Desagradable

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-Siento que ha pasado una eternidad -se quejó desbordándose sobre el sillón- quiero regresar a la cama.

-Dios, algún día tendrás que deshacerte de tanta holgazanería -reprendió Romina como toda una finura sentada delicadamente a la orilla del sillón- ¿Y te atreves a preguntar por qué tu padre llega a tales extremos? ¿Me estás escuchando Camil?

-Dejé de escuchar desde que comenzaste -respondió desganada, mirando al techo- Me pregunto que habrá hecho el hombre para llegar aquí.

-No lo sé. Alguna penitencia debe estar pagando el infortunado.

- ¿Infortunado? -levantó la cabeza y la miró dudosa. Volvió la mirada al techo y cerró los ojos.

Las manecillas del viejo reloj murmuraban entre las paredes una plática resonante y rítmica sin fin. 

-Asistente -murmuró- ¿Por qué creerá que necesito uno?

-Es algo que no entiendo. Más que un asistente lo que necesitas es una institución.

- ¿Institución? -Preguntó con seriedad, sin entender muy bien a lo que se refería.

-Tú sabes -la miró por el rabillo del ojo- como una guardería, penitenciaría, anexo o algo así.

Camil se incorporó del sillón, acomodó su desordenado cabello azabache y bajó los pies al suelo.

-Por lo visto quieres pelear -respondió retadora con una sonrisa de lado.

Comenzaron a juguetear. Sin darse cuenta, en medio de risas y empujones la carpeta cayó al suelo. Los papeles se deslizaron por los negros azulejos yendo a parar debajo de los sillones y la mesa de centro.

Finalmente su juego infantil fue interrumpido por la empalagosa melodía del timbre de la entrada.

- ¡Está aquí! -exclamaron al mismo tiempo incorporandose de un salto.

-La carpeta -exclamó Romina nerviosa- ¿Dónde está?

-Las hojas, están en...

Se abrió la puerta del recibidor y entró Clara seguida de un hombre de traje.

Ocultando su alterado semblante, se acercaron como si nada hubiese pasado. Clara salió de la habitación.

-Buenos días -dijo Romina y enseguida Camil hizo lo mismo al tiempo que pisaba una de las hojas y la deslizaba debajo del sillón con suavidad.

-Buenos días -contestó el hombre.

-Espero que el viaje haya sido de su agrado -habló Romina tratando de hacer conversación, que con los nervios le era difícil. Camil  guardó silencio.

-Sin ninguna complicación -respondió él con seriedad, más por obligación que por propia voluntad.

-Ya veo -dijo Romina esbozando una nerviosa sonrisa sin saber que responder .

La muchacha observó el reloj plateado sobre la pared.

'Vaya que es bastante puntual'.

Se desconectó por completo de la plática forzada que Romina trataba de mantener y comenzó a divagar entre sus pensamientos al tiempo que escuchaba a la lejanía alguna que otra palabra al azar, la mayoría de la paralizada y nerviosa anfitriona. Solo eran los saludos tan comunes y las obligatorias presentaciones por lo que no creyó necesario prestar demasiada atención.

Ya lo despreciaba incluso desde antes de conocerlo, así que desde un principio,  aunque  sea  por  simple  educación,  no se interesó en el distinguido personaje al que esperaban desde hacía ya un rato, pero los juegos y el ajetreo después de eso para tratar de calmar el pequeño susto borraron por completo de su mente el hecho de prestar atención a la persona por la que había comenzado todo. Ahora era más divertido ver el segundero del reloj uniéndose a sus pensamientos sobre el desayuno de esa mañana que enfocarse siquiera en darle atención al hombre que estaba en el vestíbulo haciéndoles compañía.

Repentinamente, regresó a la realidad al sentir un punzante escozor subiendo desde sus caderas, recorriéndole la espalda para regresar al lugar en donde había comenzado.

Era la mano de Romina.

-Ella es mi hija, Camil.

Escuchó su voz después de darse cuenta de que la había pellizcado. 

Llevó la mano que tenía sobre su espalda y la colocó sobre el hombro de la joven  con disimulo-, deja de tontear y saluda.

-Mucho gusto -dijo con indiferencia haciendo gestos raros y tratando de sobar su cadera, antes de ubicar la mirada sobre el individuo que estaba frente a ellas.

Lo miró con desinterés.

Sin previo aviso y de forma involuntaria algo dentro de su cuerpo se congeló.

'Debo admitir que es guapo' -como cualquier tonta adolescente fue lo primero que desbordó su mente al verlo con más atención. Después de todo era una chica.

Se dio cuenta de que la información acerca de aquella persona era correcta. 

Era alto, con un distinguido porte que dejaba entrever que se trataba de una persona inteligente y educada. Sin embargo, el rasgo más sobresaliente era la seriedad desbordante de su penetrante mirada. En verdad, la tonalidad de sus ojos era de un resplandeciente color ambarino. 

Unos hermosos ojos que robaban el aliento con solo verlos.

Aquella persona imponía su presencia en cada rincón de la habitación. Era imposible dejar de mirarlo, sería el tipo de hombre que no se podía pasar a su lado sin notarlo ya sea por el porte o por su agraciada apariencia.

Se sintió un poco cohibida, pero decidió eliminar toda aquella mezcla de nervios y asombro para dejar de verlo con la mirada de letargo la cual dentro de su subconsciente estaba muy segura que tenía marcada en todo el rostro.
Bajó la mirada desviando sus ojos sobre los azulejos con la intensión de calmarse un poco. 

Escuchó la voz de Romina que continuaba la débil conversación sin tener ningún efecto. Suspiró haciendo lo posible para que nadie lo notara, sintiendo como su cuerpo se refrescaba por dentro y los nervios disminuían un poco. Pero de nada le sirvió.

Levantó la vista una vez más pero esta vez un nudo golpeó su estómago para aferrarse allí.
Sus ojos pardos se toparon con los de él, quien a pesar de que seguía la conversación la miraba con profunda atención sin vergüenza alguna de que Romina o la misma muchacha llegarán a notarlo. 

Aquellos profundos ojos ambarinos la inspeccionaban a detalle, juzgando  su aspecto y siguiendo cada uno de los movimientos de su delgado cuerpecillo.
Sus ojos, esos penetrantes ojos, pese a ser indiscutiblemente hermosos también resultaron ser para ella  verdaderamente intimidantes.
Sintió una punzada dentro de sus entrañas  y un palpitar que inundó su cuerpo. No aguantó más y desvió la mirada nuevamente al tiempo que sentía como su orgullo huía chillando con la cola entre las patas. 

Finalmente Romina no supo más que decir y se quedó callada.
Con la mirada sobre uno de sus hombros, tratando de esquivar sus ojos, estiró una  de sus delgadas y blancuzcas manos  para presentarse. 

Quizá  por simple cortesía, él hizo lo mismo. 

Sus alargados dedos envolvieron sin problema los de la joven, más pequeños y delgados en comparación; sus manos estaban frías, tal vez por el clima que no pintaba nada bien afuera, su piel era pálida aunque no más que la de ella que rara vez era bañada por los incandescentes rayos del sol; sus dedos alargados y ligeramente delgados. Su saludo, firme.
Apartó rápidamente su mano de la de él, al sentir la frescura de su piel  envolviendo la de ella, cálida y palpitante por los nervios. No quería que notase la manera en que su presencia la intimidaba.

Con un último esfuerzo trató de eliminar todo rastro de timidez para lograr mirarlo sin temor. Era consciente de que aún la miraba con total atención. Podía sentir sus ojos sobre su ser; esa pesadez que cae sobre el cuerpo cuando se es  el blanco de una mirada furtiva.  

Lo enfrentó.
Aquellos bellos ojos estaban fijos sobre los de ella. Lo observó con más cuidado, entonces milagrosamente así como la invadieron los nervios de la misma forma también desaparecieron. 

 Solo en ese momento se dio  cuenta.

Al Diablo Tu Recuerdo (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora