Ceniza XVIII. Jaula

24 4 0
                                        

Arquio abrió los ojos. Estaba desorientado.

«¿Dónde estoy?».

Reconocía la estancia en la que se encontraba. El calabozo. Se abrió la puerta de la sala. El cazador colocó sus manos en los barrotes. De hierro.

Shirfain y Caeran se acercaban a su celda. Arquio apretó los dientes.

—¿Cómo te ha ido en el bosque, Arquio? Me ha dicho un pajarito que has hecho muy buenos amigos.

El guardián jefe acercó su mano al semblante del joven.

—No tengo nada que hablar contigo —espetó.

—¡Oh, claro que sí! Hay cientos..., miles de cosas de las que hablar. Por ejemplo, de la aberración de la que te enamoraste...

El cazador escupió a su jefe en la mejilla. Shirfain se limpió la cara.

—Me parece que esos no son los modales con los que te eduqué. ¿No te parece impropio de un cazador de brujas a punto de graduarse, Caeran?

—Bastante, señor. —El guardián se llevó la mano a la cabeza, a modo de saludo.

—¿Por qué me habéis encerrado? —inquirió el joven —¿Qué le habéis hecho a Nilo?

Sus ojos verdes emanaban una furia incontenible.

—De momento nada, mas si no colaboras, no te podré garantizar su seguridad.

—Tú mismo la creaste. A ella y a la Bruja Nigrom...

—¡Será mejor que te calles! De lo contrario haré que te laven esa lengua tan larga —amenazó el jefe de los guardianes.

Arquio enmudeció. Más por Nilo que por él mismo.

—Bien, ahora que hablamos el mismo idioma —continuó—, te comunicaré que hoy es tu día de suerte. Vas a conocerlo todo, incluso al monstruo que tenías por madre. Volga, la Bruja Verde. Lo suficientemente poderosa como para dominar el elemento de la tierra, pero lo bastante incauta como para enamorarse de un asesino de brujas como yo. Pobrecita, deberías haber visto su cara cuando descubrió que todo había sido un engaño. Aunque no pude disfrutar lo necesario de su expresión, las cadenas de hierro en las manos y la lanza en el vientre la mataron antes de satisfacerme.

«Nilo estaba en lo correcto».

—Sin embargo, hubiera sido un error acabar también con nuestro hijo, ¿no crees? Debía saber primero qué clase de especie era. ¿Existían los brujos? ¿Sería un simple humano? El tiempo desvelaría el misterio. Un gran cazador de brujas. El mejor de su orden. Y, cuando llegara el momento, un eficaz modelo para mis experimentos —finalizó el jefe.

Arquio abrió los ojos como platos.

«Tú no eres mi padre. Ni tampoco el de Nilo».

—Y, ahora, en agradecimiento a mi buena voluntad que decidió sacarte de ese orfanato y educarte bajo el sagrado nombre de la Esperanza, a ti, un mísero bastardo, quédate quieto un momento. Será solo un pinchacito.

Al terminar de decir esto, Shirfain mostró una aguja que sujetaba en la mano. El cazador cerró los ojos y notó algo puntiagudo introduciéndose en su cuello.

—Caeran, ¡quédate vigilando! Demuéstrame que eres digno de ser graduado como el mejor guardián.

—¡A la orden, señor!

«Todo por un cargo».

—Miserable —murmuró Arquio.

—Será mejor que no desperdicies energía, brujo. De un momento a otro el hierro será tu peor enemigo.

CenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora