CAPÍTULO XVII

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En un abrir y cerrar de ojos, Yibo pasó de estar desnudo junto a Zhan en su habitación a encontrarse tumbado en un lecho circular, situado en una estancia que tenía todo el aspecto de ser la tienda de un harén.

Su cuerpo estaba cubierto por una pieza de seda de color rojo intenso, tan liviana y suave que se escurría sobre su piel como si se tratara de agua.

Intentó moverse, pero no pudo. Aterrorizado, abrió la boca para chillar.

— No te molestes -le recomendó Príapo, acercándose al lecho. Deslizó los ojos sobre su cuerpo con una hambrienta mirada, justo antes de subir a la cama y colocarse de rodillas al lado de Yibo-. No puedes hacer nada a menos que yo lo desee. -Le pasó un dedo largo y frío por la mejilla, como si quisiera comprobar la textura y la calidez de su piel-. Entiendo por qué te desea Zhan. Tienes fuego en la mirada. Inteligencia. Valor. Es una pena que no nacieras en la época del Imperio Romano. Podrías haberme proporcionado innumerables campeones que lideraran mis ejércitos.

¡Soy hombre!, replicó Yibo en su mente sin poder contenerse. Más luego se congeló.

El dios suspiró mientras su mano descendía hasta el hueco de la garganta de Yibo.

— Pero así es la vida y así son los caprichos de las Parcas. Supongo que tendré que conformarme con utilizarte hasta que me canse de ti. Si me complaces hasta que llegue ese momento, puede que después permita que Zhan se quede contigo. En el caso de que te siga queriendo después de que mis hijos hayan estropeado tu cuerpo.

Sus ojos ardían de deseo, y Yibo no podía dejar de temblar bajo su escrutinio.

No podía creer que Príapo fuese tan egoísta. Tan vanidoso. Aterrorizado, quiso hablar, pero él se lo impidió.

¡Cielo santo! ¡Tenía poder absoluto sobre él!

Una fuerza invisible lo alzó para colocarlo de espaldas sobre los almohadones mientras Príapo se quitaba la túnica.

Los ojos de Yibo se abrieron como platos al ver su desnudez y la erección que tenía. El terror lo asaltó de nuevo.

— Ahora puedes hablar -le dijo mientras se acercaba para recostarse junto a él.

— ¿Por qué quieres hacerle esto a Zhan?

La ira oscureció los ojos del dios.

— ¿Que por qué? Ya escuchaste lo que dijo. Su nombre era reverenciado por todo aquél que lo escuchaba, mientras que el mío apenas si se pronunciaba siquiera en los templos de mi madre. Incluso ahora se burlan de mí. Mi nombre se ha perdido en la antigüedad, al contrario que su leyenda, que se cuenta una y otra vez a lo largo y ancho del mundo. Pero yo soy un dios y él no es otra cosa que un bastardo a quien ni siquiera le está permitido habitar en el Olimpo.

— Aparta las manos de él. Siempre has sido tan inútil que has acabado relegado en el olvido. Ni siquiera mereces limpiarle los zapatos.

El corazón de Yibo comenzó a latir desenfrenado al escuchar la voz de Zhan. Alzó la cabeza de entre los almohadones y lo vio justo al pie del estrado donde estaban ellos. Sólo llevaba puestos los vaqueros, aunque iba armado con el escudo y la espada.

— ¿Cómo...? -preguntó Príapo mientras bajaba de la cama.

Xiao Zhan le dedicó una perversa sonrisa.

— La maldición ha desaparecido y estoy recuperando mis poderes. Ahora puedo localizarlos e invocarlos. A cualquiera de vosotros.

— ¡No! -gritó Príapo, y al instante su cuerpo apareció cubierto por su armadura.

La Maldición de Sean - [ZhanYi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora