CAPÍTULO 1

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Un sonido agudo y potente irrumpe en el silencio de mi habitación, una alarma insistente que me taladra los oídos que suena una y otra vez. Intento ignorarla, me refugio bajo las sábanas como si eso pudiera detener el suplicio, pero es inútil ya que está sonando justo a un costado de la cama. Sé que no puedo seguir durmiendo, tengo un arsenal de alarmas configuradas con precisión de francotirador en mi celular cada 5 minutos para evitar que caiga en la tentación del letargo.

Tras unos segundos de tensa batalla interna y esperando a que todo mi cuerpo despierte por igual, mi mente divagando entre el deseo de seguir durmiendo y la obligación de cumplir con mis responsabilidades, finalmente obtengo fuerza y me levanto. Busco a tientas mi teléfono, aún adormecido, y con los ojos entreabiertos, logro descifrar la hora en la pantalla: 5:30 am.

Un suspiro escapa de mis labios. Aunque mis clases dan inicio hasta las 8 am, la realidad es que tengo que iniciar mi día mucho antes. Un viaje largo me espera, un recorrido interminable en autobús y metro que, en ocasiones, me deja sin aliento al llegar al aula justo a la hora de inicio de clases.

Mientras me preparo para enfrentar la rutina, no puedo evitar sentir un poco de envidia por quienes viven cerca de la universidad o que tienen la suerte de poder asistir a clases virtuales. Sin embargo, sé que las quejas no me llevarán a ninguna parte. Respiro hondo, me pongo en marcha y afronto el nuevo día, con la esperanza de que al final del día pueda decir que he tenido una maravillosa jornada.

Mis manos, aún adormecidas, tropiezan con la pared hasta que, por fin, encuentro el interruptor de la luz. La luz inunda la habitación, disipando las sombras y revelando mi reflejo en el espejo que tengo a un costado.

Un número uno de color dorado colocado sobre un pedazo de fomi negro y lleno de brillitos también dorados, ya desgastado por el tiempo, se aferra a un borde del cristal. Un recuerdo de la primaria, un pequeño trofeo por parte de los directivos que atestigua un bimestre de excelencia. Lo conservo con cariño, un vestigio de una época en mi vida en la que el esfuerzo y la dedicación me abrían las puertas del éxito.

En aquel entonces, brillaba por ser aquel alumno ejemplar que siempre buscaba la perfección. Pero la vida, como un péndulo incesante, tiene su propio ritmo. La vida nunca nos prepara para el fracaso, solo para el éxito. Las palabras de una profesora de sexto grado resuenan en mi mente: "No siempre los primeros lugares garantizan el éxito futuro. Algunos de los que hoy están abajo, podrían sorprenderlos más adelante." En ese entonces, siendo un niño de apenas 11 años, no podía comprender la profundidad de sus palabras.

El tiempo, ese gran maestro finito y revelador, se encargaría de mostrarme justamente aquello para lo cual no estaba preparado. De ser el niño nerd, acosado por sus compañeros por tener buenas calificaciones y al que siempre recurrían a pedir ayuda con alguna duda, a convertirme en el "fracasado" de la clase e ignorado por todos. La ironía de la vida, una montaña rusa de emociones y experiencias. Un día estás en la cima tocando el cielo, sintiéndose intocable, invencible y en la gloria absoluta, para que después, la vida proporcione ese golpe de realidad y rompa la nube en la que está uno montado tocando el cielo para caer en un pozo profundo.

Mientras me observo en el espejo, abriendo los ojos lentamente, estos recuerdos me invaden como una marea imparable y gigantesca. Fragmentos del pasado que me recuerdan que nada es para siempre, que la gloria y la derrota son dos caras de la misma moneda, la cual se lanza al aire en cada decisión que tomamos. Pero en lo más profundo de mi ser, una chispa de esperanza aún arde. La convicción de que, a pesar de los tropiezos, puedo volver a levantarme, encontrar mi camino de vuelta al éxito y brillar con luz propia como lo hice años atrás.

—¿Qué me pasó? ¿Por qué ahora todo es diferente? —murmuro una y otra vez, mientras mi mirada se vuelve a posar en ese número uno, símbolo de un pasado glorioso que ahora parece que ni siquiera es mío.

Sentimientos retraídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora