CAPÍTULO XI

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Xuan Lu observaba cómo Xiao Zhan se paseaba nervioso, por delante de su puesto, mientras hacía una tirada para un turista. ¡Dios santo!, podría pasarse todo el día observándolo caminar. Ese hombre tenía un modo de andar tan arrebatador que le hacía desear salir corriendo a casa, agarrar a Yuchen y hacerle unas cuantas cosas pecaminosas.

Una y otra vez, las mujeres se acercaban a él, pero Zhan no tardaba en quitárselas de en medio. Era ciertamente divertido ver a todas esas chicas pavoneándose a su alrededor mientras él permanecía ajeno a sus estratagemas. Jamás habría pensado que existiera un hombre semejante.

Pero claro, hasta ella podía llegar a aborrecer el chocolate si se daba un atracón.

Y por el modo en que las mujeres respondían a la presencia de Zhan, dedujo que él ya había sufrido más de un dolor de tripa causado por un empacho. Y lo peor es que parecía muy preocupado.

Y Xuan Lu se sentía fatal por lo que les había hecho a ambos, a él y a Yibo. Su idea parecía bastante sencilla en un principio. Quizá si ella hubiera reflexionado un poco más...

¿Pero cómo iba a saber quién era Xiao Zhan? Si al menos su nombre hubiera hecho sonar algún timbre en su mente... De todos modos, su especialidad era la Edad de Bronce griega que, para la época de Zhan, ya era la Prehistoria.

Y lo peor era que tampoco había meditado acerca de si el tipo del libro era realmente humano. Pensaba que era alguna clase de genio o criatura mágica, sin pasado ni sentimientos.

¡Señor!, cuando metía la pata lo hacía hasta el fondo.

Meneando la cabeza, observó cómo Zhan rechazaba otra oferta, esta vez procedente de un atractivo pelirrojo. El hombre era un verdadero imán de estrógenos.

Acabó la lectura.

Zhan esperó unos minutos y se acercó a la mesa.

— Llévame con Yibo.

No era una petición, no. Estaba segura de que era el mismo tono de voz que empleaba para dirigir a su ejército en mitad de una batalla.

— Dijo que...

— No me importa lo que dijese. Necesito verlo.

Xuan Lu envolvió la baraja en el pañuelo negro de seda. ¿Qué demonios? Tampoco es que necesitara que su mejor amigo volviera a hablarle...

— Vas directo a tu funeral.

— Ojalá -dijo él en voz tan baja que ella no pudo estar segura de haber escuchado correctamente.

La ayudó a recoger sus cosas y meterlos en el carrito antes de llevarlo todo hasta la pequeña caseta que tenía alquilada para guardarlo.

Sin pérdida de tiempo, emprendieron camino hacia la dirección de la casa de Yibo.

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Aparcaron en el camino del jardín justo cuando Yibo estaba guardando sus maletas en el coche.

— ¡Hola, Yibo! -saludó Xuan Lu-. ¿Dónde vas?

Él miró furioso a Zhan.

— Me marcho por unos días.

— ¿Dónde? -le preguntó su amiga.

Yibo no contestó.

Zhan salió del coche y se acercó a él. Iba a arreglar las cosas, costase lo que costase.

Yibo arrojó una bolsa al maletero y se alejó de Zhan.

Él lo cogió por un brazo.

— No has contestado a la pregunta.

La Maldición de Sean - [ZhanYi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora