16.

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Alessio.

Sentía todo mi cuerpo encendido en llamas. La tela me molestaba y sentirla a ella con ropa me hacía querer volverme un lobo y arrancarle esos trapos. La brisa fría de hace un rato ya no la sentía, ahora más bien era como una fogata.

—Tenemos que irnos— le susurré soltando sus labios por obligación.

Estábamos expuestos a que cualquier persona nos viera. Desde que ella me dijo que la tomara no hice más que agarrarla como loco y besarla como para dejarla sin labios.

Ella me besaba con la misma intensidad, con la misma pasión y eso solo me excitaba aún más.

Estaba recibiendo de ella besos que no son obligados por mí.

—Vamos a la cabaña— me pidió metiendo su mano por mi cabello.

—Son quince minutos de camino, sabes todo lo que puedo hacerte en ese lapso de tiempo? Vamos al hotel, reservaremos una habitación— la tomé de la mano para avanzar. Necesitaba salir de esta arena en la que sentía que me hundiría si no me iba con ella justo ahora.

—Cual hotel? — me preguntó agitada.

—Este restaurante pertenece a un hotel. Está en la parte delantera de la carretera, esta es la zona trasera, la playa. Estamos a tan solo cinco minutos, o no quieres y prefieres que nos vayamos a la cabaña? — le pregunté un poco asustado por lo que pudiera responderme.

—Vamos al hotel— me encantó su respuesta.

Tras escucharla tan segura entonces pasamos a caminar para llegar hacia el hotel, era tan cerca que ni siquiera utilizamos el auto. Yo ya me conocía el atajo.

En la recepción reservé una habitación cinco estrellas y sin tardar de inmediato nos hicieron pasar a una muy encantadora.

Aclaré mi garganta en cuanto estuvimos a solas, ella tuvo la intención de quitarse los zapatos, pero se lo impedí.

—Tranquila, déjame a mi— le dije haciéndola sentarse sobre la esquina de la cama.

Cruzó la piernas y me permitió quitarle los tacones. Unos que yo había cargado todo el camino donde hubo arena; para entrar al lobby entonces se calzó. No queríamos que recogiera alguna bacteria.

Las uñas de sus pies estaban pintadas de un rosadito muy hermoso, miré las de sus manos, también estaban muy delicadas.

Dejé mi primer beso en su pulgar y recorrí un largo camino desde allí por toda su pantorrilla hasta llegar a sus muslos. Unos bien pechugones, bonitos y suaves.

Ni cuanta carne tiene esta mujer y yo con hambre.

La sentí estremecerse, su cuerpo ya reaccionaba ante el diminuto placer, que con la mente se volvía mayor.

Me detuve para mirarle a los ojos. Esos que me miraban curiosos, pero a la vez suave y tiernamente.

—De verdad no quiero que esto sea por solo un momento de calentura. Quiero que sea porque lo necesites y porque no te arrepentirás luego—le dije rozando nuestras narices.

Sus ambas manos la colocaron en mis mejillas.

—Te necesito, quiero sentir el calor de tu cuerpo y el tacto de tus manos sobre mi piel— su voz tan dulce con palabras tan hermosas y calientes a la vez me enloquecieron.

La levanté en mis brazos y la besé. Sus piernas se enrollaron en mi cadera y la sostuve por las nalgas.

Tras un leve chillido de su parte y una sonrisa en medio del beso pasó sus brazos por mi cuello y con pasión me besó.

Sin tener que bajarla llevé mi mano a su espalda y bajé el cierre, metiendo mi mano por su piel y acariciándola más en lleno. Sin embargo no pude mantenerme mucho así, sus caricias en mi cabello me excitaban.

La dejé caer sobre la cama sin romper el beso y de rodillas con ella debajo de mi cuerpo, llevé mis manos a su vestido. Este tenía un escote corazón sin tirantes, sin mangas, sin cuello. Por lo que a la hora de bajar el cierre solo debía deslizar la tela ajustada a su piel como para ver lo que había debajo de la prenda.

—Anda, sin rodeos— me dijo rompiendo el beso, intentando ella misma hacer lo que yo haría pero tomándome mi tiempo.

—Desesperada? — impedí que se bajara el escote. —Tranquila, con las manos no— dije en un susurro mientras quitaba su agarre y con mi boca me acercaba a su cuello y desde allí repartí besos húmedos hasta bajar a la comisura de sus senos los cuales por arribita besé. Con la punta de mi lengua y con ayuda de mis dedos retiré la prenda que me impedía ver sus mamas escuchando a Gemma jadear.

—Que hermosos— sonreí cuando los vi. Dignos de ella. Redondos, pechugones y no perfectos.

No tardé en llevarme uno a la boca, con la punta de la lengua lamí alrededor de toda la areola mientras sus manos tiraban de mis cabellos.

No se imaginan lo placentero que era escucharla gemir a causa mía. Eso solo me enloquecía y despertaba mi sexo aún más. Me volvía más posesivo con el objetivo de hacerla tocar las nubes con sus dedos.

Sin embargo mis manos no podían estar quietas. Terminé de bajar su vestido, pero se me hacia un poco incomodo admirarla por completo como quería sobre la cama, por lo que la volví a cargar y la dejé sobre el piso.

— Necesito admirarte, necesito contemplar unos segundos lo rica que estás — estando de pie, daba vueltas a su alrededor sin poder dejar de mirar su linda figura.

Su color de piel le asentaba tan bien. Tenía grandes muslos y pantorrillas, una bonitas nalgas y una linda cintura. Podía llamarle mi guitarra? Era una obra de arte, delgadita arriba, caderona abajo.

Me pegué a ella por detrás, en especial por su cuello y tomé sus brazos llevándolos a su espalda baja.

—No entiendo como no te casaste con alguien que fuera como tú. Eres tan grandiosa en todos los sentidos— le susurré con suavidad metiendo mi mano por su las comisuras de su braga, sintiéndola ya estremecerse.

—Estuve con tres chicos y ninguno supo darme lo que yo buscaba, un amor real. Puedes creer que estuve con puros niños a los cuales incluso les di clases de filosofía? — un poco irónica, amarga y triste, me contó entre caricias.

—Ninguno te iba a dar un amor real, estabas buscando en el lugar equivocado y en las personas equivocadas. Pero tranquila profe, soy mayor que usted. Pasará no la noche, sino más bien la vida, con un maduro— me gustaba cuando podía jugar con los momentos como estos.

Quiero que nunca olvide nuestra primera vez, me voy a encargar de que ni volviendo a nacer borre esta noche.

Aún la necesitaba un poco más suelta, más caliente, más húmeda; para cuando no pudiéramos más todo fluyera sin inconvenientes.

Apegué su espalda a mi pecho, sus manos todavía continuaban en la parte baja de su cintura, sabía lo que significaba que yo se las llevara allí. Que no se moviera ni me impidiera cosa alguna. Yo quería que se dejara llevar por mí y que disfrutara tanto que cuando no me tuviera a su lado su vagina le palpitara por añorar sentirme.

Después de besar su cuello, recoger su cabello y lamer su nuca me coloqué frente a ella, la miré a los ojos, le mordí los labios sin darle chance a que me besara y con cautela me agaché hasta la altura de su vagina, y desde allí elevé mi mirada conectando con sus ojos. Abrí la boca y lamí por encima del panti sus labios. De inmediato con sus manos trató de subirme.

—No. No me toques, vuelve las manos a su lugar. — le dije mirándola tirar de su cabeza hacia atrás y obedientemente me hizo caso.

Sonreí para mis adentros.

Esta vez pasé mis dedos por la zona que yo había mojado con saliva tras el paso de mi lengua escuchándola respirar profundo.

Subí a su ombligo y tracé la línea que conectaba a su vagina con mi lengua hasta llegar a su braga otra vez, la cual con mis dientes deslicé por sus piernas. Cuando la prenda cayó al suelo entonces fijé la vista en su monte venus, el cual acaricié por lucir como la piel de un bebé y como sanguijuela sin ni siquiera abrirle las piernas pasé mi lengua por sus divisiones.

Ella volvió a intentar subirme con sus manos pero lo que hice fue entrelazar nuestros dedos y hacer que esta no pudiera moverse.

Tras mis movimientos con la lengua en su zona débil sentía su apretón de manos cada vez más fuertes, y sus piernas temblar, acompañado de jadeos excitantes que me tenían al borde de la locura.

—Te imploro que entres en mi— como si estuviera gritándome desesperada, en necesidad, en paranoia, me imploró.

Y saben qué? Yo ya no aguantaba más. Tenía las ganas acumuladas desde hace todo un año y convivir con ella estos días me ha hecho creer que me explotaría el pene ante su cercanía, su risa, su tacto, su voz.

No hizo falta nada más. Volví a sujetarla sobre mis brazos y colocándola en el borde de la cama de tal forma que la mitad de su espalda estuviera recostada sobre la cama y la otra en conjunto con sus nalgas fuera.

Me abrió las piernas como niña buena, ella misma se llevó las manos encima de su cabeza, las cruzó y giró el rostro como para no ver.

Me desabroché la correa, me arranqué el botón del pantalón y bajando el cierre junto con los pantalones y el bóxer le di libertad a mi miembro.

—Vamos, mírame, Gemma, mírame. — la veía morder sus labios.

Tan de pronto le hablé, su mirada enfocó mi intimidad y entonces apoyando su cuerpo sobre sus codos me prestó mucha atención.

—Te vas a lastimar los labios, mi vida— se mordía los labios con ganas... que excitante... que sexy se veía.

No despegué la mirada de la suya un solo segundo, me lamí los cuatro dedos de mi mano derecha y los pasé por su vagina, dándome cuenta de que no hacía falta saliva, que lubricación tan extrema. Le brillaba la zona, estaba desbordada. Su jadeo me confirmó que eso le había gustado.

Sonreí fascinado y sin tardar un segundo más metí lentamente la punta, mirándola dejar caer hacia atrás su cabeza, volviendo a la posición inicial, arqueándose por completo ante mi entrada a medias.

—Maldición! — me incliné hacia delante enloquecido por lo que sentía en ese momento. Sus paredes... sus paredes eran distintas. Me sentía preso allí, cautivado... que delicia.

—AH! — suspiró llevando su mano a su boca.

De inmediato entendí lo que ocurría. Encajábamos a la perfección.

Me alargué colocando mis brazos a cada lado de ella y quitando su mano de su boca, tomándola ambas y entrelazando nuestros dedos, tomé sus labios y los besé con pasión metiéndome por completo en su interior sintiendo el apretón de su agarre, su gemido interno y la fuerza que me ejerció en la cadera.

Era mía, mía, y solo mía

El hombre que no quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora