CAPÍTULO 4

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-4-

-Mike-

En camino a mi siguiente clase, cruzo la facultad de punta a punta. Me gusta llegar al aula antes de que comience la siguiente clase para disfrutar un poco del silencio previo a que entre el resto del grupo a llenar cada esquina con algo de ruido.

Los pasillos, en cambio, son un hervidero de vida: risas, debates, el ir y venir constante de estudiantes y profesores. Estudiantes hablando con otros profesores, profesores hablando con los conserjes, es una verdadera ensalada.

A veces, echo de menos formar parte de esos grupos que parecen tenerlo todo tan claro y con tantas cosas en común como para quedarse hablando durante horas. Mis amigos de verdad los cuento con los dedos de una mano, y esos lazos que se forjan en la universidad, aunque prometedores, suelen ser efímeros, los considero como amistades o simples conocidos con los que convivo por compromiso.

Las verdaderas amistades las conservo desde primaria, incluso mantengo amistad todavía con un amigo que conocí en el kínder. Esas amistades son las que valen la pena.

El ambiente universitario que se vive en la facultad me encanta. Hay algo en ese aire de juventud y ambición que me contagia. Me gusta ver a tanta gente persiguiendo sus sueños y que se nota realmente que les apasiona lo que están estudiando. A pesar de eso, a veces siento una punzada de soledad, como si estuviera observando desde fuera, como si mi esfuerzo no fuera equivalente al del resto cuando yo mismo siento que estoy dando hasta el 200%.

Hoy, sin embargo, tengo un plan que me saca de mi ensimismamiento y que puede hacerme sentir que me puedo esforzar en algo más o encontrar motivación. Recuerdo que la gente del club de literatura se supone que estarían en la biblioteca. Tal vez sea una buena idea ir a echar un vistazo ya que tengo una hora libre todavía, y para no quedarme una hora en el aula vacía.

Capaz no es tan aburrido como muchos pensarían. Mis expectativas se mantienen en que conocer gente tranquila.

La biblioteca me queda a la mitad de la facu así que me desvío del camino para ir hacia el edificio donde se ubica.

Llego al edificio y me acerco a la puerta. Uno esperaría escuchar mucho ruido, pero seamos sinceros, ¿cuándo se escucha ruido en una biblioteca? Espero encontrar un mundo diferente al del exterior.

Abro la puerta lentamente y me dirijo con la chica de la recepción que está centrada en acomodar una pila de libros a espaldas del escritorio.

—¿Hola? Buenos días —murmuro para no asustar a la chica. Ella gira la cabeza y me hace una señal con la mano indicándome que le dé un momentito, aunque la veo en algunos problemas con los libros que tiene encima así que me ofrezco a ayudarle—. ¿Necesitas ayuda?

—Tal vez, si, un poco —responde tras intentar acomodar todo por su cuenta y no lograrlo. Que, a ver, ponerse un montón de libros entre los brazos e intentar acomodarlos mientras se tapa la vista con los mismos libros apilados en su cara, pues no es la mejor idea que digamos, pero para hacerlo ella sola ya me imagino las veces que lo ha hecho igual.

Me acerco para colocarme a un lado suyo y quitarle algunos libros de encima para que los pueda acomodar bien. Solo ella sabe de qué manera colocarlos bien, tal vez siga un patrón de orden alfabético de autores o nombre de los libros, por tamaño o yo que sé.

—¿Vienes al club de literatura o a buscar algún libro en específico? —pregunta la chica sin voltear a verme y mientras va con la mitad de la pila de libros ya acomodada.

—Vengo a literatura, creí que estarían por aquí —miro hacia todos lados— pero, parece ser que no están aquí.

—Esta biblioteca tiene algunos secretos —murmura intentando sonar misteriosa, algo que se rompe al instante— o bueno, no son tan secretos porque con subir las escaleras es suficiente. Tú me entiendes —vaya misterio.

Sentimientos retraídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora