamente, me obligo a levantar el pie del acelerador para disminuir la velocidad al acercarme a una curva.

Llegando a la conclusión de que tal vez estoy reaccionando desproporcionadamente a algo que sólo existe en mi cabeza, enciendo la radio, subo el volumen y me reclino hacia atrás contra el respaldo del asiento mientras el ritmo del rock indie inunda el interior del coche.

Cuando me encuentro a sólo unos metros de mi destino, apago los faros del coche y dejo que la oscuridad me envuelva. Los vellos de mis brazos y nuca se erizan ante el temor de conducir prácticamente a ciegas a través de sinuosas curvas y viejas bodegas; y sólo logro respirar con normalidad cuando finalmente me detengo a una distancia prudente de la construcción de hormigón y tejado plano que tantas veces he visitado durante estos últimos años.

Llevo el auto hacia el estrecho espacio entre dos edificios ubicados lo bastante cerca para poder ver a los empleados de Carter trabajar con absoluta claridad, pero con la protección de las sombras a mi alrededor así mi coche no corre peligro alguno de ser descubierto, y apago el motor.

Bajo el volumen del estéreo hasta que la canción que se encuentra reproduciéndose es casi inaudible, como si aquellas personas pudieran oír la música a pesar de la distancia, y me inclino hacia el asiento del acompañante para poder tomar la cámara de mi madre de dentro de la mochila. Alzándola frente a mí, veo a través de la lente las idas y vueltas de las personas que trabajan para él y capturo imágenes de prueba, modificando la exposición, el acercamiento y demás cosas que mi madre me explicó brevemente antes de entregarme su cámara esta misma tarde.

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