Inquietudes

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—No seas tan escandaloso. Si la memoria no me falla, recuerdo que fuiste tú el que se empecinó en dejar reluciente cada rincón.

—Eso lo sé. Y aunque traté, luego de ver tal desorden no podía dejarlo solo así. Era necesario. Es evidente que tendré que pasar más tiempo ahí dentro de lo que a los dos nos gustaría. Así será de ahora en adelante ya que dudo mucho que mantengas orden por tu propia cuenta y  es por eso que estaré supervisando continuamente.

—Otra buena noticia —respondió con sarcasmo.

—Que bien que la decisión sea de tu agrado, siendo así pondrás más empeño en cumplir con esa tarea.

—Eres un verdadero dolor de cabeza.

—¿Y lo dices tu? —rebatió él sin alboroto. Muy contrario a la actitud de ella.

—No fastidies. Además no veo cual es el problema. Mi desorden me da tranquilidad.

—No me imagino como.

Ella hizo un gesto de inconformidad, dejó de pelear. Jamás ganaría una batalla en contra de ese hombre.

Luego de esa corta conversación ambos permanecieron en silencio el resto del camino. Llegaron a las puertas corredizas del jardín, con insípida amabilidad él se adelantó un par de pasos deslizando una de las puertas y entró detrás de ella. Se sentaron en la mesita ubicada cerca de las rosaledas, en el centro del jardín, en donde normalmente ella y su madre toman la segunda taza de café todas las mañanas.

Ella se sentó, colocó tres libretas, dos carpetas, su computadora y una taza de café sobre la mesa. Él tomó lugar frente a ella, se quitó el saco y cuidadosamente lo acomodó en el respaldo de la silla más cercana.

—Ya sabes que no estás en una oficina —dijo Camil, bebiendo un sorbo de café—, no tienes por qué vestir así todo el tiempo.

—Siempre he vestido así. Estoy en horas de trabajo, debo tomarlo con seriedad.

—Está bien —tomó una de las libretas y comenzó a hojearla—, solo era una sugerencia. Créeme que nadie juzgará la ropa con la que decidas presentarte aquí.

—Lo tendré en mente.

—Aquí se respeta la libertad de expresión. —Apretó la boca evitando reír— si quieres venir en taparrabos estoy segura que ninguna de nosotras te reprochará.

Él solo se limito a reprimir un suspiro apretando los dientes, ordenando a su cerebro omitir lo ultimo dicho como si jamás se hubiese pronunciado.

Quince minutos después de haberse instalado, se acercó Clara llevando en una bandeja dos tazas de café, las colocó sobre la mesa regresando una de ellas después de haber sido rechazada inmediatamente.

—¿Acaso es café lo único que beben aquí?

—Padecemos de una extraña condición que nos impide ingerir algún otro liquido que no contenga cafeína o azúcar —respondió Camil de forma sarcástica.

Él no respondió y miró a Camil sin reacción alguna.

—¿Tienes idea de lo ridícula que es tu cara? —se carcajeó ella sin vergüenza.

—Ahora entiendo por que tu padre me llamó con tanta urgencia.

—Cretino —reprochó Camil aventando una pelotita de papel al pecho de su compañero.

El clima estaba particularmente agradable aquella mañana. Había llovido la noche anterior por lo que el aire estaba fresco y el bochorno del sol no estaba molestando en aquella ocasión. Cuando el clima se encontraba así de agradable, Camil gustaba de escribir junto a las rosaledas en el balcón de su habitación. Estaba casi segura de que los días soleados pronto terminarían, suceso que siempre esperaba con gusto. Sin embargo, ese día en específico parecía ser el inicio de la temporada por la que estaba esperando, pero desde su llegada Terry no se despegaba de ella agobiándola con tediosas tareas sin darle algún respiro para poder disfrutar de su día a día.

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⏰ Última actualización: Feb 07 ⏰

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Al Diablo Tu Recuerdo (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora