CAPÍTULO I

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GAIA

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GAIA.

Durante mucho tiempo, he estado entrando y saliendo del estado de conciencia. Mi cabeza se siente incómodamente llena, como si hubiera sido rellenada con algodón, y mis oídos laten y suenan al ritmo de mi pulso.

Todo lo que siento es dolor o entumecimiento. Mi cabeza, mi brazo... dolor abrasador.

Trato de abrir los ojos, pero mis párpados se sienten como si estuvieran pegados entre sí. Intento tragar saliva para contener el miedo, pero algo bloquea mi garganta.

Un torrente de imágenes vuela en mi mente con la velocidad de un rayo. Destellos de luz, sonidos ensordecedores, olores intensos y una agonía insoportable. Trato de eliminar esas imágenes de mi mente, pero eso parece ser imposible. Deseo que se detengan o al menos que se enlentezcan para que mi aturdida mente pueda procesarlo todo, pero eso no parece importar.

Recuerdo. Recuerdo observar el concentrado rostro de Gideon al conducir, su cabello color arena más alborotado de lo normal, sus nudillos blancos por la fuerza con la que sujetaba el volante y sus abrasadores ojos grises enfocados en la carretera resbaladiza frente a nosotros. Recuerdo el gran estruendo producido cuando el coche detrás de nosotros nos embiste, haciendo que Gideon pierda momentáneamente el control de nuestro vehículo y nos desviemos ligeramente del camino. Recuerdo desabrocharme el cinturón y voltearme para poder sujetar el rostro de nuestro hijo entre mis manos cuando su asustada voz pregunta qué sucede. Y, sobre todo, recuerdo haber sabido que iba a morir.

Pero por algún extraño giro del destino, no lo hice.

O al menos eso es lo que creo.

Me concentro en mover una mano, tratando de regular mi respiración y aminorar el latido frenético de mi corazón. Intento mover los dedos de mi mano derecha, pero me detengo cuando un dolor intenso me recorre todo el brazo.

Un pitido estridente que parece coincidir con el latido de mi corazón perfora mis oídos.

Tengo miedo.

Las lágrimas llenan mis ojos cerrados, empiezo a temblar y a lamentarme en silencio a pesar de la obstrucción en mi garganta.

No puedo respirar.

Comenzando a entrar en pánico, obligo a mis ojos arenosos a abrirse. Tardo un par de segundos en poder enfocar mi vista y ver los paneles del techo sobre mí.

¿Por qué estaría en algún lugar con ellos? ¿Dónde diablos estoy?

Con mucho esfuerzo vuelvo la cabeza hacia un lado, e incluso ese simple movimiento me hace sentir repentinamente mareada. La habitación se encontraría completamente a oscuras de no ser por la débil luz lateral que se encuentra encendida.

—Hola —susurra una voz masculina desde la silla ubicada a unos metros de mí en cuanto ve que me encuentro despierta.

Los detalles son borrosos pero aquel cabello revuelto resulta inconfundible.

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