Ceniza XXIV. Lección

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Había pasado un día desde que Shirfain había ordenado a Caeran que le colocara el collar de hierro a Arquio. El guardián jefe decidió que había llegado la hora de quitárselo, siempre y cuando accediese a comer de una vez el cuerpo del demonio.

Allí estaba el que no hacía mucho se había convertido en un gran cazador de brujas. De nuevo dormido. Shirfain decidió entrar en la celda y despertarlo personalmente. Golpeó con un fuerte puntapié el vientre del joven.

Arquio reaccionó con una exclamación ahogada y despertó. Mientras tosía y agarraba el objeto que rodeaba su cuello, el guardián jefe optó por expresar el disfrute que le provocaba su dolor.

—No te preocupes, hijo mío. Vengo en persona para liberarte de esa cosa que tanto te aflige. ¿Has meditado lo del Hiemonio?

El cazador le dedicó a Shirfain una mirada de desprecio. Este sonrió. Arquio parecía pretender imitar la mueca de su captor.

—En mi vida volveré a seguir tus malditas órdenes. ¿Me has oído bien? ¡En mi vida!

Shirfain le propinó otra patada. De pronto, los labios del joven pelirrojo comenzaron a chorrear sangre.

—Yo que tú lo haría, rata inmunda. Deberías saber qué clase de criatura son los Hiemonios. Su sensibilidad es inhumana. Si lo comes, se te agudizarán los sentidos. Poseerás un oído agudo, un olfato agudo... —calló un momento—, un dolor agudo.

El jefe de los guardianes habría jurado que su sonrisa había hecho estremecer al chico. Acto seguido, le despojó de su tormento. Entonces contempló, con gran satisfacción como el muchacho tomaba el cadáver del ser del Mal y empezaba a arrancar la carne a mordiscos.

—Buen chico. Ahora debo irme. Tengo asuntos que atender. Cuando vuelva me contarás todo lo que sepas de esa amiguita tuya. —Shirfain abandonó la jaula, cerrando la puerta tras de sí. A continuación, se volvió hacia el preso— Ah, y no te olvides de ese Degemonio tan...desconfiado.

El guardián jefe admiró su propia risa. Sin embargo, no había tiempo que perder. El entrenamiento para la guerra aguardaba.

«El que ríe último, ríe mejor, Kalam. En las próximas cruzadas seré yo quien gane las medallas».

Shirfain estaba orgulloso. Al entrar en la sala se encontró a todos los allí presentes formados y dispuestos.

—Bien, muchachos, por el momento, una cosa es segura, sois unos inútiles. Pero, gracias a los esfuerzos que hago por conseguir que lleguéis a ser los mejores servidores de la Esperanza, con suerte podréis convertiros en los héroes de la humanidad. Vosotros, que estáis decididos a acabar con cualquier criatura no humana, viviréis felices en la Caja de los Dones. Repasemos la lección del otro día. Si su cabello es rojo como el fuego...

—¡Muerte! —exclamaron todos al unísono.

—Si sus ojos son rojos como la sangre... —gritó el jefe.

—¡Muerte!

—Si es ligero como las sombras...

—¡Muerte!

—Si tiene orejas puntiagudas y cola negra...

—¡Muerte!

—Si es de minúsculo tamaño...

—¡Muerte!

El coro de voces repetía la misma palabra al escuchar las indicaciones de Shirfain.

—¡Que den comienzo los ejercicios! Para comenzar, dad dos vueltas a toda la sala. Cuando acabéis os enseñaré distintas maneras de embaucar a los seres del Mal. ¡Firmes!¡Dos vueltas!

Tanto guardianes como cazadores se pusieron a correr. Tras haber completado la primera vuelta, el guardián jefe colocó su pierna en medio del camino justo cuando iba a pasar uno de ellos, el cual cayó de bruces al suelo.

—Vaya, Skeam, se ve que no estabas con los pies en la tierra.

—Señor, por favor, deme una oportunidad. No estaba prestando atención al camino. Lo siento —se defendió el que había tropezado.

—Entiéndeme, Skeam. No puedo perdonar tu falta por dos razones. La primera es que, cuando llegue la hora, no tendrás ni una mísera oportunidad. La segunda es obvia, la mayoría de los cazadores está en su misión de graduación. Si tú estás aquí, doy por hecho que eres un cazador mediocre. Y no me gustan nada los cazadores mediocres, como comprenderás. En fin, ya sabes cuál es la sanción —dijo mientras tomaba una vara de mimbre de su cinturón.

Skeam no dijo palabra alguna ni continuó implorando. Se levantó del suelo al tiempo que se quitaba la parte de arriba de su uniforme. Entonces, ambos se dirigieron a una esquina. El cazador apoyó sus manos contra la pared. Shirfain alzó la mano en la que sostenía la vara.

—¡Contad! —mandó el jefe de los guardianes.

De nuevo, los allí presentes obedecieron y empezaron a contar cada golpe. Skeam, por su parte, procuraba no retorcerse de dolor.

—Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.

Al llegar al número cinco, Shirfain se detuvo. La espalda del cazador estaba empapada de su propia sangre. Todavía callado, tomó su uniforme de cazador y se lo puso delante de todos.

—Escuchadme bien, panda de imbéciles —clamó el jefe—. Si queréis honrar a la Esperanza y tener la virtud de la Caja de los Dones, tendréis que cumplir con cada ejercicio sin fallo alguno. Aquel que cometa alguna falta será, como ya habéis comprobado estos últimos días, severamente castigado con cinco azotes. ¡Que la Esperanza os guarde y os acoja en su sempiterna gloria!

Guardianes y cazadores se pusieron a celebrar con vítores y ovaciones.

—Lo prometido es deuda, servidores del Bien. Siguiendo estos métodos os juro que cualquier ser del Mal estará comiendo de vuestra mano. Todo sea por acabar con las horrendas criaturas que niegan a nuestra divinidad. ¡Los reduciremos a cenizas! 

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