Siete y media de una helada mañana y me encontraba tendida en el frío mármol de mi habitación, a un lado de mi desaliñada cama. Tallé mis ojos con un dedo y reflexioné sobre lo que había sucedido hace instantes. Desperté debido al insoportable pitido que emitía mi reloj despertador y cuando intenté apagarlo, solo logré caerme de mi cómodo y tibio lecho.
-¡Amy!- oí gritar a mi progenitora desde la planta baja, específicamente desde la cocina.
Apoyé los codos sobre el piso y escuché unos firmes pasos subir por la escalera, indicándome que debía levantarme antes de llevarme el regaño del siglo. Me levanté rápidamente y corrí en dirección al cuarto de baño, encerrándome en él. Abrí la llave de la ducha con dedos torpes y comencé a desvestirme.
-Diez minutos.- la voz de mi madre se coló por la fina madera de mi puerta, haciéndome dar un brinco por la sorpresa. Opté por no responderle y cuando sentí que abandonaba mi recamara, un suspiro se deslizó por entre mis labios y me metí bajo la tibia lluvia artificial. Quince minutos después, ya me encontraba cambiada con un pantalón de jean gris y una simple blusa de algodón color verde, aún estaba descalza y tratando de peinar mi enmarañado cabello rubio. Al oír por segunda vez mi nombre, me coloqué rápidamente mis zapatillas converse blancas y cepillé mis dientes.
-¿Qué tanto hacías?- preguntó una vez que bajé, se encontraba de espaldas a la estufa donde cocinaba unos panqués que desprendían un delicioso aroma.
-Sólo... olvidé unas cosas anoche y estaba acomodandol...
-Bien.- susurró fríamente, girándose y depositando un platillo con bocadillos frente a mí de manera brusca. Algo andaba mal.
Bajé la vista a mi plato un poco nerviosa, no me gustaba cuando ella estaba de mal humor o distante conmigo. Aunque no siempre había sido de esa manera, antes de que falleciera mi padre, solíamos ser muy unidas y siempre cargaba una deslumbrante sonrisa en su rostro. Pero esos tiempos habían terminado y la pérdida del amor de su vida, había arrancado a mi madre de nosotros. Su carácter se endureció y el eterno cariño hacia sus hijos parecía que se había esfumado. Terminé mi taza de café con rapidez y revisé mi mochila para corroborar que no había olvidado nada.
-¿Puedo irme?- apenas susurré.
Levantó la vista de los papeles que había estado leyendo previamente, dejó su taza de café sobre la mesa y al deslizar los anteojos por el puente de su nariz con su dedo, susurró un "Ve" que de casualidad escuché. Salí disparada hacia la puerta y una vez afuera, solté todo el aire que había estado conteniendo durante el desayuno. Cada vez era más difícil. Empecé a caminar rumbo a la universidad y despejé mis pensamientos, no era momento de amargarse.
...
-Hello?- susurró una castaña chica sentada frente a mí, mientras paseaba la palma de su mano por delante de mi cara- ¿Estás allí?
-Kei.- apreté ligueramente mis ojos y enfoqué los suyos, quienes me miraban con marcada curiosidad- Lo siento, estaba en otro lugar.
-Me he dado cuenta.- retira el largo flequillo color caramelo de su cara y me observa detenidamente- ¿Estás bien?
-Sí.- susurré y le dediqué una tímida sonrisa para corroborar mi lacónica respuesta.
-Bueno... voy a hacer de cuenta que te creo.- palmea levemente mis hombros y ríe, aplaudiendo levemente con sus manos- Haré una excepción porque estoy muy emocionada, ¿Has visto al nuevo profesor de Biología? ¡Es condenadamente sexy!
-Em, no en realidad...- fruncí el ceño divertida por la cara de ofendida que había puesto mi amiga.
-¡Pues mejor, porque yo lo he visto primero!- me señala con su dedo índice y se acerca más a mi rostro- Tiene unos brazos que... ¡Dios! Me desmayaría para que él me cargue...- negué divertida con la cabeza mientras soltaba pequeñas carcajadas ante las ocurrencias de mi compañera- Es, es... ¡Tendrías que haberlo visto, Amy! Será mi hombre, recuerda lo que te digo.
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