CAPÍTULO XIX

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HUNTER

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HUNTER.

Estábamos por lo menos a cincuenta grados y nuestros Humvee no tenían aire acondicionado, pero bajar las ventanillas suponía arriesgarse mucho y ninguno de nosotros estaba dispuesto a correr ese riesgo. Pero resultó ser que la arena que podía haber ingresado a través de la ventanilla abierta o la experta puntería de un francotirador era lo último de lo que debíamos preocuparnos.

Un minuto, los seis tripulantes de la Humvee revisábamos nuestro plan, y al siguiente todos nosotros volábamos por los aires en una combinación de fuego y metralla cuando nuestro coche explota y se parte en dos.

La arena se adhiere a la sangre que cubre mi rostro y apenas puedo respirar cuando aterrizo con un fuerte golpe varios metros lejos de dónde nos encontrábamos. Me zumban los oídos, pero aun así puedo escuchar desde algún lugar los gritos de mis compañeros.

Abro los ojos de golpe y me incorporo en la cama llevándome una mano al pecho, sintiendo como si estuviera ahogándome en sangre y arena aunque el desierto se encuentra a una eternidad de distancia. Jadeando y chorreando sudor, analizo la austera habitación donde me encuentro antes de cerrar mis ojos y suspirar profundamente.

Ya no estoy allí. Sólo fue un sueño. Eso fue hace mucho tiempo.

Repito el mantra para mí mismo mientras espero a que mi ritmo cardíaco vuelva a la normalidad y las imágenes que se reproducen en mi cerebro se desvanezcan momentáneamente una vez más.

Es una batalla diaria, el luchar contra los recuerdos. Con los años pensé que mejoraría, pero no fue así. Hay pocas cosas que logran distraerme, en realidad sólo tres: Fotografiar, hacer ejercicio... y tener sexo.

Esas son las únicas tres cosas que parecen importarme últimamente. Especialmente la última.

Frotándome el rostro con ambas manos, me pongo en pie y camino hacia el escritorio junto a la ventana, donde mi computadora portátil se encuentra copiando los archivos de mi cámara fotográfica desde la noche anterior. Al ver que la transferencia ya se encuentra finalizada, remuevo la tarjeta de memoria del ordenador y la coloco una vez más en la cámara antes de guardarla en su estuche. No fueron sus sensores mucho mayores que los de la mayoría, lo que permite una calidad mucho mayor en las imágenes, lo que hizo que me decidiera a comprarla, sino lo similar que es a la que había aprendido a usar en el taller de fotografía al que mi madre me había inscrito al comienzo de la escuela secundaria; meses antes que ella muriera y años antes de yo me alistara a las fuerzas de operaciones especiales.

Luego de lanzar una rápida mirada al anaranjado cielo del otro lado de la ventana, camino hacia el minúsculo cuarto de baño. Abro la llave del agua del lavabo y me aferro al fregadero, inclinándome para que el agua fría fluya sobre mi cabeza por unos minutos antes de incorporarme y cepillarme los dientes.

La primera noche en un nuevo país siempre es complicada. Es el único momento en un viaje cuando todos los horrores que presencié en mis días como comando parecen revivir. De día se mantienen a raya, ocultos del sol y los extraordinarios paisajes que intento capturar con mi cámara, mientras que por las noches consigo desterrarlos al perderme en el cuerpo de una nueva y muy afortunada mujer.

VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora