Capítulo 10: La mujer que llora

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Al caer sentí como mi espalda trono y a pesar de que intenté levantarme el sueño me venció poco a poco, parecía como sí mi cuerpo fuera más liviano, me deje caer en los brazos de Yohualtecuhtli con pesar.

Tu pueblo te espera, descansa pájaro de agua, los cuidaremos por ti

Los intensos rayos de sol me hicieron abrir los ojos, obligándome a parpadear varias veces para acostumbrarme a la luz, las enormes escaleras del templo aparecieron frente a mí, el pueblo estaba debajo, en primera fila estaban los guerreros jaguar, en segunda fila los guerreros águila y después la gente del pueblo.

Yo estaba parada y a mi lado izquierdo estaba mi padre, del lado contrario mi esposo y a su lado estaban 4 pequeños niños, 3 hombres mayores de entre 7 y 9 años y una pequeña de 5 años.

Sentía como si mi cuerpo y mi alma no me pertenecieran y fuera solo un espectador.

Yo alce mi brazo derecho a la par que mi esposo que levantaba el brazo izquierdo.

Uno a uno mis hijos pasaban frente a mí y hacían una reverencia iniciando por la más pequeña. Cuando llegó el turno del último de mis hijos este me observó con odio, el pecho comenzó a dolerme y mis gritos no salían, todos me observaban, pero nadie me ayudaba.

Su mirada la dirigió a mi abdomen y en esta un enorme charco rojo se divisó, mis manos igualmente estaban cubiertas de aquel líquido espeso rojizo, mi cuerpo cayó al piso y fue cargado con sutileza por Surem quien me miraba con dolor, yo intentaba moverme, gritar y llorar, pero no lo lograba. De repente sentí un enorme dolor en el pecho el cual me obligó a cerrar los ojos por un instante y cuando los volví a abrir nuevamente el olor a tierra húmeda inundó mis fosas nasales.

A mi alrededor no había más que tierra húmeda y un clima cálido y húmedo, cuando finalmente pude pararme me subí a la copa del árbol y pude observar Tenochtitlan a lo lejos, concluí que lo mejor sería tomar el camino del lago. Decidida bajé de la copa y comencé a caminar, mis sentidos estaban alerta pero no podía dejar de pensar en aquel sueño.

Era claro que tendría 4 hijos, y uno de ellos sería el que me llevaría a la tumba, pero ¿por qué? Las preguntas del porque ese sería mi final no salían de mi mente.

La noche cayó sin darme cuenta y el vagar sola y sin luz hizo que subiera a la copa de un árbol, a pesar de que había caminado bastante aun me faltaba un día de camino, decidida a llegar al amanecer seguí mi camino, pero una espesa niebla me hizo detenerme, no podía observar nada de lo que había a mi alrededor.

El llanto de una mujer me alertó, la escuchaba bastante lejos de mí, pero sus lamentos eran lo suficiente claros, mi caminar se hizo más rápido del lado contrario de donde los lamentos prevenían, las historias que mi padre me había contado hicieron eco en mi mente, pero al cruzar junto al lago la silueta sombría de una mujer con vestimentas desgarradas y sangre en sus manos me hicieron retroceder, me aleje del lago y corrí, mis piernas se movían y los lamentos parecían desaparecer, cuando decidí mirar hacia atrás la mujer estaba justo detrás de mí, mi cuerpo se congelo, no podía moverme, mi corazón dolía y el nudo en mi garganta me ahogaba.

— No confíes en nadie — exclamo la mujer quien al desviar mi mirada de aquellos ojos oscuros y llenos de dolor pude observar que su vestimenta estaba conformada por una falda de serpientes que yacían inertes, su cuerpo estaba decorado por diversos glifos aztecas y en su cabeza yacía un penacho de color verde, en el cual una calavera se encontraba en el centro. — Tus hijos podrán ser tu salvación o tu perdición, no olvides quién eres, mantén tu espíritu en la tierra y no dejes que sus corazones se llenen de avaricia y rencor — al escuchar su voz y mirarla con detalle me di cuenta que era Coatlicue, la misma "diosa" que me había cuidado desde hace muchos años estaba frente a mí, pero parecía como si hubiese sufrido mucho.

Sangre MexicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora