CAPÍTULO XXIII

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HUNTER

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HUNTER.

Luego de tres años de servicio en Oriente Medio había aprendido que cada vez que salíamos a patrullar íbamos a ver todo tipo de situaciones horribles. Pero nada me había preparado para la imagen de un niño de tres años sentado entre la sangre de su madre en medio de la calle.

El nombre de su madre era Jamileh y los talibanes la ejecutaron en mitad de la plaza de la ciudad por sus delitos, el principal de ellos siendo trabajar para dar de comer a su hijo.

Por un momento me pregunté si alguien de esa ciudad recogería al pequeño o si le dejarían morir ahí junto al cuerpo ultrajado de su madre; pero en realidad sabía que no tenía sentido preguntármelo.

Escuchar los gritos horrorizados del niño mientras mi escuadrón esperaba por un permiso para proceder me ponía enfermo, sus lamentos pasaban por mis oídos directamente hacia mi jodido corazón. No podía quedarme oyéndolo por otro maldito segundo, así que tan pronto como nuestro superior dio el visto bueno me acerqué a él para apartarle del cadáver. Debería de haber sabido que, en lugar de salvar su vida, acababa de firmar su sentencia de muerte.

Fui corriendo y le cogí en brazos. Él no quería separarse de ella y agarró con fuerza el burka, arrastrándolo por la cara de su madre mientras le levantaba. Al ver el corte en su garganta de oreja a oreja que dejaba a su cabeza casi colgando, deseé con todas mis fuerzas que el niño fuera lo bastante pequeño para no recordar a su madre así.

Tuve un presentimiento terrible casi de inmediato mientras le acunaba contra mi pecho para sacarle de allí corriendo. Él estaba arañando mis brazos, mi pecho, pateando mi cuerpo tan duro como podía hasta que se oyó un silbido que me erizó la piel.

Sus llantos cesaron inmediatamente y su cuerpo quedó inmóvil. Entonces, percibí la sangre emanando de su cuerpo. Perdía demasiada sangre como para que un niño tan pequeño pudiera sobrevivir.

Ellos lo usaron como un señuelo para atraerme y yo caí directo en su trampa.

Un segundo más tarde todo se volvió un caos.

Ese día fue el último que todos los integrantes de mi escuadrón estuvimos vivos al mismo tiempo.

Despierto jadeando por aire y con mis entrañas revueltas.

El consejero con el que hablé al regresar de mi última misión dijo que las pesadillas eran normales y que eventualmente se desvanecerían. Pero ya ha pasado más de un año y los sueños son tan vívidos como si hubiera estado allí ayer.

Me froto el rostro con ambas manos, descubriendo que mis mejillas se encuentran húmedas, y salgo de la cama. Camino alrededor de mi nueva habitación con mi cuerpo cubierto en sudor y mi corazón acelerado como si estuviera tratando de salirse de mi pecho antes de finalmente decidir darme una ducha.

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