trampa

La tortura

Manuela llegó y se fué sin pena ni gloria como lo hacía últimamente.La casa se movía sobre engranajes aceitados.
Una noche mientras dormía alguien se metió a mi cama, fingí estar dormida, permaneció ahí sin hacer el más leve movimiento hasta el amanecer. La noche siguiente intento lo mismo pero se encontró con el seguro puesto. Por la mañana su enfado era evidente pero en vez de reclamar se posó detrás de mi cuando empacaba el lunch de los niños, se reclinaba, me susurraba al oído, y se movía para sintiera su ascendente erección, antes que pudiera hacer algo tomó las luncheras, me sonrió y se fué. Esa noche no cerré el cuarto, pero nadie vino.
Pasaron varios días y mi enojo no era disimulable, sobre todo al verlo sonreír cuando me miraba, pensé que se compadeció, cuando me halo del brazo y me tiró con furia sobre la cama, ingenua de mí, empezó a torturarme sus dedos recorrían mi cuerpo sobre la ropa, variando de intensidad mientras su boca inventaba un camino desde mi cuello, pasando por la unión de mis pechos hasta el pezón, lamiendo, chupando, mordiendo, una y otra vez, mientras yo gemía por un placer incompleto, le pedía, le suplicaba que me hiciera suya pero parecía no escucharme, al parecer cuando se harto de mis lamentos, no tuvo mejor idea que sacarme casi a empujones de la habitación. Lloré de irá por su maltrato pero más por su desprecio, ese hombre o la falta de él, me quemaba las entrañas, lo deseaba, lo necesitaba, me urgía.
Esos empellones se siguieron repitiendo con Manuela o sin ella en la casa, cada vez que el quería, a escondidas,no importaban mis deseos, él solo me tomaba y desechaba a su antojo.
Añadió a su lista de fetiches bañarnos juntos, enjabonarnos el uno al otro, explorando los cuerpos y percibiendo el deseo latente que aumentaba a ritmos acelerados. Arrastraba su mano a mi vagina para que sintiera el calor y la humedad pero no reaccionaba, buscaba su pene venoso y duro, lo tomaba sin descaro mirándolo para que no le quedarán dudas de que ardía, pero no obtenía nada, solo ardor y silencio