CAPÍTULO 22.

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Amparo: ¿eso era lo que te ponía nerviosa decir, Alejandra?
Alejandra: claro que no, tía. Solo que no quiero burlas por los antojos.

Todos nuevamente rieron, y así entre risas y plática, comieron cada cual su respectiva comida y postre.
Al terminar se pusieron de acuerdo todos para ir a la alberca un rato.

Cada quien subió a sus recamaras para cambiarse y ponerse los trajes de baño, ya hecho eso, nuevamente bajaron y se volvieron a encontrar. Algunos se acomodaron para tomar un poco el sol y otro entraron a la alberca. Estuvieron ahí como por 3 horas, después todos en acuerdo dijeron que querían ir al spa, a recomendación de Amparo y Alejandra, pues ellas ya habían ido y decían que estaba padrísimo, los hombres no muy convencidos, pues ellos preferían ir al bar, tuvieron que aceptar pues sus mujeres hicieron tal cara, que definitivamente lo mejor era ir, sin resistencias, claro está.

Estuvieron por un largo tiempo en este, se relajaron lo más que pudieron, pero al terminar subieron a hacer maletas, pues ya tenían que regresar a la casa Otero, ya que hasta ese día habían programado.

En una camioneta llegaron a casa Isabel, Daniel, Aníbal y el bebé. En la otra Arturo y Amparo pasaron a dejar a Uriel y a Alejandra.

Después se fueron directos a casa, a pesar de haberse relajado y todo, estaban cansados, por lo que juntos se dieron una ducha, en la misma en la cual no habían faltado besos y caricias, pero nada más.

Después desnudos se fueron a la cama, se les había hecho una costumbre aquello, pues a pesar de no juntar sus cuerpos en uno solo mismo a través de la intimidad; si se quedaban así desnudos y abrazados parecía que lo hacían.

Nuevamente pequeños y débiles rayos de sol se colaron por la ventana de ellos, pero está vez desaparecieron rápido y por si solos, pues una fuerte tormenta se avecinaba. Así como las noticias que iban a llegar a la casa Otero.

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“Comedor, desayuno”

La mayoría estaban sentados, sólo faltaban Daniel e Isabel, cuando estos llegaron saludaron y empezaron a servir el desayuno, la plática comenzó.

Después de un rato y ya casi al terminar ambos hermanos hablaron al mismo tiempo, querían decir algo. Todos rieron y después ellos se pusieron de acuerdo para que uno hablará.

Daniel: está bien. Habla tú, Aníbal.
Aníbal: no, te cedo la palabra. Habla tú.
Daniel: no, lo de nosotros no es grave, habla tú primero.
Aníbal: que no, que hables tú.
Daniel: tú, ha…
Amparo: – interrumpiendo – haber ya, basta. Parecen niños, digan lo que tengan que decir — dijo ya molesta.
Arturo: mejor hagan caso rápido, por que si no — movió las manos en señal de “ella se va a enojar más”.
Amparo: – volteándolo a ver y levantando una ceja – o ¿si no que?
Arturo: o si no nos vamos a aburrir, mi amor — pronunció nervioso.

Todos rieron, fue entonces que Aníbal habló.

Aníbal: bueno, yo quería decirles que he decidido quedarme definitivamente a vivir en Ciudad de México. Ya no vendré más a acá, por lo que cada vez que nos veamos me gustaría que ustedes fueran.
Amparo: pero, Aníbal, habías dicho que sólo era por unos meses.
Aníbal: he cambiado de opinión, mamá. Voy a hacer mi vida allá, ya no quiero venir más a Michoacán.
Arturo: ¿pasa algo, Aníbal?
Aníbal: no, papá. Nada.

Claro que había pasado algo, Michoacán lo atormentaba. Cada vez que venía o que estaba allí sentía que se asfixiaba, recordaba todo lo malo que había hecho y eso lo atormentaba; por eso había decidido ya quedarse en Ciudad de México, porque allá se sentía libre de esa carga, se concentraba en otras cosas y eso ya no le permitía pensar, a parte que había otro motivo.

UN AMOR INEFABLE EN TIERRAS SALVAJES. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora