5.

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Gemma.

—¡Pero prueba tú! ¡Prueba tu para que sientas que mala es! — quería obligarme a tragarme otro bocado.

—No, la cena es para ti— hasta él mismo estaba consciente que sabia desagradable.Por eso no quería probar.

—Hazlo y me la termino toda— quería ver tan solo su cara.

Me miró con los ojos entrecerrados.

—Si me das otro beso— remojó sus labios.

—Alessio, ¡prueba! —

Se metió la cucharada en la boca y tan de pronto como la sintió en su paladar la tragó fuerte cerrando sus ojos.

—¡Joder! ¡Que asco! — se me hizo imposible no reírme. Zapateó como niño rebelde.

—Así me pasó cuando me besaste — lo mortifiqué.

Una sonrisa apareció en su rostro. No entendía el por qué del gesto, pero era en su totalidad un hombre.... no, no.

—Prefiero mil veces esto, a que no me hables. ¿Por algo se empieza, no? —

No comprendía nada. Tenía ganas de hacerle muchas preguntas y saber más de él, pero el rencor no me dejaba, y aunque se estuviera portando muy bien ahora, no puedo sacar de mi mente las veces que lo maldije por tenerme encerrada.

Cada vez que sonreía parecía tan bueno, tenía una sonrisa inocente pero sé que no lo es. Intenta ser bueno conmigo, pero me ha hecho demasiado daño y no lo quiero.

Lo peor, es que no sé cuándo se terminará este matrimonio y podré seguir con mi vida.

Al ver que no le respondí, se dió vuelta y comenzó a tirar la comida a la basura. Sacó la bolsa y sin mirarme en ningún momento caminó hacia la puerta, llamó uno de sus hombres y se la entregó para que la desechara fuera. Yo me quedé totalmente impresionada.

Se acercó al sofá en donde duerme y de una mochila que no me fijé cuando la trajo, sacó un termo niquelado.

— Virginia ha estado preocupada por ti. Le comenté esta mañana que odias la comida que te dan aquí y que necesitas subir la defensa. Te preparó un jugo que según ella te parará de esa cama, y confío plenamente. Así mismo era mi abuela y todo los remedios que me hacía, me curaban. — me tendió el pote.

Virginia, en todo este tiempo que tengo de casada con Alessio ha sido un ángel para mí, me ha cuidado muchísimo y hablamos...puff... un montón. Ella es parte de mi entretenimiento en esa casa y sé que se enojará conmigo cuando regresé porque le mentí.

—No le digas nada al doctor — adentró sus manos en sus bolsillos.

—Gracias. Virginia es un ángel — procedí a tomarme el jugo medicinal. No sabía tan mal, la guayaba le daba un buen sabor.

—Si es un ángel, ¿por qué le mentiste? Ella pensó que estabas comiendo. ¿Te subía la comida a tu recámara y tú que hacías con ella? ¿Por cuantos días dejaste de comer? — su facción contraída, su buena postura, sus hombros ensanchados, su mentón bien alto, su mirada fija en mi... se veía completamente guapo tan serio y autoritario.

—Te recuerdo que me tenías encerrada, déjame contarte mi típico día.

Ya a las siete de la mañana estaba despierta, incluso a veces antes. Me duchaba, me vestía, me peinaba y arreglaba la cama para matar el tiempo. Bajaba a desayunar y me quedaba a conversar con las mujeres en la cocina.

Trataba de leer, de sembrar o de incluso hasta de ayudar con los oficios pero era imposible que me dejaran hacer mucho por ser la señora de la casa. Para el almuerzo me metía a como dé lugar en la cocina y aprendía de Virginia grandiosos y ricos platos, me gustaba servirles la comida a todos tus hombres en su comedor y me sentía muy útil y ocupada.

Llegaba la tarde la cual era larga y aburrida y me ponía a ver documéntales; me he visto todas las series de maestros. Lloraba recordando como en la universidad el salón era completamente mío y los estudiantes mi gran equipo. Odiaba dormirme de tarde porque entonces no dormía en la noche y ni hablar de las madrugadas en vela porque no conciliaba el sueño, mi deseo de cada noche era que el día siguiente fuera muy agotador para así estar cansada y que mi cuerpo se durmiera y no despertara más hasta el otro día, pero no.

Fueron muchas las cosas que quise hacer ante mi desesperación. Me hice cuatro cursos online, me ejercité, aprendí a bordar y también a cocinar; hasta inventé clases que no sé cuándo las volveré a dar.

¿Y tú? Y tú bien gracias. Ni una llamada, ni te acercabas cuando estabas en casa— me dolía el alma profundamente cuando recordaba esas largas noches a solas en las cuales a veces ya ni las lágrimas me salían porque no me quedaban más de tanto que lloraba.

—Pues no todo fue malo, aprendiste cosas nuevas. — y eso fue lo único que me dijo tras desahogarme con su semblante frio como el hielo.

—La vida del ser humano vale más que tus intereses políticos, sociales, económicos y tu poder. Cuando entiendas eso, dejarás de ser el hombre malo que te impide ser feliz. — le restregué en su cara.

—Te dije que no soy malo pero puedes pensar lo que quieras de mí. Di que soy un asesino, que te trato mal y todo lo que sientas, pero no es lo real. Tengo 28 años y no sé lo que es disparar un arma para quitarle la vida a nadie y poseo una cadena de empresas las cuales me hacen rico, pero no soy quien crees. — me dijo arrugando su nariz y su frente.

—Y claro que tu vida vale más que todos mis interés económicos, sociales y mi poder, a lo político ni mucho me dedico; es por eso que nos casamos, para proteger tu vida. — me dió la espalda caminando hacia el sofá.

—¿Para proteger mi vida? ¿Qué dices? — fue imposible que no preguntara.

—Lo que escuchas. Más adelante, cuando estés dispuesta a hablarme, a conocerme y a tratar conmigo, entonces sabrás la verdad. Por el momento, ándale, sígueme odiando. Quieras o no seguirás siendo mi esposa. —

El hombre que no quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora