CAPÍTULO XIII

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— Sí, Lu -le contestó Yibo por teléfono mientras se vestía para ir a trabajar-. Ya ha pasado una semana. Estoy bien.

— Pues no lo parece -replicó Xuan Lu con escepticismo-. Tienes la voz temblorosa.

Y realmente aún no lo había superado del todo. Pero estaba bien, gracias a Zhan y al hecho de no haber visto morir al pobre Luo Yun Xi.

Una vez la policía hubo acabado con los interrogatorios, Xiao Zhan lo llevó a casa y él había procurado no pensar demasiado en lo sucedido.

— De verdad. Estoy bien.

Zhan entró en la habitación.

— Vas a llegar tarde. -Le quitó el auricular de la mano y le ofreció una galleta-. Acaba de vestirte -le dijo, y comenzó a hablar con Xuan Lu.

Yibo frunció el ceño cuando Zhan salió de la habitación; de manera que ya no podía escuchar la conversación.

Mientras se vestía, cayó en la cuenta de lo cómodo que se sentía junto a Zhan. Le encantaba tenerlo a su alrededor, cuidarlo y que él lo cuidara. La reciprocidad de su relación era maravillosa.

— Yibo -le dijo, asomando la cabeza por la puerta-. Vas a llegar tarde.

Yibo se rió y se puso los zapatos de vestir.

— Ya voy, ya voy.

Cuando atravesaron la puerta principal Yibo vio que él no se había puesto los zapatos.

— ¿No vas a venir hoy conmigo?

— ¿Me necesitas?

Yibo dudó. En el fondo le encantaba almorzar junto a Zhan y bromear con él entre paciente y paciente. Pero claro, seguro que para él sentarse horas seguidas esperándolo era muy aburrido.

— No.

Él le dio un beso hambriento.

— Hasta la noche.

De mala gana, se apresuró hacia el coche.

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Fue uno de los días más largos de la historia. Yibo lo pasó sentado tras el escritorio, contando los segundos que faltaban para acompañar a sus pacientes hasta la puerta.

A las cinco en punto, echó a la pobre Rachel de la oficina, recogió rápidamente todas sus cosas y se marchó a casa.

No tardó mucho en llegar. Frunció el ceño cuando vio a Xuan Lu, que la esperaba en el porche delantero.

— ¿Ha pasado algo? -le preguntó Yibo al acercarse.

— Nada de importancia. Pero te daré un consejo: rompe la maldición. Zhan es un tesoro.

Yibo lo miró aún más ceñudo mientras Xuan Lu se alejaba hacia su Jeep. Confundido, abrió la puerta para entrar en casa.

— ¿Zhan? -lo llamó.

— Estoy en la habitación.

Yibo subió las escaleras. Lo encontró tumbado sobre la cama en una postura de lo más apetecible, con la cabeza apoyada en una mano y una rosa roja colocada sobre el colchón frente a él. Estaba increíblemente seductor y maravilloso con aquellos hoyuelos y esa luz en sus celestiales ojos, que en esos momentos eran decididamente perversos.

— Tienes toda la apariencia del gato que se ha comido al canario -le dijo en voz baja-. ¿Qué habéis estado haciendo Lu'er y tú hoy?

— Nada.

La Maldición de Sean - [ZhanYi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora