Permaneció sentada sobre la cama, recargada en una de las paredes colindantes a esta con las piernas extendidas sosteniendo su computadora portátil. Llevaba ahí dos horas de manera que el cansancio al estar en la misma posición comenzaba a tensionar su cuerpo.
Con un muy notorio malhumor reflejado en el rostro, refunfuñaba incoherencias apenas entendibles al tiempo en que se entretenía siguiendo con una mirada feroz cada uno de los movimientos de su compañero dentro de la habitación.
—Si tienes algo que decir hazlo de una vez —, le dijo sin prestarle atención, preso en su propia faena.
Desvió la mirada por un segundo para observarla por el rabillo del ojo. Ella lo confrontó con la mirada asegurándose de hacer evidente su enfado.
—Vete de una vez —renegó molesta—, ¿Cómo voy a concentrarme contigo aquí fisgoneando entre mis cosas?
—Si estoy aquí no es porque tenga el deseo de hacerlo— respondió con irritante tranquilidad. Tomó uno de los libros que sostenía con el brazo, para reacomodarlo ordenadamente en alguno de los libreros, que al igual que los otros estaba en un completo desorden.
—Pues si no quieres no lo hagas. Nadie te ha dicho que te quedes— miró el reloj de pared que estaba sobre el escritorio al otro lado de la habitación—. Ve el reloj, ya debe ser hora de que te vayas.
—Tu padre no me dio una hora límite para estar aquí —respondió nuevamente sin mirarla a la cara.
Dedujo que leía el título de uno de los libros que sostenía, meditando sobre el lugar idóneo para su colocación entre los demás.
—Me paga lo suficiente —añadió—, para permanecer aquí el tiempo que sea necesario si es que alguna situación especial requiere de ello. Y cuando él mismo lo crea conveniente.
—Por supuesto que si —respondió Camil con evidente sarcasmo—. Los primeros días que estuviste aquí, después de que llegabas, muy temprano —racalcó— no pasaba del medio día cuando ya te habías marchado. Si tenía alguna petición o se me ofrecía alguna otra cosa ya no estabas aquí. ¿Qué dices de eso?
—Tenía asuntos pendientes que debía resolver antes de tomar el trabajo por completo. A eso debía añadir que necesitaba programar mi horario de manera eficaz.
Su malhumor comenzaba a descender pero la vergüenza aún se mantenía adherida pues, descuidadamente lo había hecho pasar a su habitación. Mala idea.
Los libreros eran un verdadero desastre. Pequeñas montañas de libros amontonados sobre el suelo, otros más en distintas zonas de las estanterías, libros abiertos y olvidados sobre los que aún permanecían de pie. Daba la impresión de ser viejas y desgastadas estanterías llenas de cuentos infantiles dentro de un colegio repleto de niños inquietos. No parecían ser los libreros elegantes y hermosamente pulidos que se encontraban en la oficina de un voraz y apasionado lector como lo era ella.
—Además— continuó. Ella escuchó su voz e inconscientemente deslizó la mirada por encima de los muebles encontrándose con aquellos hermosos ojos—, debo aclarar que no es mi deber hacer recados ni traerte la comida hasta la cama. Estoy aquí con el único fin de supervisar que tu trabajo no decaiga ante posibles distracciones o pretextos que disminuyan nuevamente tu desempeño.
Escuchó cada palabra que era expresada con fría tranquilidad.
—No estoy aquí —insistió—, para ser tu compañero de juegos. Y si deseas un mayordomo que realice el trabajo que yo no haré deberías hablar con tu padre.
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Al Diablo Tu Recuerdo (EDITANDO)
RomanceCamil trata de reajustar su vida luego de un trauma amoroso en su pasado del que se esfuerza por olvidar haciendo lo que está a su alcance. Recibiendo todo el apoyo de su entorno, cree ver la luz al final del túnel sin embargo un ayudante inesperado...