CAPITULO II

745 119 24
                                    



Unas horas más tarde, Yibo suspiró al abrir la puerta de su dúplex y poner el pie en el suelo encerado del vestíbulo. Dejó el montón de cartas que llevaba en la mano sobre la antigua mesa de alas abatibles, que decoraba el rincón adyacente a la escalera, y cerró la puerta tras él, echando el pestillo. Las llaves fueron a parar al lado de la correspondencia.

Mientras se quitaba a tirones los zapatos, el silencio le golpeó los oídos y se le formó un nudo en la garganta. Todas las noches la misma rutina tranquila: entrar a un hogar vacío, clasificar el correo, leer un libro, llamar a Xuan Lu, comprobar el contestador e irse a la cama.

Xuan Lu tenía razón, la vida de Yibo era aburrida y escueta investigación sobre la monotonía.

A los veintidós años, Yibo estaba cansado de su vida.

¡Demonios!, incluso Wenhan -el incansable buscador de tesoros nasales- comenzaba a parecer atractivo.

Bueno, quizás Wenhan no. Y menos su nariz, pero seguro que había alguien ahí afuera, en algún lugar, que no era un cretino.

¿O no?

Mientras subía las escaleras, decidió que vivir de forma independiente no era tan espantoso. Al menos, tenía mucho tiempo para dedicar a sus entretenimientos favoritos.

O también podría buscar nuevos pasatiempos, pensaba mientras caminaba por el pasillo que llevaba a su dormitorio. Algún día, encontraría un entretenimiento divertido.

Cruzó la habitación y dejó caer los zapatos junto a la cama. No tardó nada en cambiarse de ropa.

Acababa de peinarse cuando sonó el timbre.

Bajó de nuevo las escaleras para dejar pasar a Xuan Lu.

Tan pronto como abrió la puerta, su amiga le soltó enojada:

— No irás a ponerte eso esta noche, ¿verdad?

Yibo echó un vistazo a los vaqueros anchos con agujeros en las rodillas y después se fijó en su enorme camiseta de manga corta.

— ¿Desde cuándo te preocupa mi aspecto? -Y entonces lo vio; en la enorme cesta de mimbre que Xuan Lu utilizaba para llevar las compras-. ¡Uf! No.

Este libro otra vez, no.

Con una expresión ligeramente irritada, Xuan Lu contestó:

— ¿Sabes cuál es tu problema, Yibo?

Yibo miro al techo, rogando a los cielos un poco de ayuda.

Desafortunadamente, no lo escucharon.

— ¿Cuál? ¿Que no me trastorna la luz de la luna y que no arrojo mi gordo y pecoso cuerpo sobre cualquier hombre que conozco?

— Que no tiene ni idea de lo encantador que eres en realidad.

Mientras Yibo se quedaba allí plantado, mudo de asombro ante el poco frecuente comentario, Xuan Lu llevó el libro a la salita de estar y lo colocó sobre la mesita de café. Sacó el vino de la cesta y se dirigió a la cocina.

Yibo no se molestó en seguirla. Había encargado una pizza antes de salir del trabajo, y sabía que Xuan Lu estaría buscando unas copas.

Empujado por un resorte invisible, Yibo se acercó a la mesita donde estaba el libro.

Espontáneamente, extendió la mano y tocó la suave cubierta de cuero. Podría jurar que había sentido una caricia en la mejilla.

Qué ridicuulez.

La Maldición de Sean - [ZhanYi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora