Recuerdos

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— ¡Camil, Camil! —refunfuñaba Romina histérica, y frenética sacudía la puerta.

La  vieja  rutina  desde hacia  ya  cinco años y que se repetía todas las mañanas.

Decidió ignorarla. Apretó  las cobijas y hundió aún más la cara dentro de la almohada, ya dejaría su escándalo y se marcharía bufando como siempre lo hacía. Aunque era algo habitual, extrañamente, esa mañana estaba más escandalosa que de costumbre.

Sin abrir los ojos escuchó los pasos desde dentro de su  cueva de cobijas sabiendo que se alejaba de la puerta. Se tranquilizó, y claro está, continuó durmiendo. Apunto estuvo de llegar a los brazos de Morfeo, cuando un estruendoso golpe sacudió sus nervios. 

Se aferró más a sus cobijas pues sabía lo que estaba a punto de pasar.

Como en las viejas telenovelas dramáticas, tan disparatadas y extrañas, entró Romina a la habitación abriendo la puerta de par en par impactándola contra la pared. Por un momento pudo haber pensado que traía yunques en los pies al escuchar sus pasos haciendo estruendo por toda la habitación. Luego de entrar, corrió las cortinas del ventanal.

Dentro de las cobijas instintivamente apretó los ojos cuando el sol se unió a las trincheras enemigas.

Con un movimiento de lucha libre enredó fuertemente las cobijas en sus manos y entre sus piernas, segundos después sintió una fuerza monstruosa tratando de arrebatarlas de su cuerpo comenzando una batalla campal de forcejeos y gemidos que terminó cuando el cuerpo de la muchacha se deslizó y soltó las cobijas antes de salirse del colchón.

— ¡Maldita sea Camil! -vociferó Romina levantándose del suelo y sobando sus ejercitadas posaderas.

Enroscó su cuerpo descubierto y se cubrió como le fue posible con la esponjosa almohada.

— ¡Levántate! -gritaba furiosa levantando las cobijas del suelo y sin doblarlas las aventó al pie de la cama. Se acercó al cuerpo enroscado sobre el colchón y comenzó a jalonear la almohada—, ¡Malcriada! ¡Despierta de una vez!

Entre jalones y golpes hundió la almohada sobre su cuerpo. Dio un último golpe y tras un enmarcado suspiro dejó de pelear. 

Enroscada y temblorosa imaginó la figura del enemigo de  pie frente a la cama con las manos en la cintura, resignada, como era usual siempre que perdía la batalla.

—Levántate -exclamo ya más calmada— Cam, te digo que...

— ¡Ah! ¡Ya escuché! -rebatió furiosa aventando la almohada también al suelo.

—Déjate de berrinches y date prisa.

— ¿A qué hora ha llamado?

—No hace mucho. ¿Cómo lo sabes?

—Escuché el teléfono. No estaba segura de la hora pero era muy temprano aún y deduje que la única persona insensible que puede molestar a esa hora era él —respondió aún acostada y sin abrir los ojos.

—Camil eso fue a las siete de la mañana.

—Y bien, ¿Qué es lo que ha dicho?

—Preguntó si ya estabas despierta, aunque le dije que sí pidió hablar contigo por lo que tuve que mentirle diciéndole que habías salido muy temprano por el desayuno. Por supuesto, no me creyó. Cuando me vea me dará un enorme sermón por ser la alcahueta de su malcriada.

—Te lo tienes bien merecido por no enseñarte a mentir. A estas alturas ya deberías ser una experta, pero hechas a la basura todo lo que te enseñé— bostezó nuevamente colocando al mismo tiempo un brazo sobre su cara para tapar la luz del sol que entraba airoso por el ventanal.

—Malagradecida —farfulló— ni siquiera porque me tomé la molestia de dejarte descansar tres horas más.

La habitación se quedó en silencio, pero sabía que Romina aún estaba allí. Apretó  con resignación los ojos antes de abrirlos poco a poco. Al igual que una regordeta oruga sobre una verdosa hoja, se deslizó a la orilla del colchón y lentamente se incorporó bostezando con pereza sintiendo su cuerpo moverse vacilante como la hoja seca de un árbol a punto de caer. Limpió sus ojos con la punta de la sábana que cubría el colchón y bostezó una vez más.

—Por Dios Camil, hay que ver la flojera que te cargas— rodó los ojos.

—No molestes -respondió la despeinada muchacha con los ojos entreabiertos.

—Déjate de tonterías y vístete de una vez o llegarás tarde -dicho esto, aventó la muda de ropa que había encontrado para ella, y aunque todo cayó sobre su cabeza tenia tanto sueño que no se movió.

— ¿Llegar? —Bostezó perezosa por última ocasión—, pero si no iré a ninguna parte.

—Como sea. Tienes solo diez minutos Camil —se dio vuelta para consultar el reloj en la pared- por cierto -la miró nuevamente- te dejé los papeles sobre el escritorio, la carpeta azul es la de él —enfatizó la última palabra y salió de la habitación.

—¿Carpeta? —murmuró rebuscando con la mirada.

Al Diablo Tu Recuerdo (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora