CAPÍTULO XVI [1]

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Ninguno de los dos habló mucho en todo el día. De hecho, Zhan evitó a Yibo constantemente.

Fue eso, más que ninguna otra cosa lo que le dijo cuál era la decisión que él había tomado.

Yibo tenía el corazón destrozado. ¿Cómo podía abandonarlo después de todo lo que habían pasado juntos? ¿Después de todo lo que habían compartido?

No podía soportar la idea de perderlo. La vida sin él sería intolerable.

Al atardecer, lo encontró sentado en la mecedora del porche, contemplando el sol como si fuera la última vez que lo hacía. Su rostro tenía una expresión tan dura que apenas si podía reconocer al hombre alegre que había llegado a amar tanto.

Cuando el silencio se hizo demasiado insoportable, le habló:

— No quiero que me abandones. Quiero que te quedes aquí, en mi época. Puedo cuidar de ti, Zhan. Tengo mucho dinero y te enseñaré todo lo que desees saber.

— No puedo quedarme -le contestó entre dientes-. ¿Es que no lo entiendes? Todos los que han estado cerca de mí alguna vez han sido castigados por los dioses: Run Nan, Penélope, A-Qing, Yuan. -Lo miró como si estuviera sobrecogido-. ¡Por Zeus! Chu Yue acabó crucificado.

— Esta vez será diferente.

Se puso en pie y lo miró con dureza.

— Tienes razón. Será diferente. No voy a quedarme aquí para ver cómo mueres por mi culpa.

Pasó por su lado y entró a la casa.

Yibo apretó los puños, deseando estrangularlo.

— ¡Eres un... testarudo!

¿Cómo podía ser tan insoportable?

En ese momento notó que el diamante del anillo de boda de su madre se le clavaba en la palma de la mano. La abrió y lo miró durante un buen rato. Estaba a punto de conseguir que el pasado dejara de atormentarlo. Por primera vez en su vida tenía un futuro en el que pensar. Un futuro que lo llenaba de felicidad.

Y no estaba dispuesto a permitir que Zhan lo echara todo por la borda.

Más decidido que nunca, abrió la puerta de la casa y sonrió maliciosamente.

— No vas a librarte de mí, Xiao Zhan de Macedonia. Puede que hayas vencido a los romanos, pero te aseguro que a mi lado son unos enclenques.

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Zhan estaba sentado en la sala de estar con su libro en el regazo. Pasó la palma de la mano sobre la antigua inscripción. En esos momentos lo despreciaba más que nunca.

Cerró los ojos y recordó la noche en que Yibo lo convocó. Recordó lo que se sentía al no tener conciencia de su propia identidad. Al no ser más que un anónimo esclavo sexual griego.

Hacía mucho atrás, él mismo había logrado perderse en un lugar penoso de siniestra oscuridad; y aun así, Yibo lo había encontrado.

Con su fortaleza y su bondad, ese hombre había conseguido desafiar lo peor que había en él y le había devuelto la humanidad. Sólo él había percibido su corazón y había decidido que merecía la pena luchar por él.

Quédate con él, pensó.

¡Por los dioses!, qué fácil parecía. Qué sencillo. Pero no se atrevía. Ya había perdido a sus hijos. Yibo era el dueño de lo poco que le quedaba de corazón, y perderlo por culpa de su hermano...

La Maldición de Sean - [ZhanYi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora