Había vuelto.
Los brotes de su antiguo estilo de vida habían hecho aparición en algunos magazines y portales digitales con fines informativos. En los titulares se leían cosas como ''El tipo problemático y herido de New York regresó'' ''Theodore Walstone nuevamente prendiendo la mecha en Chicago'' ''Enhorabuena, Chicago necesitaba tu caos, Walstone Jr. '' entre otros más ridículos.
No estaba orgulloso, de hecho, no quería ni responder las llamadas de su terapeuta, seguro iba agendarle citas hasta el año 10.000. Había pasado meses sin embriagarse, sin tener una resaca tras otra y que su tiempo de sueño fuese en el día. Se sentía malhumorado cada vez que se levantaba y recordaba las idioteces que hacía cuando estaba ebrio en la noche anterior.
Sin embargo, no lo pensaba demasiado, ya había caído y en medio de ello debía sacar provecho. Era por eso que no se detenía, era un evento tras otro y un trago tras otro. Hacer el ridículo por aquí y por allá, por fortuna, no había tenido una sola pelea todavía. Ganas no le faltaban, pero específicamente en ese aspecto estaba procurando controlarse, sabía que una vez empezaba, no podría detenerse a sí mismo.
De alguna forma, le temía a ese estado incontrolable de cabreo que le llevaba a lanzar puños a todo el que se le apareciese en frente. Solo recordar a Giles le bastaba para no querer siquiera intentarlo, era como su freno, le aterraba volver a cometer un error que le costase tanto como ese y por eso se detenía al instante.
Giles era un error que no podía volver a ocurrir bajo ninguna circunstancia, había pasado meses yendo a terapia y tomando medicamentos para apaciguar tanta energía destructiva que parecía fluir de adentro hacia afuera de él mismo. Esa mala aura que emanaba de su interior debía ser apagada, así fuese a través de medicamentos que le hacían sentirse como zombi y dormir días enteros.
Por el momento, no estaba tomando los dichosos medicamentos porque no estaba en un episodio maniaco o eso creía, tampoco podía hacerlo mientras estuviese bebiendo cantidades exorbitantes de alcohol cada noche. Sabía que debía tomar los medicamentos aunque no estuviese en un episodio maniaco, pero la realidad era que no quería hacerlo, vivir a merced de unas medicinas que le hacían sentirse bajo una bruma de sueño artificial era espantoso, una total tortura.
Solo esperaba que nadie más pudiese darse cuenta...
—¿Estas bien? —preguntó Ambrose, estaba sentado en un sofisticado mueble blanco, bebiendo despreocupadamente un trago de whiskey.
El lugar estaba repleto de gente adinerada perteneciente a la elite de Chicago, vestidos impecablemente y seguramente estrenando cada pieza de ropa que llevaban encima. Había conversaciones por aquí y por allá, algún tipo de música muy lenta que sonaba de fondo y fotógrafos capturando momentos en cada esquina. Era la típica y estúpida fiesta elitista que tanto odiaba Theo y a la que no había asistido desde que se había marchado a Nueva York.
—Justo como en casa. —respondió irónicamente después de un largo momento. Ambrose suspiró con tedio y le señaló con su vaso a donde venía caminando un amargado Cam Miller.
—Parece que él también. —espetó mirándolo atentamente. El rubio saludó a unas cuantas personas, luego detuvo a una camarera y le quitó bruscamente una copa de champaña para bebérsela de un sorbo. —Esto es raro viniendo de él, de unos días para acá anda más amargado que mi tía Eugene, ¿estará en sus días?
—Todos tenemos una vida de mierda. —expresó el pelinegro luego de darle un sorbo a su copa. —Si no mira quien viene ahí.
—El rey del despecho. —musitó Ambrose negando con la cabeza, como si estuviese decepcionado y a la vez, hastiado. El rubio se acercó más ebrio que nunca y se echó a reír divertidamente, aunque la situación no estaba tan llena de furor como él.
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Tormenta eléctrica ©
Любовные романыEl descubierto de todas las debilidades que debajo de la piel de Gillian Ashworth existían fue estrepitoso. Todo el mundo fue testigo de su caída en picada hacia el exilio. Sin embargo, había una debilidad en especial, la que había logrado hundirla...