9.

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Gemma.

—¿Una sola habitación? ¿Es enserio? ¿No podías comprar una cabaña con dos habitaciones? El lugar tiene suficiente espacio para hasta incluso tres, pero no, solo tiene una— lo miré.

—Es una cabaña matrimonial, no familiar — me guiñó el ojo pasando con su maleta en frente de mí.

Sabía que algo como esto me haría.

El camino fue un poco corto la verdad, viajamos en helicóptero algunos treinta minutos y luego el magnate condujo por como mucho otros veinte. No hubo incomodidad alguna durante el viaje. Alessio conduce de manera admirable, sus gestos mientras llevan el volante lo son todo, sin embargo se mostraba relajado y a gusto. Y yo también lo estaba.

La cabaña era preciosa, estaba aislada de todos y de todo, en la cima de una montaña en donde la tiniebla hacía del paisaje aún más encantador. Era muy romántica y muy acogedora por dentro, con una fachada campestre pero a la vez fina, era una combinación de madera de caoba con grandes ventanales de cristal los cuales desde dentro se observaban los grandes arbusto que habitaban fuera en la entrada.

En el primer piso habitaban en el espacio de la sala muebles blancos con lindas mantas por encima para abrigarse ante el clima. El comedor era de cristal, de apenas dos sillas, y la cocina era divina, moderna y muy coqueta.

Mientras que en el segundo nivel solo estaba nuestra habitación y una sala de estar con una gran televisión, una mesa para jugar billar y un gran sofá cama.

—No contraté a nadie para que nos cocinara, me dijiste que ayudabas a Virginia en la cocina por gusto, me imagino que no te molestaría enseñarme lo que has aprendido. — lo escuché decirme entrando al baño junto conmigo.

Yo organizaba mis cremas en la encimera.

Lo miré con los ojos entrecerrados. No hizo falta que le dijera absolutamente nada.

—¿Puedes enseñarme? También me gustaría aprender — añadió.

Lo miré a través del espejo.

—Está bien, no sé mucho pero entiendo que no te vas a quejar cuando te sirva algo quemado—

—Será un trabajo en equipo, no dejaré que se queme—

Era muy astuto, su intención era en cada cosa que hubiera que hacer, lo hiciéramos juntos. Entendía a la perfección su empeño por conquistarme y lo valoraba.

—¿Cenaremos hamburguesas, se te antoja? La nevera y despensa tiene de todo como para hacer lo que queramos. — no fui negativa. Una sonrisa me regaló.

—Yo cocinaré la carne. Vamos fuera a la parrilla— de inmediato con gran ánimo dijo emocionado.

Yo tan solo asentí. Bajamos a la cocina por la carne que estaba en el refrigerador, me llevé la bolsa del pan redondo, cuchillo, tomate, lechuga, mostaza, mayonesa, kétchup, queso, tocineta y platos higiénicos para luego no fregar. Odio eso.

En la parte trasera había un bonito jardín con una mesa de picnic y la parrilla al lado, también había una hamaca y un columpio para dos.

Sobre la mesa colocamos todo lo que utilizaríamos para la preparación de nuestra cena mientras Alessio se encargaba de cocinar la carne frente al fuego, yo sentada en la mesa lo miraba rociarle salsa china a las parrillas. Esperando que estuvieran para colocarlas sobre el pan.

Sin embargo no duré mucho de pie y me acerqué a él para que sobre el plato colocara las cuatro ruedas de carne. Era todo un león.

—Que lindas se ven— las miré botar humo. Se observaban jugosas.

—No se comparan contigo— se sentó frente a mí en la mesa.

Lo miré unos instantes y negué con la cabeza sintiendo como mis labios formaban una línea a lo largo de mi cara. ¿Una media sonrisa? No quería ponerme roja.

—Te quiero pedir disculpas, sé que te puedo parecer una bestia y que es probable que me temas. Perdóname por hablarte tan mal cuando llegué de viaje ese día. En realidad en todo el trayecto estaba feliz porque ya todo había terminado y podría permanecer en casa junto a ti. Al llegar y no verte bajar a recibirme me chocó, yo te esperaba, con la emoción que tenía era capaz de abrazarte y no soltarte. — empezó a hablarme con mucha calma, disgustaba cada palabra y me mostraba que lo que me decía era de verdad.

Sus ojos estaban perturbados como con temor de que no le creyera.

—Te hablé muy feo, quise imponer en ti cierto régimen haciéndote sentir muy mal. Me vi un hombre grotesco, un animal como me llamaste y te pido disculpas. Quise recibir de ti lo que yo no te he dado, y estuvo mal de mi parte. No sé en qué estaba pensando—

—No entiendo. ¿Por qué nunca me llamaste? Porque ni siquiera me dejabas a mi saber que estabas bien o bueno, tú mismo hablar conmigo para saber de mí. Ni siquiera me escribiste un mensaje, nunca— en realidad me dolía eso porque me obligaba a creer que no tenía sentimientos.

—Ya sé, pero lo hice porque sabía que no tenía tu agrado. Gemma, te casaste conmigo obligada ante una circunstancia que ponía en riesgo la vida de tu familia, la que tuve que tomar como si fuera yo el responsable. ¿Con que cara me acercaba a ti como si nada pasara? — estaba admitiendo lo que mi madre me sopló.

—Dime la verdad, lo de que tenías que casarte para tomar el conglomerado es cierto u hay algo más detrás de nuestra boda? — lo miré fijamente a la cara.

—Lo del conglomerado fue cierto, tenía que casarme para heredarlo, y obvio no se lo iba a dejar a mi hermano. Es un desquiciado, acabaría con la fortuna. Pero también hay más, por Dios... te he admirado mucho en todas las reuniones en las que chocamos, no sé cómo no me recuerdas—

La familia de Alessio tenía una cadena impresionante de empresas en unos cuantos países que genera mucho dinero, cadena que estaba al mando el padre, pero ante su edad quiso cedérsela a sus hijos con una condición, que se casaran.

—¿Por qué esa condición? ¿Por qué una boda? Y no, no te recuerdo—

—En realidad la condición era enamorarnos, llevar una mujer a casa de mis padres. Él quería que conociéramos el amor antes de tener el poder de la cadena, con la intención de que no se nos llenaran los ojos con tanto dinero y autoridad. Entendía que necesitábamos tener una vida como la de él, con una gran mujer y un buen imperio. Dice que el imperio está incompleto si no tiene reina. —

—Entonces tú...— no me dejó terminar de conectar puntos.

—Tu padre y yo no nos conocemos desde hace poco, llevamos un tiempo en sociedad. Como ya me traías loco desde que te vi ese día en la inauguración de la empresa y ya sabía de los problemas que amenazaban a tu familia, le propuse casarnos para de esa manera obtener todo lo que queríamos a través de un trueque. Suena egoísta y caprichoso, pero me urgía tenerte—

El hombre que no quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora