CAPÍTULO VI

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GAIA

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GAIA.

Despierto con un sobresalto. Siento los rayos del sol sobre mi rostro, palpitaciones en mis sientes y una increíble jaqueca que siempre creí que los dibujos animados sentían cuando un yunque les caía encima.

Con cautela, abro mis ojos y parpadeo rápidamente para intentar enfocar mi vista. Presiono la mano sobre mi frente, intentando aliviar algo del latido mientras trato, no sin esfuerzo, de incorporarme. Sintiendo como si mi cerebro fuera a explotar, me pongo en pie y pateo accidentalmente una botella vacía en mi camino al cuarto de baño.

En aquel momento me pareció una buena idea asaltar el maldito mueble bar, pero ahora que tengo una resaca de las que hacen historia me doy cuenta que probablemente actué como una maldita desquiciada.

Con el estómago revuelto y la apariencia de alguien al que acaban de sentenciar a muerte, abro la llave de la ducha y me desvisto mientras el cuarto de baño se llena de vapor, rezando para que el agua caliente me libre de la resaca.

Apenas puedo mantenerme en pie mientras lavo mi corto cabello y mi cuerpo, e incluso el peso de mi cerebro contra el frente de mi cráneo cuando inclino mi cabeza para cerrar la ducha es más de lo que puedo soportar.

Todas las alarmas en mi cabeza, o al menos las que no se fundieron anoche con el alcohol, se encienden cuando escucho el ruido de la puerta de entrada. Envuelvo rápidamente mi cuerpo con la toalla, tomo las tijeras que anoche arrojé dentro del lavabo y las sostengo en mi puño.

Con todos los músculos de mi cuerpo tensos, listos para correr o atacar dependiendo de las circunstancias, abro la puerta y camino fuera del cuarto de baño... sólo para encontrarme cara a cara con Aryeh.

—Demonios, Aryeh. —Me llevo una mano al pecho, donde mi corazón late frenéticamente—. Casi haces que te mate.

—Con unas tijeras —dice con sorna. Sus ojos dorados se estrechan cuando pasa un pulgar sobre la piel sensible debajo de mi ojo derecho—. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una noche entera de sueño?

Su intensa mirada recorre mi cuerpo de arriba a abajo; pero cuando se da cuenta que sólo llevo una toalla, devuelve rápidamente su mirada a mi rostro.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste algo? —pregunta con seriedad—. No te lo tomes a mal, pero te ves como la mierda. Excepto por tu cabello, claro.

Me encojo de hombros.

—Estoy bien. —Cambio el peso de un pie al otro mientras paso mi mano libre por mi cabello, aferrándome a la oportunidad para cambiar de tema—. Estaba cansada de tenerlo desparejo, eso es todo —miento, usando como excusa a aquel sector de cabello que los doctores tuvieron que afeitar para poder realizar la craneotomía descompresiva.

Pero cuando Aryeh arquea casi imperceptiblemente una de sus doradas cejas, sé que no se creyó esa pobre excusa que se deslizó de mis labios con sorpresiva facilidad. Es mucho más inteligente que eso.

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