El plato que le había preparado su madre suponía un deleite para el paladar de Claythos. Devoraba las gachas como si se tratasen de su última comida.
La mujer lo contemplaba con aquellos ojos marrones que reflejaban un abanico de emociones. Decidió cortar el silencio.
—Pues sí que estabas hambriento, mi vida. Me recuerdas a tu padre cuando volvía de una misión junto a Shirfain.
—Madre, sabes bien que no merezco ser comparado con él. Kalam era el afamado guerrero del lobo, y yo soy un simple guardián novato.
—Claythos, escucha, tu padre no siempre fue el héroe legendario del que tanto se habla en el pueblo. Él empezó siendo un pobre granjero. Así fue como yo lo conocí y fue de ese hombre del que yo me enamoré —confesó ella.
—Ahora que lo pienso, madre, padre y tú siempre me habéis contado las heroicas hazañas que hizo junto al jefe de los guardianes, pero nunca he oído la historia de cómo os conocisteis.
—¡Es verdad! Pues es un relato bastante curioso. Yo estaba aprendiendo a coser cuando tenía quince años. Un día, al salir de una de mis clases, me crucé con el que sería tu padre. Estaba persiguiendo a una gallina que se le había escapado. Un ave que no puede ni volar ganaba en velocidad al futuro guerrero del lobo, ¡quién lo diría! Yo conseguí atraparla y se la entregué. En aquel momento él era bastante tímido, apenas era capaz de darme las gracias sin dejar de sonrojarse.
—¿Os seguisteis viendo después de vuestro primer encuentro? —quiso saber Claythos.
—Desde ese momento, paseaba por aquella zona cada día después de mis clases. Éramos jóvenes. Llámalo azares del destino, pero él siempre estaba allí. Al verme me sonreía.
—¿Y mi abuela aprobaba esa relación?
—Ella no sabía nada. Lo manteníamos en secreto. Aunque nunca quisimos pasar esa línea. Eran otros tiempos. Nos quedábamos hablando durante horas. Cuando cumplí los veinte años, me regaló este mandil azul. —Señaló a la prenda que llevaba—. Y mi inconsciencia me llevó a besarlo.
—¿Os disteis vuestro primer beso cinco años después? —El perplejo guardián se había acabado las gachas.
—Dos meses después moriría mi madre, y al mes siguiente decidimos que ya era tiempo de casarnos. Esa misma noche me entregué a él en cuerpo y alma. Pasados nueve meses seríamos bendecidos con un hijo.
La mujer terminó de contar la historia. Recogió el cuenco de Claythos.
—Pues ha sido muy emocionante. Y pensar que estoy aquí ahora mismo gracias a una gallina...
Ambos soltaron una risilla.
—Y fue otro animal el que te convirtió en guardián, mi vida. Tu padre estaba en medio del bosque, rescatando a una oveja que se había quedado atrapada entre las zarzas. En ese momento, vio a un hombre totalmente armado. Vestía una coraza de hierro, una espada envainada y en su mano un arco. Con este último apuntaba a varios lugares, sin tener una dirección concreta. Tu padre, tras conseguir sacar a la oveja, entrecerró los ojos para tratar de visualizar a quién o a qué intentaba dar caza. Cerca de donde se encontraba el desconocido, oculto tras un arbusto, había un lobo.
» El animal saltó. Kalam gritó «cuidado» y se interpuso entre ambos. En un movimiento rápido, el hombre disparó, hiriendo al lobo cerca de la pata. Este cayó al suelo con un agudo aullido.
» El extraño, todavía con el susto, agradeció al granjero que le había salvado la vida y se presentó a sí mismo como Shirfain, jefe de los guardianes. No tardaron en hacerse amigos y entonces, Kalam, quien no era más que un simple granjero, recibió el sobrenombre con el que se le conoce actualmente.
—Esa anécdota me la solía narrar padre cuando me iba a dormir de pequeño. Me contaba todas las expediciones y misiones que hacía junto al viejo —añadió el joven.
—Si yo te contara... Me ponía muy nerviosa cada vez que salía por la puerta. Él trataba de calmarme. Me susurraba al oído «Kórea, cariño, volveré pronto. Al fin y al cabo, tú eres todo por lo que vale la pena luchar». Entonces, me daba un cálido beso y yo lo despedía con el pañuelo que secaba mis lágrimas. Lo veía partir y se me quebraba el alma, pero sabía que nunca faltaría a su palabra. «Volveré pronto». Esas palabras circulaban en mi mente cada noche en la que percibía su ausencia. Por suerte, no estaba sola. Tú estuviste siempre ahí, Claythos.
—Madre...
—En uno de sus regresos me comentó que Shirfain pretendía entrenarte para convertirte en el mejor cazador de brujas. Acababas de cumplir los dieciocho años y ya tenías edad para empezar en el cuartel. Es cierto que otros llevaban más años que tú, como Arquio, al que educaron desde muy pequeño, pero enseguida te integraste entre los guardianes, cielo. No sabes cuánto me enorgullece tener un hijo que sirve a la Esperanza.
—Madre, sobre eso —titubeó—, he de comentarte algo. No voy a quedarme aquí mucho tiempo. Debo partir en una misión muy importante. Mis compañeros han puesto todas sus expectativas en mí y puede que me gane el puesto de cazador.
—Oh, vaya. Y yo que creía que permanecerías conmigo una temporada larga. Bueno, supongo que es lo que mereces por tu esfuerzo y dedicación, cariño.
—Mil gracias, madre. Prometo que volveré vistiendo el uniforme de cazador de brujas.
—Así se habla, mi amor. Demuéstrales de quién heredaste la sangre.

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Cenizas
FantasyTras perder a su padre, Claythos debe emprender un viaje en busca de la Bruja Nigromántica, la única persona capaz de salvarlo. Como guardián que es, tiene altamente prohibido enamorarse, mucho menos de un ser del Mal. Por ello, tendrá que elegir en...