Ceniza XXVI. Liberación

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Finalmente habían conseguido llegar en menos de una semana. Seis días sin detenerse. Los caballos debían de encontrarse exhaustos.

Drec todavía no se fiaba de si aquel humano les sería de mucha ayuda, pero debía reconocer que era menos arriesgado el plan de Claythos. De esa forma no correría demasiado peligro.

Lo cierto es que le había sorprendido que pudiese idear un buen plan. No se le había ocurrido llevar una venda para ocultar sus ojos.

Había llegado la hora. No había vuelta atrás. El Degemonio no podía creer que se estuviese jugando la vida por un cazador de brujas. Trató de convencerse a sí mismo.

«No lo haces por él. Lo haces por Nilo».

Respiró hondo. Mutó de forma a la de Kalam y bajó del carro de último.

En la entrada se hallaban dos centinelas. Llevaban lanzas.

«Guardianes».

—¡Mis queridísimos amigos!¡No sabéis cuánto os he echado de menos! —exclamó Claythos.

—¡Alto! No eres más que un miserable... —afirmó uno de ellos.

—¡Esa boca! Le explicaré toda la situación al jefe una vez me dejéis entrar.

Los guardias vacilaron unos instantes.

—De acuerdo —cedió el otro.

Dicho esto, les permitieron pasar. A Drec le molestaba la falta de seguridad de aquel lugar. Sin embargo, optó por dejar de quejarse y se centró en su papel.

El guardián tocó la puerta. Una voz se oyó en el interior.

—Adelante.

Claythos abrió la puerta. El Degemonio habría apostado su vida a que la mano de este temblaba.

—Mi señor... —musitó.

—Vaya, Claythos, ¡qué tierna sorpresa!

Entonces, Drec entró tras él. El rostro de Shirfain se tornó en una mueca de puro rencor.

—Señor, quisiera darle una explicación sobre el incidente del otro día.

—Estabas en la Ceremonia de la Esperanza. Con una bruja. Ya puede ser buena la excusa. —El guardián jefe entrelazó los dedos.

—Verá, señor. Escuché hablar sobre la Bruja Nigromántica, un ser del Mal capaz de resucitar a los muertos. Acudí a ella en mi desesperación por poder contemplar de nuevo a mi padre. Como puede comprobar, mi deseo se ha cumplido. Mas, el precio por la vida fue caro. Así, el guerrero del lobo perdió la vista —relató Claythos.

Shirfain se irguió repentinamente.

—¿Has conseguido acabar con la Bruja Nigromántica?

—¿Cómo dice?

Drec frunció el ceño.

—Bueno, si la bruja ha hecho caso a tu anhelo, quiere decir que ha intercambiado su vida por la de Kalam, por lo que veo —expresó el jefe con una sonrisa.

«¿Sena va a morir por Kalam?».

—Oh, sí, por supuesto. Esa criatura ya no existe. En fin, una menos.

—Me llena de orgullo haber sido tu mentor, mi querido Claythos. Parece ser que te eduqué muy bien para convertirte... en un gran actor.

—No le entiendo, señor.

Drec estaba confuso. ¿No habían conseguido engañar a Shirfain?

—Todos jugamos un papel en esta vida y para defenderlo nos servimos de mentiras. Engañé a todas y cada una de mis marionetas. Primero fue necesario engañar a la sociedad. Las personas no son más que máscaras. Después, te hice creer que tú eras mi alumno favorito ya que tu padre era mi héroe. Pues te aseguraré una cosa, yo tuve que ser mi propio héroe. Nadie estaba dispuesto a luchar por mí. Además, tu invitado ha cometido un grave error. El verdadero Kalam me amenazaría, quizás me golpearía. Lo más seguro es que quisiera matarme. El guerrero del lobo no era más que un farsante. Pero pronto demostraré ser peor que él, de modo que pueda cumplir con vuestras expectativas. Si yo he de ser el villano, me esforzaré para ser el mejor villano de esta historia.

Drec tragó saliva. No había terminado de procesar las palabras que habían salido de los labios del jefe de los guardianes.

—Mi señor, no comprendo qué pretende decir con eso. —Claythos se mordió el labio inferior.

—Tú, ¡quítate esa venda! —ordenó.

El Degemonio sintió cada parte de su cuerpo temblar. Tenía miedo. Pánico. Terror.

—Shirfain, viejo amigo. No digas tonterías. Sabes que me alegro de verte —dijo con voz entrecortada el demonio.

—¿Viejo amigo? —inquirió mientras se acercaba— Yo, el hombre que te asesinó, tu amigo. Tú, el traidor que me amenazó con destruir mi vida y amargarme la existencia. —Se posicionó justo en frente de Drec— Si no lo haces tú, la quitaré yo mismo.

La mano de Shirfain se iba aproximando a la tela que cubría los ojos de Drec. Deseó detener al jefe de los guardianes. Imploró a Yaldeabab que Claythos hiciese algo para impedir aquello.

En ese momento en el que los dedos del guardián jefe rozaban la venda del demonio, se abrió la puerta. Ciel apareció tras ellos, vociferando. Un guardián intentaba agarrar sus brazos.

—¡Se han llevado a mi hija!¡Mi señor, debe hacer algo! Estoy convencido de que han sido los Estremonios.

—Caballero, ¿no ve que estamos ocupados? Le atenderá cualquiera de mis alumnos. ¡Cálmese!

—¿Es que no existe justicia alguna en este mundo? Si el guerrero del lobo viviese, no dudaría ni un segundo en rescatar a mi hija.

Shirfain abrió los ojos de par en par. Drec contempló cómo su ceño se fruncía lentamente. Parecía guardar una rabia asesina en su interior.

—Nadie mejor que Kalam para asesinar a seres de Mal, ¿no es cierto? —El guardián jefe dirigió una mirada a Claythos —Está bien, le ayudaré personalmente, caballero. Cuénteme con todo detalle lo que ha sucedido.

El jefe de los guardianes desapareció tras la puerta.

—¡Ha salido como esperábamos! —exclamó el humano.

El Degemonio asintió, todavía con ciertas preguntas formulándose en su mente.

Aguardaron unos instantes antes de descender a los calabozos. Esta vez, Drec tomó la figura de Shirfain.

Al entrar lograron ver a Flopek riendo ante un guardián que parecía estar algo ebrio.

—¿Se puede saber qué le has hecho, enano? —se preguntó Drec.

—Así aprenderéis, inútiles. La verdad es que al llegar pretendía matarme, pero le imploré que me dejase contar una última historia antes de dar mi último aliento, dado que era libre de pisarme en cualquier momento y adiós a Flopek —explicó el Simemonio.

—¿Pero qué clase de historia deja a una persona prácticamente inconsciente? —quiso saber Claythos.

—En realidad, es un cuento muy sencillo. Trata de dos hermanas, una que poseía el poder de la luz y la otra que dominaba la oscuridad. Al morir la primera, la segunda, en su ambición por convertirse en la mujer más poderosa, secuestra a una niña humana y...

—¡Para, para! Me estoy empezando a marear —confesó el guardián.

—¿Claythos? —preguntó una voz.

—¡Es Arquio!

Entonces los tres admiraron la silueta de un joven pelirrojo que se hallaba detrás de unos barrotes de hierro.

—¡Claythos, has venido! —El muchacho mostró un intento de sonrisa. Estaba destrozado.

—¿Por quién me habías tomado? Ahora te sacaremos, amigo, no te preocupes. Flopek, la llave.

El Simemonio obedeció y le entregó una llave al humano.

—Supongo que es esta.

En efecto la cerradura cedió. El joven pelirrojo se echó sobre el guardián.

—¡Estás fatal! —exclamó Claythos.

—Tú también estás muy guapo —rio Arquio.

A pesar de que habían conseguido lo que se habían propuesto, Drec no estaba del todo tranquilo.

«Ha sido muy fácil. Demasiado fácil», dijo para sus adentros. 

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